como dos inofensivos fantasmas que trae la mañana
desde un tiempo ido.
Caminan, evitando las breves lagunas
y las desparejas baldosas que semejan
abandonadas sepulturas.
Las paredes son montañas, el pasto un bosque,
y el sol que encamina sus sombras por el desierto
recto, indiferente y monótono de la vereda,
quiebra sus pies y recorta sus cabezas
para pintarlas en la pared como un buen artista.
Dos abuelas cruzan la vereda
y su lento caminar divide la realidad del sueño
cuando el cielo se detiene para verlas
y el viento de la mañana las bendice,
llenando la vida de distancia y tiempo.
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