sábado, 10 de agosto de 2013

Santiago de Liniers, Conde de Buenos Aires. - Por Por Paul Groussac

“Con buena sombra y simpatía evidente por la protagonista, refiere el mayor Gillespie un episodio en que fueron testigos él y cinco o seis compañeros de armas, la noche misma de su entrada triunfal en la ciudad. Para rehacerse de tanta penuria reciente, habían ido a comer a la célebre fonda “Los tres reyes”, situada como todo el mundo sabe, en la calle de Santo Cristo, 25 de mayo. Tocóles sentarse en la misma mesa que algunos oficiales españoles y un señor Barreda, criollo letrado, que amablemente les servía de intérprete. Mezquina era la cena huevos y tocino-, como que los mercados no se abastecían desde la antevíspera; pero alegraba la vista una arrogante muchacha, hija del mesonero, que ayudaba al servicio. El excelente mayor, recién llegado del Cabo, con setenta días de travesía, observaba a la joven con vivísimo interés. No tardó en sospechar que algo muy grave pasaba en ella: su ceño airado, sus encendidas mejillas y ojos centellantes eran indicio de una tempestad interior. El narrador confiesa que se sentía desazonado de buena fe, ignorando sobre quién descargaría la tormenta. Al fin estalló. Cuadrándose de repente delante de los pobres milicianos, la hija de los Tres Reyes espetóles esta arenga desnuda de artificio: “Caballeros, debieran avisarnos de antemano que era su intención cobarde entregar a Buenos Aires; pues por mi vida que a saberlo nosotras, las mujeres, hubiéramos salido a la calle y echado a pedradas a esos ingleses…”

Episodio en la fonda de “Los tres reyes”, contado por  Gillespie

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