sábado, 26 de octubre de 2013

Duerma tranquilo... que yo lo cuido

El general don Bartolomé Mitre era uno de esos hombres de sueño ligero.  Pero,  en determinadas ocasiones, lo agarraba tan profundamente, que podían disparar un cañón junto a él sin temor a que se despertara.
En 1874, cuando aquella famosa revolución en campaña, a la que don Bartolo fue arrastrado, y contra todas sus convicciones, el ejército revolucionario acampó en la margen sud del arroyo Chapaleofú, arroyo que estaba muy crecido, y al que debió arrojarse el ejército para salvar de ser despedazado por la caballada que, asustada por un incendio, huía hacia ellos. Aquella noche horrible, vino a sumarse a tres o cuatro anteriores, en que el general Mitre no pudo cerrar los ojos. Ya no podía más de sueño... Se disponía a dormir, cuando llegó una delegación de vecinos de Tandil, invitándolo para la mañana siguiente. Don Bartolo, siempre cortés, aceptó la invitación y la hora temprana de la cita; mas, luego que los vecinos se marcharon, le asaltó un temor, y llamó a un paisano que le hacía de ordenanza.
- Escúchame bien  le dijo . Necesito estar en Tandil a eso de las siete de la mañana; no me dejes dormir. ¿Me entiendes? Yo no puedo faltar a esa cita.
- Está bien, mi general; duérmase tranquilo nomás.
El paisano, sentado junto a la puerta de la carpa, mateaba y, de tiempo en tiempo, se acercaba al lecho, en que don Bartolo dormía.
Serían las tres y media de la madrugada; el paisano se acercó a don Bartolo, que en aquel momento se movía, y, con un vozarrón de trueno, le dijo al oído:
- Duerma, tranquilo... que yo lo cuido.
- Don Bartolo se incorporó, alarmado; luego, se dejó caer, y volvió a dormirse.
Cantaron los gallos, un perro ladró furioso. Don Bartolo, quizá por algún inconveniente del lecho se movió; el paisano se llegó a él, y con su atronadora voz, le repitió al oído:
- Duerma tranquilo... que  yo lo cuido.
Don Bartolo se sentó en el lecho y miró asombrado a su asistente:
- Duerma tranquilo, mi general, yo lo cuido -le dijo éste sorbiendo un  mate.
Don Bartolo se acostó y reanudó su pesado sueño.
No habría transcurrido una hora cuando, quizá por el mismo inconveniente del lecho, don Bartolo se movió, y el paisano, solícito, con verdadera aflicción, le dijo:
- Duerma tranquilo... que yo lo cuido.
Don Bartolo se puso de pie de un salto, echando chispas por los ojos, y ya iba a desatarse en un torrente de imprecaciones, cuando la expresión afligida del paisano lo contuvo.
- Dame unos mates. le ordenó, poniéndose  a  pasear  por  la carpa.
Le alcanzó un mate el paisano y mirándolo con verdadero cariño, le dijo:
- Todavía   puede   dormir   bastante,   mi   general, recién aclara...
 No..., no tengo sueño. Prefiero pasearme, voy a estar más tranquilo.


Extraído de Fogón de las tradiciones

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