domingo, 21 de julio de 2013

Pizza Mandala Por Enrique Spinelli

Los muchachos del Alas Balcarceñas siempre salieron muy poco fuera de su club, pero solían ir al bar de Moschetto y a la pizzería “Don Nicola” de Merlo. Ellos habituaban estos lugares porque eran de esos negocios personales, que  con su personalidad alimentan a la esencia de un pueblo. A su vez, un pueblo es el único hábitat posible para estos sitios. Aquí, las cadenas y las franquicias no funcionan[1] porque no tienen personalidad y no puede ser de otro modo, pues no tienen personas: tienen CEO, pizzero junior, pizzero senior y pizzero despedido. En estos lugares todo es siempre igual y algo que no cambia es la nada. Por el contrario, cada pizza Don Nicola es única, irrepetible y un claro reflejo del estado de ánimo del pizzero en ese instante. Son fotos de su alma.

En las cadenas, el cliente promedio tiene razón. En Don Nicola, el amigo es quien tiene razón. Yo mismo vi a Marmorato sacar a patadas en el culo a un cliente que pidió cerveza -¡Cómo va a tomar cerveza con pizza Don Nicola! ¡Sacrilegio! [2]

A los muchachos les agradaba esta pizzería porque Merlo, su dueño y pizzero, es inquieto como Marmorato, personas que no se conforman con lo clásico y establecido. Este célebre pizzero balcarceño inventó la pizza rellena, la pizza enrollada y siempre fue por más. Tan es así que en un momento ya no hizo más pizzas sino mandalas, la masa era sólo una excusa, un sostén, un soporte para su expresión, que fluía a través de estas obras geométricas.

Como dice wikipedia, los mándalas son diagramas o representaciones esquemáticas y simbólicas del macrocosmos y el microcosmos. Son obras de tipo geométrico, en general circulares o cuadradas, aunque Merlo también las exploró triangulares, cilíndricas, lanceoladas y sagitadas Las preparaba con rodajas de salamín, morrón, aceitunas y aquello que tuviera a mano. Todo precisa y prolijamente posicionado, inclusive cada una de las hojitas de orégano, que disponía en perfecta simetría. Por supuesto que demoraba muchísimo, pero esto no era ningún problema para los muchachos, que valoraban el arte de su amigo. Además, Merlo demoraba mucho en preparar las pizzas, pero mucho más demoraban ellos en pagarle.

-Eh Nicola, ¿cómo se te ocurrió esto de los mandalas?
-Ejem, “mandala” en sánscrito significa “círculo sagrado” ¿Que más sagrado que esta pizza que estoy posando en vuestra mesita, que será compartida entre amigos, como hostia consagrada de muzzarella y regada con moscato Crotta? Esta obra contiene mucho de mí, es casi yo y pasará a formar parte de vuestro cuerpo. Soguita se quedó pensando un poco, tal vez algo impresionado, pero Marmorato y Alcoyana asintieron con la cabeza sin parar de devorar mandala y escupir carozos a la vereda.

-Me alegra mucho que les gusten mis obras. No se si será porque estos mandalas lo merecen, o porque me aprecian. En cualquier caso ¡me alegra mucho!

Cómo toda obra de arte, los mandalas permitían pispear el estado de ánimo del artista. Si aparecían mandalas de morcilla, Alcoyana desplegaba todo su arsenal de chistes y hasta Soguita se esforzaba con alguno. Era maravilloso cuando aparecía un mandala con morrón tricolor. Ahí abrían todas las puertas y ventanas del local, Alcoyana se sentaba en la ventana con los pies colgando para afuera en la 17, recitaba poemas a cada una de las mujeres que pasaban y las invitaba a sentarse a la mesa.

-¿Pizza? ¿Porque mejor no me regala un jazmín?
-No, jazmín no. Te voy a regalar una cebolla y un morrón colorado. ¡Merlo hará maravillas con blanco y rojo reflejados en el grisazul de tus ojos!
-¡Que ordinario! ¡Con una pizza de cebolla no va a atraer a una chica como yo!
-¡Tiene razón Señorita!, esa es la idea.

Un día ocurrió un hecho muy extraño. Llega el mandala a la mesa y las 4 aceitunas estaban en la porción que apuntaba a Alcoyana. El Turco quedó pálido, atónito. La cosa era muy rara porque en la pizza no se observaban los hoyos originales de las aceitunas, donde el artista las había posicionado mediante compás y transportador. Sólo había uno que reía y no era Merlo, era el destino.

Es cierto, Alcoyana se inquietó, pero rápidamente advirtió que las aceitunas sólo indicaban que algo iba a ocurrir. Cómo siempre e indefectiblemente ocurren cosas -buenas y malas- la señal no contenía información alguna: significaba nada.  El Turco siguió su vida como siempre, viviendo cada instante sin preguntar por el siguiente, dejando el destino sin efecto. Eso si, le jugó los 15 pesos que tenía al 444.

Los mandalas de Merlo tenían usos diversos. Eran notables sus propiedades relajantes, pues los muchachos se relajaban mucho luego de comerse un par de mandalas con moscato. Los mandalas Don Nicola fueron también un excelente canal de comunicaciones codificado. En colaboración con el quinielero Soguita se desarrolló un código que permitía representar números de 3 cifras en una pizza de muzzarella. Una especial permitía resolver hasta 2 decimales.

En la búsqueda de colores y texturas, nuestro artista hizo pizzas algo extrañas, bellas pero incomibles, como la pizza de remolacha con capuchones de birome bic y la de flores de Santa Rita con corcho rallado. Esto fue atentando contra la pizzería y con el tiempo el artista le fue ganando al pizzero. Los mandalas fagocitaron a las pizzas, el local se transformó en una galería de arte y finalmente cerró. Dicen que Merlo ahora hace buenos helados; pero mandalas… mandalas sólo para los  amigos.

[1] Si una cadena comercial tiene éxito significa que el pueblo-ciudad se transformó en una ciudad-pueblo: una tristeza.


[2] Recuerdo este episodio en detalle. Estaba yo con mi papá, comiendo pizza en una mesita cercana al hecho. Mi viejo siempre tomaba moscato con la pizza y yo crush. No sé si del susto o qué, pero me deshice de mi botellita de gaseosa apoyándola en el piso contra la pared. Me serví moscato y le di un trago. Recibí la mirada de aprobación de mi viejo y me sentí iniciado.

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