Todo el oro del mundo parecía
diluido en la tarde luminosa.
Apenas un crepúsculo de rosa
la copa de los árboles teñía.
Un imprevisto amor, mi mano unía
a tu mano morena y temblorosa.
¡Eramos Booz y Ruth ante la hermosa
era que circundaba la alquería!
-¿Me amarás? - murmuraste. Lenta y grave
vibró en mis labios la promesa suave,
de la dulce, la amante moabita.
Y fue como un ¡amén! en ese instante,
el toque de oración, que alzó vibrante
la rítmica campana de la ermita.
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