sábado, 10 de agosto de 2013

TRABAJOS VIRILES DEL GAUCHO - Por Juan Carlos Dávalos

Examinemos los recursos con que cuenta el gaucho y las exigencias de su adaptación al ambiente. Para sus industrias viriles utiliza el único material de que dispone en abundancia: el cuero de vaca. Una herramienta sintética, el cuchillo, le basta para confeccionar sus numerosos pertrechos de jinete. El ensillado, que consta por lo menos de treinta piezas diferentes, es obra de su labor manual. De sus callosas manos salen, prolijamente sobadas y ensebadas, coyundas, maneas, lonjas, pencas, tientos, presillas y tor-sales destinados a las faenas agrícolas y al trabajo del monte. De sus toscas manos salen, elegantes guardamontes, coletos de becerro cosidos a lezna, retobos para el chambergo, guarda-calzones de cordobán para proteger la ropa, y de sus manos salen lazos para apresar el ganado en el corral y en la selva.
Del cuidado que el artífice pone en la confección de algunas de estas piezas depende con frecuencia su seguridad personal y a menudo su vida misma. Y ha de estar continuamente reponiendo las piezas que se acaban y componiendo las que se deterioran por el uso, tareas estas engorrosas y prolijas, que requieren tiempo, arte y paciencia.
La más concienzuda de las industrias gauchas es la fabricación del lazo. Los hay de dos tipos: el fuerte lazo del monte que mide por lo común nueve brazadas, y el otro más delgado o de corral, que suele alcanzar quince brazadas. Consta todo lazo de dos piezas sólidamente yapadas, la una larga, de cuatro tientos o ramales y la otra corta, de seis ramales, que es precisamente la yapa. El extremo correspondiente a la pieza larga termina en una presilla de botón tejida y se prende al asidero, en la cincha. El cabo opuesto acaba en una argolla de hierro por la que se escurre la armada: esta porción es la más fuerte para que resista a las tensiones más violentas, y es la más pesada, para que el lazo, al ser revoleado, tenga pulso y alcance. El buen lazo no debe ser tramposo como piola, sino armado y semirígido, como culebra. El buen lazo no proviene, por supuesto, de cualquier cuero ni se trenza en cualquier estación del año. Los mejores provienen de animales machos que tengan el pelaje castaño y las astas rubias. El cuero ha de estar libre de las desgarraduras epidérmicas que dejan las espinas y ha de ser de animal flaco, de vaca o de novillo y no de buey ni de toruno... Los animales gordos dan lazos copiosos, es decir, escamosos, y, por lo tanto, inservibles.
Elegido el cuero, se lo estaquea, se lo estira al máximum y si el tiempo está húmedo se lo remoja y se cortan los tientos. Aquí empieza la verdadera obra de arte: hay que sacar los tientos bien parejos, operación que exige cuidado y sumo tacto. Esta parte del trabajo suele estar a cargo de ancianos especialistas. En Pampa Grande (una estancia del doctor Indalecio GÓMEZ), famosa entre otros prestigios por sus magníficos lazos, el más hábil preparador de tientos era un gaucho ciego. Sólo él podía, tanteando con los dedos, corregir defectos que ni los ojos ni las manos de los jóvenes habían podido evitar.

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