lunes, 17 de junio de 2013

Respuesta a la amada inmóvil - Por María Elena Walsh

La Madre Teresa, ganadora del Premio Nobel de la Paz, ha dicho al parecer que "la mujer no nació para grandes cosas, sino sólo para amar y ser amada". El periodismo suele deformar e inventar, pero supongamos que la admirable monja haya pronunciado esas palabras. Merecen quizás una respuesta.
Responderle en nombre de qué mujer? Debemos bajar de nuestro pedestal de Princesas de Mónaco, privilegiadas porque sabemos que lavar es humano pero centrifugar es divino.
El mundo se compone de multitudes famélicas, esclavizadas, deportadas. Síntesis de la mujer universal no sería el prototipo de Venus con taquito aguja ni la Primera Thatcher que nos ofrecen los medios de difusión sino una criatura cuya ración de desdicha comparte, multiplicada, con el hombre.
No creemos que la Madre Teresa sea adepta de revistas femeninas ni de teleteatros, descontamos que donde dice amor hay que leer Caridad y no sólo la peripecia de la pareja. Ella es ejemplo vivo de ese Amor: el que abraza al prójimo y elige servir al más desheredado. "Amar y ser amada" en ese trascendente sentido, no es acaso una "gran cosa", la mayor de las hazañas? Por qué la Madre Teresa la minimiza? Más que de modestia parece signo de cierta confusión mental a la que podemos ser proclives tanto monjas como laicas.
La mujer siempre cumplió con la premisa que dependía de su voluntad: amar. Amó y ama, y poco cuentan las excepciones escandalosamente publicitadas. Practicó y practica el amor filial, conyugal y maternal aun en las más desesperantes circunstancias.
Históricamente imposibilitada de acceder a las fuentes del poder, tradujo su caridad en obras benéficas. Cuando pudo, .también contribuyó a la reforma de la sociedad, por ejemplo en la patria adoptiva de la Madre Teresa, al apoyar masivamente la política redentora de Gandhi.
Las tareas benéficas suelen ser ridiculizadas, no por su supuesta inoperancia, sino precisamente porque las realizan mujeres ("señoras gordas") a veces con dinero ajeno y cierta dosis de frivolidad. Sin embargo nadie puede negar que con ellas suplen la insensibilidad de los "señores gordos" en cuyas manos estaría el reparto de justicia que obviaría la dádiva, y a ellas dedican muchas mujeres su fervor y su tiempo. Pero, como dijo la insigne Doris Lessing: "El tiempo de las mujeres nunca es oro".
También expresan su amor realizando los trabajos peor pagados y menos prestigiosos como el magisterio, la enfermería y la asistencia social, y los domésticos, que no consiguen la dignidad del salario ni la jerarquía del reconocimiento que se le obsequia abundantemente a un deportista de cuarta o a un locutor analfabeto.
La mujer sólo practica la violencia -como en el nazismo o el terrorismo- en acatamiento a órdenes masculinas. Según recientes estadísticas confeccionadas en París, sólo un 10% de mujeres son delincuentes, en general autoras de delitos menores.
En nuestro país, que tiene el desdichado mérito de estar a la cabeza en materia de accidentes mortales de tránsito, son casi nulos los cometidos por mujeres que, evidentemente, se resisten a empuñar el volante como un arma y en éste, como en otros rubros, desmienten la fábula de que estén empeñadas en igualar al varón.
Pese a todas las hecatombes de las que está obligada a ser sufriente testigo, la mujer sigue defendiendo la vida, amparando a su cría y repartiendo su generoso amor.
Esta muy sucinta revisión es comprobable con mirar a nuestro alrededor y confeccionar nuestras propias estadísticas. Nos falta reflexionar acerca de aquello de "ser amada".
Dejemos para otro día los volúmenes de recapitulación histórica y contemos de qué tierna manera es amada la mujer en el mundo del presente.
En el ámbito afro-musulmán (Mauritania, Malí, Nigeria, Sudán, Egipto, Senegal, Guinea, Tchad, Liberia, Etiopía, Irak, Tanzania; etc.), se practica una bárbara costumbre: la mutilación genital de millones de niñas de 6 años, mal llamada circuncisión femenina, ya que no es inofensiva como la masculina ni responde a ritos religiosos sino a un simple y precoz seguro de castidad. La "operación" se realiza sin instrumentos quirúrgicos ni anestesia ni higiene y transforma a las criaturas en lisiadas físicas y psíquicas de por vida. Esta aberrante práctica se suma al estado de sometimiento de la mujer que, cuando procura reaccionar, es puesta en vereda a punta de cuchillo, como nos consta que sucede en Irán.
