sábado, 19 de diciembre de 2015

Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Mención de Honor de la Categoría A Malena Bottega alumna de E.S. Nº 1 “Lucas Kraglievich”

Mi ángel de la guarda

    - Después de tanto insistir, te voy a contar la historia  de por qué elegimos tu nombre.
    -  ¡Por fin! Ya era hora, nadie me la quería contar.
    -  Todo empezó cuando tenía 12 años y estaba jugando con mi hermana Sol.     Ahora que lo pienso es irónico que se llamase Sol. Ella tenía tan sólo ocho años y se cayó a la piscina que teníamos en casa, no sabía nadar, pero yo sí. No pude salvarla, la dejé morir mirándola hipnotizada, parecía una estúpida, era una estúpida. Desde aquel entonces pasé a cargar con la culpa de que maté a mi hermana, la única que tenía. También fueron mis padres los que me culparon del accidente, los entiendo, debe ser difícil cargar con la mochila de que se les muriera una hija. De ahí pasé de tener una hermana a ser hija única y todos los errores de mis padres cayeron sobre mí, como también todas las exigencias. Mis padres pretendían que yo fuera perfecta, que yo no cometiera ningún tipo de error. Aunque  ya había nacido fallada.     Gracias a eso es que estoy indignada y enojada conmigo misma por no poder ser la chica que siempre quise ser.
    Fue tanta la depresión que me mareaba, me sentía mal, como ahogada; lloraba muy seguido, me desmayaba, entre otras cosas. Mis padres me llevaron a muchos tipos de doctores; a Mar del Plata, a Buenos Aires, a Azul, hasta llegaron a llevarme a Cuba, porque decían que ahí estaban los mejores médicos. Todos nos dijeron que lo que necesitaba era un control psicólogo, pero mis padres no querían llegar a ese punto, sostenían que los psicólogos eran para locos y que yo no tenía ningún tipo de genes de locura, porque ellos no lo eran. Sin embargo, después de unos meses, decidieron consultar con uno
    Por ese entonces, ya me notaba un poco rara, no tomaba ni una decisión por mi cuenta, no caminaba ni un paso sin preguntarle al de al lado si le iba a perjudicar ese paso. Empecé sentándome atrás del todo en la escuela; era la tímida, la que no se expresaba, la antisocial. Aunque yo tenía a Milagros, mi amiga,  mi confidente, con  quien éramos muy unidas, pienso que era casi un milagro que una chica como ella fuera mi mejor amiga.
    A los 14 años,  me diagnosticaron que tenía una enfermedad psicosomática, no entendí mucho en ese momento,  pero sé que era una enfermedad que se produce por causas de emociones vividas . Estaba deprimida por lo de Sol, porque sentía que mis padres no me querían, que me odiaban por lo que les hice. Yo sentía que los había defraudado desde el minuto cero en el que nací. Me sentía, por así decirlo, el fracaso en vida.
    Esa enfermedad no se iba absolutamente con nada más que  con tratamientos psicológicos, eso era otra decepción más para mis padres. No lograba entender cómo es que con todos los esfuerzos que yo hacía para que se sintieran orgullosos de mí, lo arruinaba todo y lograba que se sintieran decepcionados, aún más. Yo creía que la única que me entendía era Milagros, y le decía que ella me servía más que mi psicólogo.
    Milagros era una persona muy buena, tan santa; era mi único héroe en este caos, pero yo notaba que sus ojos nunca le brillaban del todo. Nunca le quise preguntar qué le pasaba, ya que una vez lo hice y casi se enoja conmigo.
