Los
muchachos del Alas Balcarceñas siempre salieron muy poco fuera de su club, pero
solían ir al bar de Moschetto y a la pizzería “Don Nicola” de Merlo. Ellos
habituaban estos lugares porque eran de esos negocios personales, que con su personalidad alimentan a la esencia
de un pueblo. A su vez, un pueblo es el único hábitat posible para estos
sitios. Aquí, las cadenas y las franquicias no funcionan[1] porque no tienen
personalidad y no puede ser de otro modo, pues no tienen personas: tienen CEO,
pizzero junior, pizzero senior y pizzero despedido. En estos lugares todo es
siempre igual y algo que no cambia es la nada. Por el contrario, cada pizza Don
Nicola es única, irrepetible y un claro reflejo del estado de ánimo del pizzero
en ese instante. Son fotos de su alma.
En
las cadenas, el cliente promedio tiene razón. En Don Nicola, el amigo es quien
tiene razón. Yo mismo vi a Marmorato sacar a patadas en el culo a un cliente
que pidió cerveza -¡Cómo va a tomar cerveza con pizza Don Nicola! ¡Sacrilegio!
[2]
A
los muchachos les agradaba esta pizzería porque Merlo, su dueño y pizzero, es
inquieto como Marmorato, personas que no se conforman con lo clásico y
establecido. Este célebre pizzero balcarceño inventó la pizza rellena, la pizza
enrollada y siempre fue por más. Tan es así que en un momento ya no hizo más
pizzas sino mandalas, la masa era sólo una excusa, un sostén, un soporte para
su expresión, que fluía a través de estas obras geométricas.
Como
dice wikipedia, los mándalas son diagramas o representaciones esquemáticas y
simbólicas del macrocosmos y el microcosmos. Son obras de tipo geométrico, en
general circulares o cuadradas, aunque Merlo también las exploró triangulares,
cilíndricas, lanceoladas y sagitadas Las preparaba con rodajas de salamín,
morrón, aceitunas y aquello que tuviera a mano. Todo precisa y prolijamente
posicionado, inclusive cada una de las hojitas de orégano, que disponía en
perfecta simetría. Por supuesto que demoraba muchísimo, pero esto no era ningún
problema para los muchachos, que valoraban el arte de su amigo. Además, Merlo
demoraba mucho en preparar las pizzas, pero mucho más demoraban ellos en
pagarle.
-Eh
Nicola, ¿cómo se te ocurrió esto de los mandalas?
-Ejem,
“mandala” en sánscrito significa “círculo sagrado” ¿Que más sagrado que esta
pizza que estoy posando en vuestra mesita, que será compartida entre amigos,
como hostia consagrada de muzzarella y regada con moscato Crotta? Esta obra
contiene mucho de mí, es casi yo y pasará a formar parte de vuestro cuerpo.
Soguita se quedó pensando un poco, tal vez algo impresionado, pero Marmorato y
Alcoyana asintieron con la cabeza sin parar de devorar mandala y escupir
carozos a la vereda.
-Me
alegra mucho que les gusten mis obras. No se si será porque estos mandalas lo
merecen, o porque me aprecian. En cualquier caso ¡me alegra mucho!
Cómo
toda obra de arte, los mandalas permitían pispear el estado de ánimo del
artista. Si aparecían mandalas de morcilla, Alcoyana desplegaba todo su arsenal
de chistes y hasta Soguita se esforzaba con alguno. Era maravilloso cuando
aparecía un mandala con morrón tricolor. Ahí abrían todas las puertas y
ventanas del local, Alcoyana se sentaba en la ventana con los pies colgando
para afuera en la 17, recitaba poemas a cada una de las mujeres que pasaban y
las invitaba a sentarse a la mesa.
-¿Pizza?
¿Porque mejor no me regala un jazmín?
-No,
jazmín no. Te voy a regalar una cebolla y un morrón colorado. ¡Merlo hará
maravillas con blanco y rojo reflejados en el grisazul de tus ojos!
-¡Que
ordinario! ¡Con una pizza de cebolla no va a atraer a una chica como yo!
-¡Tiene
razón Señorita!, esa es la idea.
Un
día ocurrió un hecho muy extraño. Llega el mandala a la mesa y las 4 aceitunas
estaban en la porción que apuntaba a Alcoyana. El Turco quedó pálido, atónito.
La cosa era muy rara porque en la pizza no se observaban los hoyos originales
de las aceitunas, donde el artista las había posicionado mediante compás y
transportador. Sólo había uno que reía y no era Merlo, era el destino.
Es
cierto, Alcoyana se inquietó, pero rápidamente advirtió que las aceitunas sólo
indicaban que algo iba a ocurrir. Cómo siempre e indefectiblemente ocurren
cosas -buenas y malas- la señal no contenía información alguna: significaba
nada. El Turco siguió su vida como
siempre, viviendo cada instante sin preguntar por el siguiente, dejando el
destino sin efecto. Eso si, le jugó los 15 pesos que tenía al 444.
Los
mandalas de Merlo tenían usos diversos. Eran notables sus propiedades
relajantes, pues los muchachos se relajaban mucho luego de comerse un par de
mandalas con moscato. Los mandalas Don Nicola fueron también un excelente canal
de comunicaciones codificado. En colaboración con el quinielero Soguita se
desarrolló un código que permitía representar números de 3 cifras en una pizza
de muzzarella. Una especial permitía resolver hasta 2 decimales.
En
la búsqueda de colores y texturas, nuestro artista hizo pizzas algo extrañas,
bellas pero incomibles, como la pizza de remolacha con capuchones de birome bic
y la de flores de Santa Rita con corcho rallado. Esto fue atentando contra la
pizzería y con el tiempo el artista le fue ganando al pizzero. Los mandalas
fagocitaron a las pizzas, el local se transformó en una galería de arte y
finalmente cerró. Dicen que Merlo ahora hace buenos helados; pero mandalas…
mandalas sólo para los amigos.
[1]
Si una cadena comercial tiene éxito significa que el pueblo-ciudad se
transformó en una ciudad-pueblo: una tristeza.
[2]
Recuerdo este episodio en detalle. Estaba yo con mi papá, comiendo pizza en una
mesita cercana al hecho. Mi viejo siempre tomaba moscato con la pizza y yo
crush. No sé si del susto o qué, pero me deshice de mi botellita de gaseosa
apoyándola en el piso contra la pared. Me serví moscato y le di un trago.
Recibí la mirada de aprobación de mi viejo y me sentí iniciado.
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