En el café lloraban los violines
entre un cascabeleo de cristales.
- ¿Flores señor? Hay rosas y jazmines...
musitaron dos labios musicales.
Hubo en la voz tan íntima dulzura
suavizadora del ofrecimiento,
que alcé mi vista hacia la criatura
desde la ausencia de mi pensamiento.
Era una niña blanca, bella y fina
y anémica, como una colombina
de labios rojos y óvalo amarillo.
Y al ofrecerme el precio de su cena,
se fugaron las rosas del cestillo
hacia sus dos mejillas de azucenas.
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