Mark Twain es el pseudónimo de Samuel Langhorne Clemens,, el gran humorista norteamericano mundialmente conocido. En el cuento trascripto muestra su natural ingenio en un continuo juego de frases. Además de sus relatos festivos, como Viajes humorísticos. Cuentos humorísticos, etc., escribió libros notables dedicados a los niños: Las aventuras de Tom Sawyer, Las aventuras de Húck , Príncipe y Mendigo
A falta de otra cosa, contamos una vez en nuestro periódico,
la aventura de un desventurado que, según nuestro relato, para poner término al
infernal estrépito de unos gatos, se había encaramado en camisa en el tejado la
noche del 31 dé diciembre, provisto de zapatos viejos a guisa de proyectiles.
Después de haber continuado la caza airadamente sobre siete u ocho tejados, el
hombre se había resbalado por un tragaluz y había caído en una habitación
desconocida, de la que escapó perseguido por un hombre espantado, teniendo que
ocultarse tras una chimenea y esperar el alba tiritando, con el miedo de que la
policía lo descubriese y le descerrajase un tiro. El episodio era pura
invención, y al héroe se le había dado un nombre cualquiera muy común: el de
Pérez; pero una semana después, entró en la redacción un anciano caballero, en
cuya fisonomía se pintaba formidable ingenuidad. Se llamaba Pérez, vivía en una
casa como la descripta en el cuento, y venía a declarar que la anécdota era
completamente falsa y extremadamente ofensiva para él.
—Cuide mucho, querido señor — le dijimos, mirándole
fríamente —; cuide mucho de cómo habla. Conocemos a fondo todas las
circunstancias del hecho. ¿Querría Ud. negar, acaso, que ha andado a zapatazos
con aquellos gatos?
—¡ Nunca! ¡ Nunca! — exclamó Pérez —. En mi vida he estado
sobre ningún tejado en camisa.
—Y nadie ha dicho que Ud. haya estado. ¿Quién ha oído hablar
nunca de tejados en camisa? Sería un tejado muy raro, por cierto.
—Quiero decir — replicó Pérez — que no es verdad quo yo haya
saltado de la cama en camisa.
—Tampoco encontrará Ud. eso en el periódico. ¿Dónde hay
camas en camisas?
—¡ Pardiez!, — objetó Pérez —. Lo que quiero decir es que
nunca he pegado a los gatos en camisa.
—Y se comprende, querido señor. Y, ¡ojalá no tenga Ud. nunca
que tratar con gatos en camisa, ni siquiera en pantalones!
—Pero, ¡ por Dios! — imploró Pérez, esforzándose por
permanecer tranquilo—. Ustedes han escrito que yo he salido al tejado con mi camisa
solamente para espantar a los gatos.
—Dispense Ud. Nosotros no hemos dicho que Ud. se haya puesto
la camisa solamente 'con ese objeto, ni menos nos hemos metido en si la camisa
era o no la. suya. Por lo que sabemos de ella, podría ser hasta la camisa de
Mahoma.
—Pero si, según ustedes, yo he puesto en fuga a los gatos
con zapatos viejos.
—Nosotros no hemos hablado de gatos con zapatos.
—¡ No quieren entenderme! aulló Pérez, exasperado—. Nunca
jamás he tenido que hacer con gatos en los tejados, ni he tirado zapatos en
camisa.
—Señor Pérez, ¡ seamos formales! Si puede Ud. indicar un
párrafo del periódico en que se le acuse de poner camisas a los zapatos para
tirarlas a los gatos, estamos prontos a escribir una apología de cuatro
columnas y, además, cuando muera, le haremos un monumento. Usted no puede ser
capaz de semejantes extravagancias... ¡Oh, no!
—¡ Tunantes! — rugió Pérez —. Yo os digo que todo el maldito
relato de la caza gatuna y del tirar zapatos, y del quedarme en el tejado
pegado a la chimenea para estar caliente, es una calumnia descarada.
—¿Y para qué pegarse a la chimenea sino para calentarse?
—Yo no me he pegado a la chimenea. Yo no he visto acabar el
año sobre el tejado, pegado a la chimenea.
—Pero, vea Ud. señor Pérez, vea Ud. ¿ Cuándo hemos dicho
nosotros que el año haya concluido sobre el tejado, pegado a la chimenea? Usted
desvaría, señor Pérez.
—¡Basta! ¡Lo veremos! — gritó Pérez, furibundo —. ¡Yo no he
tirado zapatos! ¡Nada es verdad ! ¡Toda la noche he estado en la cama! ¡Quiero
una rectificación! ¡Quiero una rectificación!... sí, ¡os acuso de libelistas!
¡Os acuso, os acuso!
Ahora bien, el jefe de redacción puso una nota sobre el
escritorio de cada uno de los redactores, pidiéndoles que en lo sucesivo se
cuidaran muy mucho de frenar un poquito más la imaginación cuando de la
tipografía avisasen que faltaba material. . .
De El Monitor de la Educación Común, según la versión,
publicada en el N° 807. Buenos Aires, marzo de 1940. Publicado en el libro "Corazón de colegial" de Fernández - Castagnino. Editorial Estrada, edición de 1957
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