sábado, 17 de agosto de 2013

Las ánimas - Por Fernán Caballero (DEL LIBRO “PLENITUD”, TEXTO DE LECTURA PARA 6to GRADO DE PEDRO B. FRANCO Y CESÁREO RODRÍGUEZ, EDICIÓN 1933)

Había una vez una pobre vieja que tenía una sobrina, que había criado sujeta como un cerrojo, y era muy buena niña, muy cristiana, pero encogida y poquita cosa. Lo que sentía la pobre vieja era pensar lo que iba a ser de su sobrina cuando faltase ella, y así no hacía otra cosa que pedirle a Dios que le deparase un buen novio.
Hacía los mandados en casa de una comadre suya, pupilera, y entre los huéspedes que tenía había un indiano poderoso, que sé dejó decir que se casaría si hallase a una muchacha recogida, hacendosa y habilidosa.
La vieja abrió tanto oído, y a los pocos días le dijo que hallaría lo que buscaba en su sobrina, que era una prenda, un grano de oro, y tan habilidosa, que pintaba los pájaros en el aire.
El caballero contestó que quería conocerla, y que al día siguiente iría a verla.
La vieja corrió a su casa que no veía la vereda, y le dijo a la sobrina que asease la casa, y que para el día siguiente se vistiese y peinase con primor, porque iban a tener una visita.
Cuando a la otra mañana vino el caballero, le preguntó a la muchacha si sabía hilar.
- ¡Pues no ha de saber!  dijo la tía. Las madejas se las bebe como vasos de agua.
- ¿Qué ha hecho usted, señora?  dijo la sobrina cuando el caballero se hubo ido, después de dejarle tres madejas de lino para que se las hilase. ¡ Qué ha hecho usted, señora, si yo no sé hilar!
- Anda -dijo la tía-  anda, que mala seas y bien te vendas. Déjate ir, y sea lo que Dios quiera.
- ¡ En qué berenjenal me ha metido usted, señora!  decía llorando la sobrina.
- Pues tú ve cómo te compones,  respondió la tía; pero tienes que hilar esas tres madejas, que en ello va tu suerte.
La muchacha se fue a la noche a su cuarto en un vivo penar, y se puso a encomendarse a las ánimas benditas, de las que era muy devota.
Estando rezando, se le aparecieron tres ánimas muy hermosas, vestidas de blanco; le dijeron que no se apurase, que ellas la ampararían en pago del mucho bien que les había hecho con sus oraciones, y cogiendo cada cual una madeja, en un dos por tres la remataron, haciendo un hilo como un cabello.
Al día siguiente, cuando vino el indiano, se quedó asombrado al ver aquella habilidad, junto con aquella diligencia.
- ¿ No se lo decía yo a su merced ?  decía la vieja, que no cabía en sí de alegría.
El caballero preguntó a la muchacha si sabía coser.
- ¡ Pues no ha de saber!  -dijo con brío la tía. Lo mismo son las piezas de costura en sus manos, que cerezas en boca de tarasca.
Dejóle entonces el caballero, lienzo para hacer tres camisas; y sucedió lo mismo que el día anterior, y lo propio el siguiente, en que le llevó el indiano un chaleco de raso para que se lo bordase. Sólo que a la noche, cuando estaba encomendándose la niña con muchas lágrimas y mucho fervor a las ánimas, éstas se le aparecieron, y le dijo la una:
- No te apures, que te vamos a bordar este chaleco; pero ha de ser con una condición.
- ¿Cuál?  preguntó ansiosa la muchacha,
- La de que nos convides a tu boda.
- Pues qué, ¿ me voy a casar ?  preguntó la muchacha.
- Sí,  respondieron las ánimas  con ese indiano rico.
Y así sucedió, pues cuando al otro día vio el caballero el chaleco tan primorosamente bordado, que parecía que manos no le habían tocado, y tan hermoso que quitaba la vista, le dijo a la tía que se quería casar con su sobrina.
La tía se puso que bailaba de contento ; pero no así la sobrina, que le decía:
- Pero, señora, ¿qué será de mí cuando mi marido se imponga que yo nada sé hacer?
- Anda, déjate ir  respondió la tía ; las benditas ánimas, que ya te han sacado de aprieto, no dejarán de favorecerte.
Arreglóse pues la boda, y la víspera, teniendo la novia presente la recomendación de sus favorecedoras, fue a un retablo de ánimas y las convidó a la boda.
El día de la boda, cuando más enfrascados estaban en la fiesta, entraron en la sala tres viejas, tan rematadas de feas, que el indiano se quedó pasmado y abrió tantos ojos. La una tenía un brazo muy corto y el otro tan largo, que le arrastraba por el suelo; la otra era jorobada y tenía el cuerpo torcido; y la tercera tenía los ojos más saltones que un cangrejo, y más colorados que un tomate.
- ¡Jesús María!  dijo a su novia, perturbado el caballero. ¿Quiénes son esos tres espantajos?
-Son, - respondió la novia - unas tías, de mi padre, que he convidado a mi boda.
El señor, que tenía crianza, fue a hablarles y a ofrecerles asiento.
- Dígame usted  le dijo a la primera   que   había   entrado  ¿ por   qué tiene un brazo tan corto y otro tan largo ?
- Hijo mío,  respondió la vieja  así los tengo por lo mucho que he hilado.
El indiano se levantó, se acercó a la novia y la dijo:
- Ve sobre la marcha, quema tu rueca y tu huso. ¡Y cuidado como te vea jamás hilar!
En seguida preguntó a  la  otra vieja por qué estaba tan jorobada y tan torcida.
- Hijo mío,  contestó ésta  estoy así de tanto bordar en bastidor.
El indiano en tres zancadas, se puso al lado de su novia, a quien dijo:
- Ahora mismísimo quema tu bastidor, ¡ y cuidado como en la vida de Dios te vea bordar!
Fuese después a la tercera vieja, a la que preguntó por qué tenía los ojos tan reventones y tan encarnados.
- Hijo mío,  contestó ésta retorciéndolos  es de tanto coser y agachar la cabeza sobre la costura.
No bien había dicho estas palabras, cuando estaba el indiano al lado de su mujer, a quien decía:
- Agarra las agujas y el hilo y échalos al pozo; y ten entendido que el día que te vea coser una puntada, me divorcio; que el cuerdo en cabeza ajena escarmienta.

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