sábado, 9 de diciembre de 2017

La Paloma y la Terminal de Ómnibus - Por Héctor Fuentes

         La paloma desciende y sus patas aterrizan sobre el piso mugriento. Se desplaza en círculos moviendo el cogote en un vaivén implacable. Su cuello tornasolado trae la maravilla de los siete colores, el arco iris aterciopelado que brilla y se deshace a cada instante.
Recorre los pasillos con la elegancia de las criaturas venidas del aire. Acelera la marcha y aletea apenas sobrevolando las baldosas, elevándose ligeramente sobre la línea del suelo.
Busca un aliado en este mundo de corridas y apurones. Busca un surco propicio para entender de que está hecho el cielo. Anhela ser algo más que un visitante inoportuno, y entonces, se mueve como un aeroplano que dibuja redondeles y serpientes. Se agita en remolinos hacia la vastedad y el aburrimiento.

Los pasajeros la ignoran. Absortos en la contemplación de las tapas de los diarios, dejan pasar el milagro, y hunden la mirada en el pozo de sus preocupaciones. El ave sigue su curso. Camina, se pasea, abre el abanico de la cola y se propulsa hacia adelante.
La Terminal entra en su horario pico y los micros llegan y se van. La gente se arremolina empujando bolsos y ambiciones. Se abraza y se despide. Los motores rujen gritos destemplados deshabitando los bancos que vuelven a ofrecer su amparo. Alguien parte y alguien espera. La mecánica del viaje dinamiza los engranajes, para que el ciclo recomience.
Unos niños señalan al ave con el dedo, que ahora corre a refugiarse bajo un banco de madera.
La espera vuelve a incendiar su mecha. Desde el puesto de diarios, un señor prende un cigarrillo y relojea la hora. Alguien revuelve una taza de café orbitando alrededor de las cosas; mascullando el influjo del futuro que se avizora tras los cristales fosforescentes.
Concentrado en la limpieza, el ordenanza pasa su escobillón de aserrín. Frota la lámpara que se esconde bajo el corazón gastado de las baldosas. El chillido de una radio sobrevuela la tarde. La rueda gira y un chico interpone sus ojos entre la marea humana. Ofrece un ramo de flores con la mirada esquiva de las criaturas abandonadas.

La Terminal es un ovillo silencioso enhebrando el misterio de las horas: instantes que se deshacen tras despedidas y juramentos. Es la eterna madre donde confluyen los viajeros.
La paloma recorre la distancia terrestre envuelta en una caminata zigzagueante. Ella conoce los infinitos naranjas del poniente y busca prender la llama sobre el espíritu de los hombres. Procura frotar las patas y desencadenar un aluvión de chispas enloquecidas; de pedacitos de crepúsculo arrancados del horizonte. 
Cuando el alboroto crece, y los nuevos pasajeros irrumpen, bate sus alas subiendo escalones invisibles, pedaleando la bicicleta contra la gravidez del aire. Entonces su cuerpo se eleva, asciende, y toda la poesía estalla.
En un loco arrebato vuela triunfante hacia la vigas del techo. Hacia su verdadero reino de torres y campanarios; de cúpulas extraordinarias; de nidos entrelazados en ramas y catedrales. 
Un espléndido movimiento la devuelve a las alturas. Al aire sereno de donde provino. Al pedestal majestuoso que conjura el aullido del viento.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario