hasta los crepúsculos de mi atardecer,
nada venturoso pude retener:
todo me robaron ladrones sutiles.
Ladrones sin nombre, sin forma, invisibles,
que al pronto irrumpieron y al punto escaparon,
dejando en mi vida penas que me ahogaron,
dolor y tristeza por siempre sensibles.
Uno me sustrajo la fe en la ilusión;
otro la esperanza, puntal de los sueños;
otros los anhelos grandes y pequeños
y un ladrón ilustre me hurtó el corazón.
De todo lo ido nada volverá.
Estoy en un mundo lleno de penumbra,
los seres y cosas no son sino espuma.
Y en tanto sin ruido la vida se va...
Extraído de "La Prensa",Buenos Aires, 1968.
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