Si quisieras volver, padre, verías
todo en el aire inmóvil del recuerdo.
Los menudos asuntos cotidianos,
celulillas del breve mundo nuestro,
diario pan de amor y sacrificio,
alimentando al fiel y dulce perro
de la costumbre, que al llegar a casa
nos lamerá las manos.
Cae el tiempo
desde las familiares paredes derramándose
como luz de tristeza en nuestros pechos.
Madre volvió a coserte la camisa
con su hilo de paciencia y de silencio.
Tere te trajo el libro que esperabas.
La semanal tarjeta de Luis trajo el correo.
María ha preparado tu café.
Ya los niños
llegaron del colegio,
vacían sus carteras de pequeñas conquistas,
de nuevos mundos descubiertos,
y aguardan que corrijas sus deberes.
Yo, junto a la ventana, en este estrecho
rincón que tú conoces,
donde entre libros sueño,
voy hablándote, estoy
escribiendo estos versos,
estos prosaicos versos tan sencillos
como si hubieses vuelto
y estuviera contándote las cosas
que en estos días han pasado...
Pero
no volverás...
Hoy es ocho de abril,
la tarde, alondra herida por el cielo,
como un dolor antiguo va sangrando
lentamente. Se escucha un río lejos...
Pero no hay río, padre, tú lo sabes,
y oigo su canto inédito...
¿Será la muerte como un río?
Estoy
escribiendo estos versos
tan prosaicos... Ya sé que a nadie importa
mi dolor frente a un mundo que millones de muertos
devora cada día, pero yo necesito
contarte todo esto
y estoy llorando, padre, mientras inútilmente
aguardo tu regreso.
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