¡Amigos, romanos, compatriotas,
prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! El mal que hacen
los hombres perdura sobre su memoria. Frecuentemente el bien queda sepultado
con sus huesos. ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era
ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado.
Con la venia de Bruto y los demás, pues Bruto es un hombre honrado, como son
todos ellos, hombres todos honrados, vengo a hablar en el funeral de César.
Era mi amigo, para mí leal y
sincero; pero Bruto dice que era ambicioso. Y
Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma,
cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía eso ambición en César?
Siempre que los pobres dejaban oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La
ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era
ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le
presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces.
¿Era esto ambición? No obstante,
Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. No hablo
para desaprobar lo que Bruto habló. Pero estoy aquí para decir lo que sé. Todos
le amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora
para no llevarle luto? ¡Oh raciocinio! Has ido a buscar asilo en los
irracionales, pues los hombres han perdido la razón… ¡Perdonadme un momento! Mi
corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne
a mí."
(Los ciudadanos hablan entre sí dando la razón a Antonio)
"Ayer todavía, la palabra de
César hubiera podido prevalecer contra el universo. Ahora yace ahí, y nadie hay
tan humilde que le reverencie. ¡Oh señores! Si estuviera dispuesto a excitar al
motín y a la cólera a vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y
con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser
injusto con ellos! Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes
que con esos hombres tan honrados. Pero he aquí un pergamino con el sello de
César. Lo hallé en su gabinete, y en su testamento ¡Oiga el pueblo ésta su
[última] voluntad (aunque con vuestro permiso, no me propongo leerlo), e irá a besar
las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre! ¡Sí!
¡Reclamará un cabello suyo como reliquia y, al morir, lo transmitirá por
testamento como un rico legado a su posteridad! "
(Los ciudadanos exigen conocer el testamento de César)
"¡Sed pacientes, amables
amigos! ¡No debo leerlo! No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó
César. Pues siendo hombres, al oír el testamento de César os enfureceríais
llenos de desesperación. Así, no es bueno haceros saber que os instituye sus
herederos, pues, si lo supierais, ¡Oh! ¿Qué no habría de acontecer?"
(Más voces exigiendo la lectura del testamento)
"¿Tendréis paciencia?
¿Permaneceréis un momento en calma? He ido demasiado lejos en deciros esto.
Temo agraviar a los honrados hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo
temo!"
(Siguen las exigencias de los ciudadanos)
"¿Queréis obligarme,
entonces, a leer el testamento? Pues bien, formar círculo en torno al cadáver
de César y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Descenderé? ¿Me dais
vuestro permiso?"
(Baja de la tribuna y se sitúa junto al catafalco con los
despojos de César)
"Si tenéis lágrimas,
disponeos ahora a verterlas. ¡Todos conocéis este manto! Recuerdo cuando César
lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día que venció a los
nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el
envidioso Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! ¡Y al retirar su
maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos
de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría
la puerta! Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh
dioses, con qué ternura le amaba César! Ese fue el golpe más cruel de todos,
pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más
potente que los brazos de los traidores, lo anonadó completamente. Entonces
estalló su poderoso corazón y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran
César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo que se inundó chorreando sangre…
¡Oh, qué caída, compatriotas! En aquel momento, yo y vosotros y todos, caímos,
y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros. Oh, ahora lloráis, y percibo
sentir en vosotros la impresión de la piedad. Esas lágrimas son generosas
¡Almas compasivas!
¿Por qué lloráis, cuando aún no sabéis visto más que la desgarrada
vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, desfigurado, como veis,
por los traidores! "
(Los ciudadanos claman venganza)
"Buenos amigos, apreciables
amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de tumulto. Los que han
consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos agravios tenían para
hacerlo? ¡Ay, lo ignoro! Ellos son sensatos y honorables, y no dudo que os
darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras pasiones! Yo no soy
orador como Bruto, sino como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que
amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron licencia
para hablar de él. Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni
estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los
hombres. Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. Os muestro
las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas
hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría
vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y
levantar en motín las piedras de Roma. "
(El público quiere oír el testamento)
"Aquí está, y con el sello
de César. A cada ciudadano de Roma, a cada hombre, individualmente, lega
setenta y cinco dracmas."
(Voces de satisfacción)
"Os lega, además, todos sus
paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién plantados a este lado
del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos como
parques públicos para que os paseéis y recreéis ¡Este era un César! ¿Cuándo
tendréis otro semejante?"
(Los ciudadanos deciden incinerar allí mismo el cadáver de
César y, con esas llamas, prender antorchas para incendiar las casas de los
traidores)
"¡Ahora prosiga la obra!
¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario