sábado, 27 de julio de 2013

EL ENCUENTRO. Por Pilar Serrano Rodríguez -Madrid

Estaba muy nervioso cuando su dedo índice apretó el timbre de la puerta. Su mirada se detuvo en el cartel en el que se leía:
"Dios bendiga a todos los que habitan en esta residencia"
Fueron unos segundos que le parecieron horas; por fin abrió la puerta una joven  de uniforme blanco. Le dio los buenos días y le preguntó que deseaba.
Antonio llevó la mano hacia su sombrero elevándolo ligeramente durante unos segundos y manifestó su deseo de saber si vivía allí Lucía Rodríguez.
- Sí afirmó la empleada, vive aquí, ¿es usted algún pariente?
- No, respondió Antonio. Soy un amigo lejano, pero me gustaría verla.
- Claro, pase por favor. ¿Hace tiempo que no la ve?
Hizo recuento mentalmente, y respondió Antonio, más de cuarenta y cinco años. Imagino que  el cambio será muy notable, tampoco yo, estoy como antes.
- Ahora Lucía -dijo la empleada-, se encuentra en cama porque anoche tuvo fiebre y está muy resfriada, pero si quiere pasar, acompáñeme que le llevaré a su habitación, aunque lo único que le pido es que su visita sea breve porque ella no está bien.
Antonio sentía que el corazón se le oprimía, llevaba muchos años anhelando ese encuentro. Tanto miedo sentía, que sus pies parecían estar clavados a las baldosas. Antonio respiró profundamente y siguió a la empleada.
Unos nudillos golpearon en la habitación de Lucía. No hubo respuesta. La empleada fue a la cabecera de la cama y comentó:
- Tienes visita. Luego se dirigió a Antonio. - Recuerde y sea breve.
Lucía era extremadamente delgada, con el pelo blanco, la cara llena de arrugas, aunque su mirada no había perdido el brillo de sus ojos. Antonio siempre le encantó mirarse en ellos, seguían igual que siempre, inmensamente azules.
Le cogió las manos y las estrechó contra las suyas, preguntó:
-¿Cómo estás?
Lucía, le devolvió una sonrisa.
- ¿Te acuerdas de mí? Soy Antonio, fui tu novio.
- No, no me acuerdo respondió ella.
Hace tantos años que dejamos de vernos. Del bolsillo del pantalón extrajo un paquete de caramelos.
- ¿Y ahora te acuerdas? Hay que ver lo que te gustaban.
Lucía no era capaz de abrir el paquete y Antonio, se prestó voluntario.
Violetas, sí violetas. Siempre que Antonio cobraba la paga a final de mes, le sorprendía con un paquete de caramelos.
- Gracias , fue lo único que dijo Lucía.
Antonio se fijó en la estantería que había encima de la cama. Una fotografía de cuando ella era joven, con la melena larga y rubia. Fue ver aquella imagen y Antonio volvió a sentir “mariposas en su estómago”. Otra foto de los nietos, otra de sus hijos y la imagen de Jesús, de la que siempre Lucía fue muy devota.
Antonio recordó las palabras de la empleada y prefirió despedirse.
- Si quieres, la semana que viene puedo venir a verte y seguramente ya estarás mejor.
Le besó la mano, pero Lucía cerró los ojos antes de que él saliera de la habitación. Con mucha calma le explicaría el motivo de su marcha. Tal vez, ella aun seguía sin perdonarle.
Al jueves siguiente fue a la residencia y esta vez no reparó en el cartel de la entrada. Blanca, la empleada, se acordaba de la visita de Antonio. Ya verá como la encuentra mucho mejor. Está sentada en el jardín.
Antonio se acercó a Lucía, le dio un beso en la mejilla aunque parecía muy atrevido. Sin embargo Antonio era una persona tímida; para qué esperar más. Lucía le devolvió el beso y al hacerlo, sus mejillas se sonrojaron, conservaban la misma frescura que cuando le robaba un beso en la cara. Él le dio un paquete de caramelos y Lucía rápidamente se metió uno en la boca.
- Están riquísimos, gracias. ¿Fuiste tú el que vino a verme la semana pasada?
