sábado, 20 de julio de 2019

Tierra nueva - Por José Sebastián Tallón

               I

Quise cantar, América, tu gaucho,
tu pampa y tu guitarra,
pero me vine atrás con el intento
porque ya de ese elogio estás cansada.

Me enternece pensar más en la forma
de corazón que tienes en el agua;
o sintiendo los golpes de latido
que produce tu nombre en mi garganta.

Cuando era niño yo pensaba, tierra,
que eras roja también, como en el mapa;
y lo miraba absorto, como un monje
frente a un sangrante corazón de estampa..

Y hoy te miran así
los que detrás del horizonte de agua,
sueñan sólo el rincón de una bodega
para venirse a ti con su esperanza.

¡Tenebroso rincón
donde cuelga el dolor su telaraña!
¡El añoso dolor del emigrante
que dijo adiós al sol de su montaña!

Subir al barco, darse vuelta y ver,
con los ojos vendados de nostalgia,
que una parte del alma, todavía,
no ha comprendido que el patrón se marcha...
Y anda aún recorriendo los caminos,

sobre el arado, todavía, canta;
pero luego se vuelve pequeñita
y brillante, rodando por la cara...

Luego el mar y la noche. El infinito.
Y el barco es un fantasma
que recoge su miedo en las cadenas
y en las uñas desnudas de las anclas.

 (Muchos hombres se duermen, en la proa,
para llegar más pronto y no ver nada...
Y en el hilo de humo que se vuelve,
desertaron, quizá, sus pobres almas).

II

¡Dales tu amor, América! Y un campo,
y una rústica mesa
donde arrime sus codos la alegría.
Dales un campo y una casa ingenua.

Y un descanso propicio a la actitud
de meditar doblando la cabeza
para verse los ojos, largamente,
en la sopa hogareña.

Porque todos los simples, en los ojos,
se han traído el paisaje de su aldea.

III

Por anular el desamor del tiempo,
siempre insomne y desnuda, la nostalgia,
con sus caricias de hermanita dócil,
ha tendido su cuerpo en la distancia.

Y en las manos del manso está la duda...
¡tierra acorazonada!

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