domingo, 21 de julio de 2013

¿Dónde estará Juan P.? - por Eros Verdul

Se nos informa que se prepara otro procedimiento para encontrar al balcarceño  Juan P.
Después de los continuos fracasos que nuestros lectores conocen, su paradero sigue siendo un misterio. Se vincula a Juan P. con numerosos delitos y escabrosos hechos aún no esclarecidos, como los siguientes:

         Tiene en su haber una gran cantidad de robos, algunos denunciados y otros no, por considerar el trámite completamente inútil.

           En uno de estos casos su familia fue maltratada, su esposa manoseada, su suegra octogenaria atada a una silla y torturada con el uso de corriente eléctrica. Muchas cartas de lectores que han llegado a este medio coinciden en destacar que debe considerarse a Juan P. un hombre afortunado, porque aún siguen con vida y no debiera afligirse demasiado. Según nos escriben, “la sacó barata”, término utilizado junto al “no te metás”, “no te calentés” y “no va a pasar nada”, los cuales cada día más van formando parte del habla de los argentinos.

           En otro, las ventanas de su casa, luego desvalijada, fueron destruidas y con las astillas y fotos familiares se ocasionó un incendio que dejó a todos en la calle. Juan P., en la ocasión, no estaba presente.
 Juan P., también por ausencia, no pudo evitar las trágicas muertes de sus hijos, en episodios de los que nuestros lectores han sido informados con el rigor y la abundancia que nos caracteriza.
Fue estafado y aún sigue siéndolo, mediante periódicos y constantes robos legales (también llamados exacciones) por medidas de todo tipo: aumento de tasas provinciales, municipales, viales, etc., de las cuales sabemos que no ha recibido siquiera un retorno, como así tampoco ha podido opinar, ni quejarse, ni nada. De lo que se deduce que los bolsillos de Juan P. son mudos, no así los de otros, a los que se ha oído cantar alegremente.

Se lo supone cómplice de numerosos delitos aún no completamente caratulados. Los tales son tan variados como ingeniosos: abultados vueltos que desaparecieron al ser colocados en los bolsillos de ciertos intermediarios junto a sobreprecios, obras no realizadas, otras realizadas que hubiera sido mejor que nunca las hubiesen hecho (vayan como ejemplo, algunas consideradas “artísticas”) y varios subterfugios más, incluyéndose en el voluminoso paquete, casos de sustitución de identidad nunca debidamente aclarados.
A su vez, expertos locales opinan que una vez que pase cierto tiempo, las causas prescribirán. Otras ni siquiera son investigadas, por lo cual Juan P. no recibiría imputación alguna, ni pena en consecuencia, más de la propia pena que pueda causarle la baja estima en que suponemos se halla.

            Se lo señala por no asistir a festejos organizados sin imaginación y a veces ni siquiera organizados. Calificados sociólogos opinan que Juan P. aún no ha entendido que el verdadero espectáculo está después de los festejos y no antes o durante. Eso se demuestra observando que por varias semanas los diarios, las radios, la TV y las redes sociales no se ocupan de otra cosa que de comentar el enojo e indignación de algún funcionario de peso, esperando y vaticinando el escarmiento que de seguro merecerán tales organizadores; pero luego de un tiempo de madura reflexión y como era de esperarse, predominan la cordura y las buenas maneras, de forma tal que la herida queda restañada para que todo vuelva a su cauce normal. No entendimos la frase de un lector, al decir que la naranja no pasaba, hasta que dada vuelta quedó clara: “no pasa naranja”.
Pero dada la personalidad de Juan P., esbozada anteriormente, no es ésta ya una acusación sino apenas una queja boba.

              Hay versiones que afirman que Juan P. ha muerto en circunstancias que no se alcanzan a precisar. Sin embargo, se siguen evidenciando acciones suyas que no pueden pasar inadvertidas. Aunque sus apariciones públicas sean escasas, se lo ha visto más de una vez transitando nuestras avenidas, mimetizado entre bombos y carteles.
Se tiene la certeza de que su trabajo provee las góndolas, mantiene las calles, permite abrir escuelas y salas de atención de la salud, y continúa empeñado en sellar, empacar, construir, reparar, transportar, cocinar y limpiar, entre otros cientos de pruebas de vitalidad que, si la versión fuera correcta, serían imposibles.
Otros aseguraron a este medio periodístico que Juan P. en realidad no ha muerto, pero desde hace largo tiempo está profundamente dormido, y los actos descriptos con anterioridad son muestras de su automático sonambulismo.
               Esta última hipótesis, mucho más creíble que la anterior, abre una posibilidad para el éxito del procedimiento que se avecina. Porque, según se dice, la única esperanza de encontrarlo es, precisamente, que Juan P. despierte.

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