De esto no habla ninguna Comisión de Derechos Humanos y tampoco la Madre Teresa, que en cambio sí se pronuncia enérgica-mente contra el aborto y tiene razón. Pero sólo defiende la vida del feto y parece ignorar el sufrimiento de la madre, a menudo impulsada tanto al embarazo con-no a la interrupción por un cúmulo de presiones físicas y morales. Parecería que la mujer recurre a ese dramático extremo como a una ceremonia de chacota, de puro viciosa. A ciertos moralistas no parece importarles el dolor, el peligro, el remordimiento, la lesión moral y a menudo la muerte de la madre. Quieren ignorar que a él recurre por compulsión de toda una sociedad que le niega rudimentos de educación sexual, propiedad de su cuerpo, capacidad de decisión y elemental protección de la vida del futuro ser.
El poeta Octavio Paz, en un breve paréntesis de su machismo, osó reconocer que "la situación de la mujer mexicana es abyecta". Sabrá porqué lo dice. Y en este Año Internacional del Niño es imposible ignorar que una de las más frecuentes causas de la pavorosa mortalidad infantil reside en que gran cantidad de madres son niñas púberes, precozmente despiertas a la sexualidad en medio de la indigencia, la ignorancia y la promiscuidad, y que luego ¡no faltará quien las culpabilice! son incapaces de criar a sus hijos. La crónica internacional está infestada de atentados y crímenes sexuales, y la violencia moral desatada sobre la mujer es uno de los hechos más deprimentes de las sociedades autotituladas cristianas.
Mientras por un lado se le predica el recato, la mujer es diariamente retratada o rifada en un mercado de carne, inculcándosele la noción de que sólo su cuerpo, y jamás su inteligencia, será valorizado socialmente. Si no se hace cómplice de alguna manera de este oprobio lo pagará muy caro.
La misoginia, exacerbada en estos tiempos en que la mujer procura contestarla, es una de las formas más sinuosas del desamor. Como el racismo, puede empezar por un chiste y terminar en un campo de exterminio. ¿Exageración? Más exagerado parece el castigo que recibió un grupo de mujeres que hace poco estaban transmitiendo un programa radial en Roma. Fueron baleadas por un animoso grupo de compatriotas fascistas, hecho que la prensa internacional no se tomó el trabajo de comunicar. ¿Eran acaso "esas locas" primeros ministros?
En países civilizados como Inglaterra, Francia, Italia, grupos de mujeres han improvisado albergues para congéneres apaleadas por sus maridos. El castigo corporal es asunto de rutina, cuando no de derecho, pero algunas esposas fallecieron a causa de esta cariñosa práctica y... se supo.
"Las feministas odian a los hombres" es uno de los clichés habituales en los que la cobardía y la culpa se disfrazan de Chapulín Colorado. ¡Y no aprendemos a contar con su astucia! Las feministas no odian a los hombres, sólo pretenden responder pacíficamente a la prepotencia generalizada. Lo más grave que puede imputárseles son escandaletes apenas humorísticos, pero la opinión pública bien manejada los disfraza de perversidad, usando la calumnia como una forma más del desprecio.
Hay otra especie de no-amor infiltrado en las mujeres: el que les impide amarse a sí mismas y a sus congéneres, gracias a la permanente incitación a que se desvaloricen en beneficio de la "superioridad" masculina. La mujer vive aterrada de parecer enemiga del varón y por fortuna no lo es ni quiere serlo. Quiere aprender a ser ella misma en toda su integridad de persona, sin atender a espejos degradantes ofrecidos por quien debería ser su compañero en este valle de lágrimas y se obstina en muchos casos en seguir siendo su verdugo o su dómine.
Sí, estamos de acuerdo con la Madre Teresa. Nuestro destino consiste en amar y ser amadas. Para amar mejor necesitamos recuperar la autoestima y la solidaridad femenina que a diario nos roban. Y aspiramos a ser amadas, aunque quizás por el momento nos contentaríamos con ser un poco menos odiadas.

Todo Be1grano, 1980

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