-¿Y el león qué dijo frente a esa insolencia de la fábula? No ignoras, Ezequiel, que el león es una dignísima bestia solar, que a menudo raya en lo sublime y que siempre gozó de una prensa muy favorable. Al oír al general, el león impasible continuó echado en su desierto, con la flor de su noble testuz remontada en el aire y el noble escobillón de su cola removiendo las arenas.
Pero el joven Anacarsis, que recorría el país con fines educativos, también oyó el flatus vocis del general y decidió investigar su oculto sentido. Para ello se dirigió al moralista Pafnucio, que especulaba en su ermita sobre la cordura y la locura de los hombres.
- Maestro -le preguntó, ¿qué dirías de un general que prefiere ser cabeza de ratón antes que cola de león?
- A mi entender -le contestó Pafnucio-, el. anhelo del general responde o a una gran humildad o a un orgullo insensato: humildad, porque se rebaja él santamente a la naturaleza de un ser «tan modesto corno el ratón; y orgullo, porque prefiere ser la cabeza y no la cola de algo.
-¿Y hacia qué lado se inclina la balanza de tu juicio?
-No lo sé -vaciló Pafnucio-: tendría que meditarlo, escribirlo y publicarlo antes en dos tomos encuadernados. La ciencia es lenta pero segura,
Sin ocultar su decepción, Anacarsis abandonó a! moralista y reanudó sus andares hasta encontrar al predicador Baalschem, un justo que florecía en la Kabbala y cuya santidad era como una rosa encendida en los huertos jasídicos.
- Rabí -le preguntó Anacarsis-, ¿has oído hablar de una frase muy publicitada últimamente?
- ¿No es una historia de leones y ratones?- inquirió Baalschem.
- Sí, rabí. ¿Cómo interpretarías ese flujo literario de un general en actividad?
A la fresca sombra del árbol sephirótico, Baalschem reflexionó un instante y dijo:
- Si bien se mira, una criatura sublime, como el león, lleva la sublimidad en todas y cada una de sus partes, del testuz a la cola; y una criatura miserable, como el ratón, instala su miseria en todos y cada uno de sus átomos constitutivos. Y no es que yo desprecie al ratón, ya que toda criatura lleva en sí con dignidad la gracia: o la desgracia que corresponde a su esencia. Lo que no entiendo es cómo un ser humano en ejercitación de su libre albedrío, sea o no general y por vanas diferenciaciones de cabeza o de cola, prefiera integrar el volumen de un ente miserable y no el volumen de un ente .sublime, sin advertir que, visto desde lo Absoluto, ser cabeza o ser cola es una simple cuestión de topografía.
El joven Anacarsis escuchó, digirió y asimiló aquel discurso, fiel a las leyes de la pedagogía. Luego le dio las gracias a Baalschem y retomó los caminos de la tierra enseñante. Ezequiel, ¿y qué haremos nosotros? ¿Incurriremos en la maldad antigua de buscarle a la historia una moraleja? Te propongo algo mejor: que tú como destinatario, yo como remitente y Elbiamor como portadora de fábulas, dediquemos este apólogo a la memoria venerable de Martín Buber, que sobre todo esto sabía "un kilo", tal como solemos decir en esta graciosa margen del Plata.
Aparecido en la revista Davar Nro.124, Buenos Aires, 1970.
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