En 1874, cuando aquella famosa revolución en campaña, a la que don Bartolo fue arrastrado, y contra todas sus convicciones, el ejército revolucionario acampó en la margen sud del arroyo Chapaleofú, arroyo que estaba muy crecido, y al que debió arrojarse el ejército para salvar de ser despedazado por la caballada que, asustada por un incendio, huía hacia ellos. Aquella noche horrible, vino a sumarse a tres o cuatro anteriores, en que el general Mitre no pudo cerrar los ojos. Ya no podía más de sueño... Se disponía a dormir, cuando llegó una delegación de vecinos de Tandil, invitándolo para la mañana siguiente. Don Bartolo, siempre cortés, aceptó la invitación y la hora temprana de la cita; mas, luego que los vecinos se marcharon, le asaltó un temor, y llamó a un paisano que le hacía de ordenanza.
- Escúchame bien le dijo . Necesito estar en Tandil a eso de las siete de la mañana; no me dejes dormir. ¿Me entiendes? Yo no puedo faltar a esa cita.
- Está bien, mi general; duérmase tranquilo nomás.
El paisano, sentado junto a la puerta de la carpa, mateaba y, de tiempo en tiempo, se acercaba al lecho, en que don Bartolo dormía.
Serían las tres y media de la madrugada; el paisano se acercó a don Bartolo, que en aquel momento se movía, y, con un vozarrón de trueno, le dijo al oído:
- Duerma, tranquilo... que yo lo cuido.
- Don Bartolo se incorporó, alarmado; luego, se dejó caer, y volvió a dormirse.
Cantaron los gallos, un perro ladró furioso. Don Bartolo, quizá por algún inconveniente del lecho se movió; el paisano se llegó a él, y con su atronadora voz, le repitió al oído:
- Duerma tranquilo... que yo lo cuido.
Don Bartolo se sentó en el lecho y miró asombrado a su asistente:
- Duerma tranquilo, mi general, yo lo cuido -le dijo éste sorbiendo un mate.
Don Bartolo se acostó y reanudó su pesado sueño.
No habría transcurrido una hora cuando, quizá por el mismo inconveniente del lecho, don Bartolo se movió, y el paisano, solícito, con verdadera aflicción, le dijo:
- Duerma tranquilo... que yo lo cuido.
Don Bartolo se puso de pie de un salto, echando chispas por los ojos, y ya iba a desatarse en un torrente de imprecaciones, cuando la expresión afligida del paisano lo contuvo.
- Dame unos mates. le ordenó, poniéndose a pasear por la carpa.
Le alcanzó un mate el paisano y mirándolo con verdadero cariño, le dijo:
- Todavía puede dormir bastante, mi general, recién aclara...
No..., no tengo sueño. Prefiero pasearme, voy a estar más tranquilo.
Extraído de Fogón de las tradiciones
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