sábado, 1 de junio de 2019

EL DORADO Por Carlos Fletcher Lummis

      La historia científica moderna ha demostrado plenamente cuan disparatada y errónea es la idea de que los españoles tan sólo buscaban oro, y nos enseña de qué manera tan varonil  satisfacían las necesidades  del  cuerpo y del  espíritu.  Pero el oro era para ellos, como sería hoy mismo para otros hombres, el principal motivo.  La gran diferencia está únicamente en que el oro no les hacía olvidar su religión. Fue un dedo de oro el que guió a Colón hacia América; a Cortés hacia México; a Pizarro hacia el Perú.   Pero lo más curioso es que el oro que se encontró no representó  en   la  exploración  y   civilización   del   Nuevo   Mundo un papel tan importante como el que se buscaba en vano. El  maravilloso  mito  que  representa  el  vellocino  de  oro americano influyó de un modo más eficaz en la geografía y  la  historia  que  las  verdaderas  e  incalculables  riquezas del Perú.
      De este mito fascinador tiene la gente escaso conocimiento,  aun  cuando una  corruptela  de su  nombre anda en  boca  de todo  el  mundo.   Hablando  de  una  región  muy rica solemos decir que es otro "Eldorado" o bien "un Eldorado", error indigno de personas cultas. El verdadero nombre  es   "Dorado", y "El Dorado" es una contracción   en español de "el hombre dorado", mito que ha dado origen a una serie de proezas, al lado de las cuales son insignificantes las de Jasón y sus compañeros semidioses. Como todos estos mitos, éste tuvo en realidad su fundamento ... Se puede ahora relatar esa historia de un modo inteligible.
       Hace algunos años se halló en una laguna de Siecha, en Nueva Granada, un curioso y pequeño grupo de estatuas: era un trabajo tosco y antiguo de los indios, y aun más precioso por su interés etnológico que por el metal de que estaba hecho, que era de oro puro. Este raro ejemplar, que puede verse ahora en un museo de Berlín, es una balsa de oro, sobre la cual están agrupadas diez figuritas de hombres del mismo metal.  Representa una extraña costumbre que en tiempos prehistóricos era peculiar de los indios de Guatavita, en los montañas de Nueva Granada.
       Esa costumbre era como sigue: en cierto día uno de los jefes de la aldea untaba su cuerpo desnudo con una goma, y después se espolvoreaba de la cabeza a los pies con oro fino molido. Ése era "el hombre dorado" Entonces lo llevaban sus compañeros en una balsa hasta el centro del lago, que estaba cerca de la aldea, y saltando de la balsa, el hombre dorado se lavaba de su preciosa y extraña envoltura y la dejaba hundirse hasta el fondo del lago. Esa práctica era un sacrificio en provecho de la aldea.
      La  tal  costumbre  ha  quedado  históricamente comprobada;  pero se  había  abandonado  más  de treinta años antes  que  se  enterasen  de  ella  los  europeos,  esto  es,  los españoles de Venezuela en 1527. La historia de "el hombre dorado", que por contracción se decía "eldorado", era demasiado  sorprendente para  no causar impresión.  Llegó a ser una palabra familiar, y desde entonces un señuelo para cuantos se acercaban a la costa del norte de la América del Sur

De: “Los exploradores españoles del siglo XVI en América”, 1" edición.

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