sábado, 4 de octubre de 2014

LA SEÑAL Por Jorge A. Dágata

        Miraron esos meses por la ventana interior que les entregaba el mundo y disimulaba la espera, algunas veces refugiados en un abrazo y otras en la promesa del timbre que se oxidaba entre el pasto amarillo sin pisadas.
Un hombre había muerto aplastado por su codicia y otro trepaba a la torre más alta para reclamar sus anteojos perdidos, porque sin leer los anuncios no sabía qué comprar.
Fútbol.
Un yate de lujo naufragaba en un mar tan lejano que por primera vez su nombre, mal traducido, invadía la casa después de romper el encierro por el rumbo abierto entre planchas de acero y números inciertos de cuerpos desconocidos, desconsoladamente extraños, el día anterior o el siguiente de aquel en que las mismas aguas habían deshecho cuatro maderas repletas de un oscuro destino fácil de olvidar.
Dieciocho veces habían asaltado el mismo almacén y la última sólo se llevaron las deudas y un gato que dormía entre bolsas vacías, pero prometieron volver.
Un juez sobreseyó a un asesino serial y las víctimas no apelaron.
-¿Otro matecito? ofreció él, con ternura.
-Y bueno…
La pava rezongaba con su acorde cálido y sostenido de las mañanas, mientras un ómnibus de colegiales se desbarrancaba desde una cornisa hacia el vacío inmóvil de rocas coloreadas, arbustos grises y pájaros alborotados, tan cerca del hotel.
Fútbol.
Esta oferta parece tan generosa que vuelven a revisar las facturas pendientes por si una vez siguiera las sumas y restas llegan.
-El mes que viene se resigna ella.
-Y bueno…
La disputa se enfervoriza, las palabras escalan a gritos y la cámara se detiene en los rostros crispados, con una demora adecuada a la nueva revelación que aclarará todo, aunque todo no es posible ni conveniente aclararlo y la rueda continúa con insultos sabrosos en un almuerzo de platos vacíos.
-Menos mal suspiró él, mientras anunciaban que bajaba el nivel de pobreza y más chicos se integraban a las escuelas y menos gente moría por las noches, abandonada a las últimas heladas entre una confusión de hojas sueltas de diarios y retazos de ropas de marca que abrían huecos sobre la piel y la carne y los huesos, confundidos en esos naufragios de un mar tan cercano, reconfortados con la promesa tibia de que, al fin, volvería a amanecer.
Fútbol.
Veinte años después se proclamaba con certeza legal que no había culpables.
-¿Está frío? se preocupó él.
-No. Un poco.
Yo quiero, yo quiero, yo quiero, demandaban los puños cerrados de la multitud, y yo debo rezaba un hombre de otro planeta, yo debo, yo debo, se burlaba su eco solitario.
-Nosotros también- pensaron, sin decirlo.
Había fallado la prueba de un misil que llegaría de un polo a otro en treinta minutos, la cumbre de los grandes concluía con acuerdos y una división de tanques cruzaba la frontera de dos países que no recordaban haber sido uno.
Ella le acaricia el hombro y él retiene esa mano entre las suyas.
-¿Te duele ahora?
-Un poco menos.
Dan la hora, la temperatura y el estado de ánimo y ella abre la ventana; la otra, la que da al jardín.
El cerezo ya empieza a florecer.

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