miércoles, 20 de noviembre de 2013

El fotógrafo de Plaza Italia - Por Ezequiel Feito

Hacía un buen rato que mi amigo y yo estábamos escuchando a un tipo que desesperadamente pedía que  lo metiéramos preso…

- … la fotografía, señor juez, la conservaré como prueba. Sé que es muy difícil creerlo pero le juro que todo lo que conté es verdad. No me importa lo que piense el país entero, ni siquiera los de mi familia. Sólo me bastará que usted crea lo que le digo, porque de otro modo no tendré siquiera la esperanza de una redención. Por favor, déjeme explicárselo por última vez. Yo sé que finalmente va a entenderme.

“Esto comenzó hace casi un año. Íbamos con mi esposa caminando por Plaza Italia. Era otoño, y el día tenía una luminosidad tan intensa que aún a pesar del temprano frío, la gente salía a la calle a disfrutar del tibio sol de la mañana. Al llegar a la plaza, quisimos recordar ese agradable paseo sacándonos una foto. Nos dirigíamos a uno de esos fotógrafos “de cajón”, cuando de repente alguien tocó mi hombro.
¿Una foto, Don? Se la hago por menos de la mitad de lo que cobran esos tipos.
No me pareció el fotógrafo ni peor ni mejor que los que estaban ahí, pero la cuestión del dinero terminó por convencerme. Cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo mismo, así que nos pusimos abrazados con una estatua de fondo y junto al cantero que usted ve en la foto... ¡Ojalá nunca lo hubiéramos hecho!
Al rato me entregó la foto. La miré: tenía una calidad y una nitidez realmente fuera de serie. Nunca había visto tan buenos colores ni tan brillantes. Tome, mírela. Tiene una definición realmente extraordinaria. Yo puedo apreciar con una lupa cualquier detalle como si estuviera viéndolo en la misma plaza.
La pusimos sobre la cómoda, dentro de un portarretratos modesto. En principio, no pasó a ser más que una simpática decoración hasta aquel día en que, quizás por aburrimiento o con la intención de recordar mejores épocas, comencé a mirarla con detalle.
Muchas veces disfruté viendo con qué claridad nos había retratado. Observaba cómo estábamos vestidos y la sonrisa de cada uno. ¡Nuestras sonrisas! En fin, todo lo que comúnmente se mira en una foto, hasta que de repente, mis ojos se detuvieron en una mancha confusa que no parecía formar parte del paisaje. A simple vista no la pude distinguir bien, pero mirándola más detenidamente parecía una reunión de personas. Por curiosidad tomé una lupa y pude entrever algo que me inquietó. No sé por qué, señor juez, eso me dio miedo desde el  primer momento, así que la dejé donde estaba, pero me había quedado cierta aprehensión  por la escena. Al cabo de unos días, la mancha seguía dándome vueltas en la cabeza. Pedí una lupa más potente a mi vecino, fui a la foto y pude ver con bastante nitidez que una de las personas que estaba en esa ya no tan confusa mancha, era yo. Delante de mí iba un ataúd. Pude leer el nombre del que había muerto: Era el de mi esposa.
Por supuesto, miré esa escena tantas veces como pude sin comentarle nada a ella. Cuanto más la miraba, más clara estaba en mi cabeza, hasta que un día, cuando la pude ver a simple vista, la llamé y le dije: “-¿No te parece que hay algo raro en esta foto?”  - le pregunté-. 
“No” me dijo-. “Mirala bien”. “No veo nada” “¿Estás segura?”  “Si…pero, ¿qué te pasa?”  terminó por decirme y se fue .  Me quedé inmóvil con la foto en la mano.
El fenómeno duró exactamente dos semanas. Al domingo siguiente ya era nuevamente una mancha borrosa. Desde ese día comencé a mirar más seguidamente la foto, hasta que al domingo siguiente, señor juez, pude distinguir en ella otra escena distinta de la anterior pero más horrible:  Estaba asesinando a mi esposa en nuestra habitación. Con un cuchillo, ¿sabe? A la manera romántica nomás. Una puñalada justo en el corazón. No necesito volverle a decir que ese proceso de nitidez y borrado también duró dos semanas.
No quiero cansarlo más con esto. La siguiente escena fue una discusión; la anterior, una infidelidad; la otra, una cita en un café de Medrano y Córdoba a las cinco de la tarde, y así hasta la semana en la que, señor juez, yo estoy ahora en este instante del futuro, hablando aquí con usted.

El juez se levantó y le dijo que fuera a su casa y no volviera más. Apenado, tomó la foto y casi estaba por cruzar la puerta cuando el juez habló en voz alta para todos y también para sí mismo:
Conozco a ese fotógrafo. A mí también una vez me hizo una foto como ésa, pero apenas la vi, la rompí en pedazos.


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