sábado, 28 de noviembre de 2015

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Declarado de Interés Educativo por el Ministerio de Educación de la Nación Res. 1275/ set Ganador de la Categoría C: Juan Valentini, alumno de 5º año de E.S. Nº 4

El misterio de las tapas negras


Son las tres de la mañana y no logro dormir, cansado de mirar el techo doy vueltas, vueltas que me despiertan más. Mi mujer duerme, yo no, no puedo, puntualmente mi mente no me lo permite. Me levanto y me dirijo a mi oficina.
  Soy escritor, es el hobby que alimenta a mi familia y a mi alma. Escribo muchas cosas e incluso, a veces cosas sin sentido. Enciendo la luz y me siento. Mi bolígrafo descansa sobre un periódico, lo miro, parece que me mira y así por un largo rato. Desenfoco la vista y observo el periódico que está bajo el bolígrafo, lo tomo y lo hojeo con desgano. Una página me llama la atención, me detengo a leerla. Era la sección del obituario. En uno de los reconocimientos estaba escrito: “Desvela el misterio y modifica el pasado”  -    Rosalinda Fustos 27 / 7 / 1997


Corría el otoño de 1967 en Villa Epecuén. Fue un día como cualquier otro… bueno, quizá no tanto. El frio y el viento golpeaban incesantemente las aberturas, como esperando una invitación a entrar… Dentro de su casa el clima cambiaba un poco. Las fragorosas llamas del hogar creaban un ambiente cálido y confortable. El fuego escupía luces, luces que se reflejaban danzando caprichosamente sobre su rostro, se movían libremente  sobre sus arrugas, finamente cinceladas por la dureza de una vida sin prejuicios. Su nombre era común, más que común…, perfecto para su edad, su nombre era Rosalinda. Aquel día se sentía feliz, ese raro día otoñal iba a ser único, sucedía una sola vez en la vida y debía hacerse correctamente, había sido una tradición familiar durante siglos y debía continuarse, ese solemne “rito” caracterizaba a la familia Fustos.
Rosalinda tenía una hermosa hija, de un ex matrimonio, se llamaba Martina García Fustos. Esa pequeña era el porqué de la felicidad de Rosalinda.
El reloj marcaba las tres de la tarde…
-¡Martina!
-¿Qué ocurre mamá?
-¡Necesito que vengas, tenemos que hablar!
Con inmancable obediencia bajó las ruidosas escaleras y se sentó frente a su madre.
-Sí, ¿Qué querías decirme?
-Hoy es un día especial. ¿Sabes por qué?
-No… ¿Qué ocurre?
-La familia Fustos ha tenido una tradición desde antaño…
-¿Una tradición?
-Sí, y se encuentra justo ahí dentro.
Firme y decididamente apuntó hacia una caja de plata con 7 candados. La tomó, la depositó sobre sus rodillas y miró a su hija con firmeza.
-Lo que vas a ver ahora no lo entenderás, pero aun así debes hacer todo lo que te diga
-De acuerdo…
Luego de unos minutos, los candados estaban abiertos y el contenido esperando a ser liberado. Con ojos expectantes, Martina, de nueve años de edad, esperó ansiosamente que la brillante tapa de plata se abriera. Al hacerlo, Rosalinda retiró un obsoleto libro de tapas de cuero negro y con un soplido, el polvo se echó a volar. Con un gesto le indicó a su hija que lo tomara…
-¡Dale! No tengas miedo.
-¿Y qué hago con esto?
-Léelo…
Con curiosidad, abrió la tapa de cuero negro y deslizó la primera hoja que estaba en blanco. Repitió la acción con la segunda hoja, que también estaba en blanco y así sucesivamente hasta llegar al final del libro, sin dar crédito de lo que veía.
-“…”
-Está en blanco.
-Sí…me di cuenta, sigo sin entender.
-Martina tienes nueve años, hay muchísimas cosas que no entiendes…
-Y…
-Acuérdate de esto… cuando llegues a tener la edad que tengo hoy revisaras este libro y veras que está totalmente escrito.
-¿Y tú esperas que yo crea eso…?
-No, quizá lo creas y entiendas cuando tengas mi  edad.
-¿Y qué se supone que debo hacer cuando eso pase?
-El libro que tú tienes en tus manos representa tu vida, ahora lo ves en blanco porque todavía te falta “escribirla”. Cuando seas anciana como yo, habrás vivido tu vida y el libro estará escrito. Cuando eso pase podrás manipularlo, volverlo a escribir, para poder tener la vida que siempre deseaste.”
-Sí, Sí, claro…
-Dime ¿Cuál es tu sueño?, no importa si es banal o profundo.
-Emm… No sé… Supongo que cuando sea grande, me gustaría casarme con un escritor inteligente y apuesto, como papá…
-Créeme, en su debido tiempo lo tendrás.
...
A menudo suelo visitar a mis personajes, me agrada que me vean como su creador. Soy una especie de dios literario, solo que no me adoran. Esa madrugada  quise visitar a Rosalinda y a Martina. Hablar, chequear como iba su vida y preguntarles como querrían que “continúe su historia”.
Como su creador soy libre de  entrar y salir de sus casas y siempre soy bienvenido. A la casa de Rosalinda voy caminando, todo me queda cerca. Cree un mundo pequeño… o yo soy muy grande.
Cuando arribo admiro la casa de la familia García Fustos. La arquitectura es bastante clásica, nada mal, siendo que la diseñó un escritor. Me acerco a la puerta con la intención de entrar, voy a tomar el picaporte y siento que alguien me toma del hombro y me sacude. Todo se vuelve negro. Me siguen sacudiendo…
-¡Pablo despertarte! Son las once de la mañana
Me he quedado dormido sobre el escritorio, la página del obituario me ha servido de “almohada”, no fue cómoda, pero al menos me dormí. Me despierta mi mujer, a los gritos, desesperada.
-¡Joaquín entra a las doce y media, apúrate!
El resto ya se lo imaginan. Rutinaria y rápidamente me baño, me visto, almuerzo y aun así mi hijo llega quince minutos tarde al colegio…
Bueno… Fue un gusto escribir este artículo sin sentido… o, con “sentido cotidiano”. A las trece horas empiezo a trabajar, pero antes de dejarlos quisiera presentarme, sí, tendría que haberlo hecho al principio, pero con lo del insomnio me olvide...
En fin… mi nombre es Pablo Otamendi y mi mujer se llama Martina García Fustos.

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