Amo el nombre gentil, amo la honesta
Aura del rostro que del pecho arranca;
Amo la mano delicada y blanca
Que mi lloro a secar acude presta;
Los brazos donde yo doblo la testa,
Que a mi trabajo sirven de palanca;
Amo la frente pura, abierta, franca,
Donde toda virtud se manifiesta.
Pero amo mucho más la voz sencilla
Que el ánimo conforta entristecido
Convenciendo y causando maravilla;
La voz que cariñosa hasta mi oído
Llega al alba a decirme dulce y bajo:
-Hijo mío, es la hora del trabajo.
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