Tiempo después, ya con 16 años, me llegó una llamada, era de la madre de Milagros diciéndome que por favor fuera a su casa ya que mi amiga me necesitaba. En ese momento se me paró el corazón. En el camino casi me muero pensando que le podría haber ocurrido algo y  me imaginaba lo peor de lo peor. Cuando llegué, allí estaba Milagros. Acostada en la cama llorando. Fue en ese instante que me respondió aquella pregunta que en algún momento yo le había hecho. Me dijo que ella no era lo suficientemente feliz,  porque desde sus 13 años que le habían diagnosticaron cáncer de huesos. Éste surgió por una quebradura o fractura y era causado por un tejido anormal o algo así. Lo terrible era que Milagros se podía morir y si ella se moría se iba a ir una parte de mí con ella. También me dijo que yo debía ser fuerte, y que no me tenían que importar más las reacciones de mis padres, porque ellos no me entenderían nunca.  Me aconsejó que fuera feliz a mi manera y que siguiera mi vida, que no estuviera mal.  Todo eso era algo imposible para mí, yo sentía una gran angustia en el pecho, no quería que le sucediera nada malo, y mucho menos que muriera.
    Un par de días después, me volvió a llamar la mamá de Milagros, pero esta vez llorando, avisándome que ella había fallecido esa  misma mañana. Recuerdo que sentí que una parte de mí se había ido  con ella. Ya no me quedaban héroes en este caos, ya no tenía a mi confidente, ya no tenía con quien reírme. Pensé que ya no iba a tener esa luz que irradiaba ella cuando la veía, que volvía a estar sola como antes, que nadie me iba a entender como ella. Supe que ya no me quedaban razones para seguir viviendo. También, como para no perder la costumbre, me sentía culpable, porque yo sabía que se podía morir y no hice nada. Aunque en este caso yo sabía que no podría haber hecho absolutamente  nada.
    Luego de este lamentable episodio, mi enfermedad psicosomática aumento.Mi psicólogo les dijo a mis padres que era raro, rarísimo que una chica de 17 años sintiera deseos de morir (decepción número mil para mis padres). Les dijo que yo no sentía ninguna necesidad de vivir, que no tenía ganas de jugar, de tener algún novio, de tener un perro , de compartir, de nada. Que no tenía remedio mi enfermedad, que iba a estar deprimida de por vida,  sin ganas de vivir. En otras palabras, que yo estaba muriendo lentamente.
    El tiempo pasaba implacable y ya no comía, estaba más flaca de lo normal.     Mis padres me seguían llevando al psicólogo, yo ya no superaba ni un poquito mi depresión. Continuaba antisocial y  no tuve otra amiga.
    Comencé la facultad y a estudiar psicología para ver si me podía autoayudar. Pensé durante mucho tiempo lo que me había dicho Milagros, hasta que decidí utilizar todo el dinero que había ahorrado desde niña para comprarme mi propio departamento, obviamente que no era suficiente, entonces comencé a trabajar, para pagarlo y pagarme mis estudios.
    Esta decisión la había tomado para alejarme de aquellas personas que vendrían a ser mi familia, que sólo me hacían mal. No me sentía del todo bien, pero quería estar totalmente lejos de ellos.
    Cursando en la facultad, ya casi con 22 años, llegó mi salvavidas, Santiago, tu papá, quien me salvó de la enfermedad. La verdad es que yo nunca me hubiese fijado en él, sino hubiera insistido tanto para conocernos. Él estaba muy enamorado de mí y me enamoró a mí. Santiago es la persona más linda y buena del mundo, lo quiero y él me quiere bien. Desde aquel entonces es que somos inseparables. Él me hizo sentir casi una reina, me trataba como tal.
    Los psicólogos se asombraron de que se me hubiera ido la enfermedad psicosomática, no lo podían creer. Tampoco tenía una razón exacta, pero así sucedió, me curé del todo y desde ese entonces estoy bien.
    Con mis padres ya dejé de tratarme hace tiempo, logré escuchar y entender esas últimas sabias palabras de Milagros, mi ángel de la guarda, quien me cuida, esté donde esté. Ya no me siento sola, me siento acompañada por tu papá y varios amigos que he hecho. En aquel tiempo me sentía muy feliz, estaba muy bien.
    Después de casi tres años de novios, quedé embarazada de vos ,hija,  y como fuiste una nena y no un nene, te puse Milagros en honor a mi ángel de la guarda.
Y así fue, mi querida hija,  eso es todo lo que querías saber. Por lo tanto,  esa es la historia de tu nombre, la de “mi ángel de la guarda”.

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