sábado, 14 de octubre de 2017

Voces de América Por Héctor Fuentes

El filo de una espada se hunde en la tierra.  La herida no sangra porque el barro la acaricia, la recibe, la asimila.  El nuevo mundo está urdido con hilos fuertes;  hilos de manos unidas. Los salvajes no conocen el dinero, ni la cruz, ni el evangelio.
Desde lejos, desde España, vienen a descubrir una parte del mapa. El mundo civilizado se enfrenta al reinado del Dios del Trueno.
Los hombres vestidos despojan a los desnudos. La pólvora aniquila el arco y la flecha. Las carabelas hunden canoas. Civilización y barbarie. Barbarie en nombre de la civilización.
Pueblos originarios sin destino divino. Pueblos ancestrales sin pasado ni futuro. Europa despierta y América conoce la crueldad.
La historia la escriben los que ganan, pero la recuerdan los que la sufren. El mundo cambia y la naturaleza se transforma. Los reyes gobiernan desde la lejanía que impone el trono. Desde la altura del mundo hacen bajar sus órdenes. Echan a rodar las palabras por una pendiente que finaliza en un mundo de esclavos.
Siglos de libertad sucumben ante el avance invasor. Se impone un sistema de explotación en donde existía un sistema de colaboración. El viejo mundo persigue el oro y la plata, y para ello funda ciudades, virreinatos y templos.  El oro para que brille la corona. La plata para que refleje la grandeza.
De esta tierra hundida en el atraso, necesita solamente las manos, no le sirven los hombres. Por eso destruye sus creencias y prohíbe para siempre sus costumbres. Un hombre sin creencias vale menos que un hombre. Un hombre sin costumbres es una fuerza conquistada.
Los indios cargan en el lomo las riquezas de una tierra que ya no les pertenece. Y aunque se rebelan una y otra vez, caen aniquilados ante el yugo imperialista.
Túpac Amaru es el último cacique Inca. La rebelión de su pueblo le brilla furiosamente en la mirada. José Gabriel Condorcanqui enaltece en su cuerpo el grito vivo de todo un continente.
Los pájaros, las flores y las montañas, ascienden por el vértigo de su piel. La gesta de un pueblo se enarbola en la bandera de su cuerpo. Cuatro caballos tiran de sus extremidades para romperlo. Los verdugos gritan y sus puños se cierran. El espectáculo grotesco es presenciado por los altos mandos españoles. Quieren ver sangre. Y se incomodan porque en su lugar tropiezan con la entereza de un hombre libre. Una piedra en el zapato. Una arena en el ojo. Una advertencia desafiante.
Luego de su muerte viene la oscuridad y la lluvia. La oscuridad termina en la Revolución de Mayo y la lluvia lava las conciencias de los pueblos.
Un solo grito se aúna: Libertad. Libertad. Oíd mortales el grito sagrado.
Y los libres del mundo responden al gran pueblo argentino salud.
Una revolución es un sueño eterno. Mariano Moreno escribe las palabras que logran romper las cadenas. En su plan de operaciones trazó los designios de la patria. Hizo falta tanta agua para apagar tanto fuego.
Los realistas no saben que un hombre nacido en esta tierra es capaz de cruzar la cordillera. El ejército de los Andes se agazapa como un cóndor detrás de las altas cumbres. San Martín grita: “Seamos libres, que lo demás no importa nada”. Y el milagro sucede. Medio continente despierta a los ojos de sus verdaderos dueños. La América vuelve a cerrarse en el puño de sus Libertadores. Un capítulo se cierra. La patria grita su llanto de recién nacida.
El presidente Bartolomé Mitre crea el ejército. Bautiza aquel período como “Proceso de Organización Nacional”. Los indios Ranqueles sufren las consecuencias. Quince mil indios son asesinados por la llamada “Campaña del desierto”. Julio Argentino Roca y sus hombres reparten la tierra saqueada. Millones de hectáreas para pocas manos. Así nacen los latifundios, y así se funde los pueblos.
La riqueza es de un puñado, la pobreza se reparte entre la mayoría.
Mucho tiempo después, un presidente de facto, Jorge Rafael Videla, inicia el “Proceso de Reorganización Nacional”.
La desaparición de personas es un puente hacia el pasado. Indios, gauchos e intelectuales heterodoxos confluyen en un destino común. Pero la palabra, a través de los años, sigue contando su historia. Una historia que no se extingue, una historia en carne viva.

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