domingo, 17 de julio de 2016

DOS TEXTOS DE HÉCTOR FUENTES DE SU LIBRO INÉDITO “RUEDA LA PELOTA”

Rueda la pelota


Rueda la pelota. Tu voz viejo me llega desde lejos, como arrancada de una tarde de potrero. Por aquel entonces yo era pibe y no tenía más que un puñado de ilusiones. Dormía abrazado a una pelota. Soñaba con el grito de la hinchada. Vivía cada instante relatándome un partido imaginario.
Un pibe sueña con la gloria, y el mundo, el mundo es un lugar distinto. La gambeta extraordinaria desalienta pataduras. La bolea furibunda que se clava en un ángulo imposible. Se mete justo ahí, donde tejen las arañas, en el rincón de las ánimas, donde el arquero se estira y no llega, donde toda la tristeza se detiene rompiéndose la jeta contra un gol.
Rueda la pelota. La vida es un partido sin reglamento. Y aunque a veces da ganas de tirarla afuera, hay que seguir jugando. Hay que transpirar la camiseta, hay que pelearla, hay que jugarse la vida, y después hay que pasarla, que circule, que vaya de abajo hacia arriba y de más arriba al cielo, hasta que vuelva a la tierra convertida en un cometa, y podamos empezar a patearla de nuevo.
El mundo es una pelota que gira, y cada media vuelta es un día, y cada repliegue es una noche. Pucha, la vida era simple y clara, porque todo orbitaba a partir de la redonda y en su fantástico andar, no había sombras.
La felicidad era un campito verde. Pegarle de puntín era sacarse la bronca. Meter un sombrero resolvía la incomprensible geometría. Alentar a un compañero vencido significaba descubrir en los labios la poesía. Sintonizar la radio era iniciar un rito entrañable, en donde cada jugada, nos acercaba la alegría y nos alejaba por un instante de la muerte.
Ahora bajo corriendo a defender el área. Me sumo a la defensa. Nos pelotean de lo lindo pero aguanto. Miro a mis compañeros pero sólo encuentro yuyales y rostros desdibujados por el tiempo.
Las imágenes aparecen inconexas, como si formaran parte de una película tajeada por un loco censor: Un arco armado con tres cascotes. Una pelota de trapo. Una planta de ruda esquelética, deshojada a pelotazos. Un viejo que nos hecha de la plaza porque le estropeamos el pasto. Los gajos cretinos de un fútbol impresos sobre una pared blanca.
¡Cómo rezongaba la vieja cuando le traía las zapatillas rotas! No había caso, siempre me ganaba la pasión y perdía la cabeza. El cuero se agujeraba y la suela se desprendía. Los botones del guardapolvo colgaban en un hilo, y a la altura de las rodillas, los pantalones se abrían, largando carcajadas provocativas.
Rueda la pelota. Atacamos al rival por las puntas. Probamos suerte desde afuera del área, pero el equipo  resiste.
¿Te acordás viejo cuando me contabas las historias de Estudiantes campeón del mundo? El lugar era propicio porque teníamos que esperar la salida de mamá. Trabajaba en una escuela nocturna y nosotros la íbamos a buscar. Y en esa antesala, en ese umbral, yo te tiraba de la lengua, y vos no querías arrancar. Contame algo de Estudiantes, te decía yo. Y vos te negabas, hasta que un momento, nos sentábamos a los pies de la escalera y el relato comenzaba. Aparecían ante mí tipos inmensos como Poletti, Aguirre Suárez, el doctor Madero, la Bruja Verón, el Narigón Bilardo, y al final, siempre al final, la hazaña. La palabra imposible no existía en los diccionarios, y la vida era un cuento redondo. Justo cuando terminabas de contar la historia, aparecía mamá, sonriendo desde el fondo del pasillo, haciéndonos un guiño cómplice, poniéndole un moño inmenso al relato; apretándose contra nosotros ante el frío de la noche.
Rueda la pelota. Joaquín, mi hijo de once años, me cuenta que esta tarde hizo un gol. Los ojos le brillan y después me confiesa: te lo dediqué a vos. Lo abrazo y me río. Esa pelota sigue girando. Esa pelota me sigue buscando para que un día de estos,  la baje de pecho y la clave en un ángulo.



La Patria 

La palabra patria es muy grande. Es tan enorme que los labios me tiemblan al nombrarla. Salgo a la calle y un pibe descalzo me pide un peso. Lo miro a los ojos y descubro que su mirada está apagada. El país lo dejó sin en el Cuento de las Buenas Noches. La patria entonces me duele. Es un dolor que se me instala en el costado.
¿Tanto cuesta comprender que si alguien camina descalzo el país todo se nos derrumba? ¿Por qué en el país del trigo no somos capaces de multiplicar los panes? Si acá tiras una semilla y crece, ¿por qué nunca nos germina la cordura?
Los cuatro climas de los que gozamos se empecinan en azotarnos con granizo y temporales. Siempre estamos atascados en alguna crisis. Siempre vemos nubarrones en lugar de inventarnos un cielo diáfano.
El dulce de leche no basta para endulzarnos el paladar. Las huellas digitales sirven para el pulgar del documento, no para reafirmar nuestra identidad. El trazo de la birome firmó leyes tramposas. No tuvo el coraje de la poesía. Se dejó ganar por la ascética perfección del pragmatismo. El colectivo es un invento argentino. Los sueños colectivos en cambio, representaron ideales que quedaron sepultados  bajo los escombros del egoísmo.
La patria es una banderita argentina que flamea en las manos de un niño. Ese gesto basta para que exista el futuro. ¿Qué más necesitamos para creer en nosotros?
La patria es una escarapela y el río Limay. La cara de un amigo y el Tupungato. Los tangos de Gardel  y el fuelle de Piazolla.
La patria es un pibe lustrando zapatos. Es un banco de una plaza, un jubilado, un albañil, un doctor en leyes, un vendedor de garrapiñadas.
A la patria la lleva en andas un niño que espanta a las palomas en Plaza de Mayo. La patria viaja a la misma velocidad en el subte de Buenos Aires y en la bicicleta de un pibe que reparte diarios. La patria es el humo de un puesto de chorizos.
La patria es un lugar en el alma. Es sentir que la tierra que pisamos nos acaricia los pasos. Es el olor a sopa de los hospitales. Es ver crecer la espiga derecha, porque elegimos hundirnos con gusto en el vientre de esta tierra.
La patria es mirarnos a los ojos, es reunirnos con los amigos en el café, es una escuela de frontera, un gendarme, un hombre que ríe, una mujer dando a luz, un escritor, un grafitti que dice “Luche y vuelve”.
La palabra patria es muy grande. Es tan enorme que los labios me tiemblan al nombrarla.

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