domingo, 17 de julio de 2016

Ocaso en Termas de Reyes Por Ada Gil

                                   
 Entre cerros esmeraldas y ocres,
tajos plateados acuchillan el imponente valle pedregoso.
El sol vibra.
Su esbelto esqueleto hace equilibrio en la cúspide del cerro milenario.
Con lentitud penetra su cima, perdiéndose en sus entrañas.
Póstumos brillos tiñen el poniente.
Transitamos julio.
Sin embargo, el destiempo de una primavera cálida me adormece.
El ocaso apenas enfría la tarde abrigando el lugar con un manto de misterio.
En ese minuto esclarecido, creo en Dios.
Él me persuade de mi pequeñez.
Mi corazón, tantas veces dudoso, lo invoca.
El día extingue su final, sin premura, con ritmo perezoso.
Un simbólico tañido de campana se esparce en la tibia brisa.
La grandeza de esa naturaleza sabia templa mi espíritu.
Ha llegado la hora de amansar los sueños.
Enlazar tenazmente lo que me hace feliz.
Mellar la espada contra los sucesos que retrasan mis propósitos.
Demorarme como en un abrazo, en los soplos luminosos.
Ya aprendí que son sólo destellos fugitivos.
En este instante justo y necesario,
señales palmarias se han cruzado en mi camino.
No estoy distraída.
Las percibo.

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