Antonio aunque deseaba hablar no sabía cómo romper el hielo y eso que estaba deseando hacerlo.
Se acercaron a ver a Lucía, Lorenza y Luisa (dos residentes). Con descaro preguntaron:
- ¿De dónde ha salido éste hombre tan guapo? ¿Es tu novio?
Antonio, prefirió no contestar y Lucía no supo qué decir.
- ¿Quieres que demos una vuelta por el jardín? Hace una buena mañana.
Lucía a duras penas se podía levantar, las piernas le fallaban.
- Agarrate a mi brazo que irás mejor, aunque será mejor que pongas la chaqueta, no sea que vuelvas a resfriarte.
El brazo fuerte de él, le daban seguridad en los pasos torpes de Lucía.
Después se sentaron a charlar a la sombra de un árbol que les cobijaría de los rayos del sol. Antonio comenzó a relatar la primera vez que la descubrió en el rellano de la escalera del instituto; Lucía tendría unos trece años, llevaba dos coletas y un traje rosa. Los dos se ruborizaron al mismo tiempo cuando sus miradas coincidieron.
- ¿Porqué no me escribiste? Nadie sabía decirme dónde estabas comentó Lucía.
- Te escribí y un montón de veces, pero eras tú la que no contestaba a mis cartas dijo Antonio.
- Te estuve esperando durante años, pero me enteré de que ibas a tener un hijo con otra y mis padres me pidieron que era mejor que te olvidase.
- Lo siento no me quedó más remedio que casarme y fue un fracaso. En la última carta que te escribí te lo decía, pero me la devolvieron y en el sobre ponía “desconocida”.
Antonio de irse, volvió a darle un beso en la mejilla.
- ¿Quieres que te traiga más caramelos?
- Sí, siempre fui muy golosa y sigo siéndolo. Hasta el jueves dijo ella.
- Hasta el jueves respondió él.
Antonio llevaba muchos años viudo, pero nunca descartó la idea de volver a encontrarla. Sus primeros poemas, los primeros escarceos amorosos y las citas a escondidas aun las tenía guardadas en su corazón.
Gracias a una prima de Lucía supo que ella vivía en una residencia en Madrid, que no admitía visitas y tampoco deseaba que nadie la hablase. Sin embargo ahora desde unos meses atrás su actitud había cambiado.
Cada jueves, Antonio se ponía su mejor traje, incluso parecía que el reuma había dejado de darle la lata y sus movimientos eran menos torpes.
Una tarde que jugaban a las cartas. La directora de la residencia, reclamó la presencia de Antonio, quería saber quién era la persona que había hecho posible la mejoría de Lucía y sobre todo porque era más comunicativa y se la veía feliz. Antonio también confesó que a él le ocurría lo mismo. Tenía ilusión por verla, por estar a su lado. Manifestó su deseo de llevársela a su casa. La directora, dijo que eso no era posible ni recomendable para la enferma porque el tratamiento requería mucha constancia y esfuerzo y que en ningún caso podía abandonar la medicación.Si así lo hiciese, su enfermedad de Parkinson avanzaría más deprisa.
Antonio comprendió que era tan impetuoso como cuando era joven.
Ahora bien, le propuso la directora, podemos llegar a un acuerdo y es que no hace falta que venga solo los jueves puede venir cuando quiera.
- Muy bien contestó, él.
Lucía, esperaba impaciente en el banco, Antonio no cabía en sí de gozo.
- Me han dicho que puedo venir cuando quiera y estoy decidido a quedarme aquí contigo.
- ¿De veras, lo harías por mí?, ¿estás seguro de que no te arrepentirás? preguntó Lucía
- Claro que sí, mis hijos no me necesitan, tienen sus vidas resueltas y yo sólo deseo estar junto a ti, al lado de la persona que siempre he querido.
- ¿Crees en el destino? preguntó Lucía.
- Por supuesto afirmó Antonio.
Parecían recobrar vida hasta las rosas, el aroma del jardín se había hecho tan intenso que de nuevo brotaba otra vez la primavera.  

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