Terminado el festín, la mesa alzada,
Salía yo al acaso,
Cuando encontré en el fango arrodillada
Una niña a mi paso.
Las ropas desceñidas y andrajosas,
Pálida y balbuciente,
Imploraba con manos temblorosas
La piedad de la gente.
Arrojando en su falda una limosna
Dije a la pordiosera:
-Corre ¡infeliz! y hacia tu madre torna,
-¡Quizá llora y te espera!-
Una errante sonrisa de pasada
Plegó su labio yerto,
Y fijando en el cielo la mirada,
Dijo: - ¡Mi madre ha muerto!
Dijo: - Mi madre ha muerto; el hambre aterra;
La estación es muy cruda;
¡Nadie en mí piensa ya sobre la tierra,
Huerfanita y desnuda! —
Fuerza es sin duda que el dolor nos venza
Viendo al menesteroso;
Yo ante miseria tal sentí vergüenza
De ser casi dichoso.
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