Querría que el Departamento me informara qué permitió que el Embajador Chino a ayer dos veces "Su Excelencia" para dirigirse al Presidente. No sólo la ley, sino también la sabia costumbre y las convenciones exigen que se dirija uno al Presidente tratándolo tan sólo "Sr. Presidente" o "Presidente". Es del todo inapropiado permitir el uso de un título tonto como "Excelencia" (y si acaso los títulos estuvieran permitidos, éste es totalmente indigno del cargo de Presidente). Cualquier título es tonto cuando se trata del Presidente. Pero éste es más bien excepcionalmente tonto. Y no sólo es tonto, sino inexcusable, que el Departamento de Estado -que debería por encima de todos los Departamentos ser correcto en su uso- permita que representantes extranjeros caigan en el error garrafal de usar tal título. Querría una explicación inmediata de por qué se permitió el error garrafal y una declaración pormenorizada de qué ha hecho el Departamento para evitar la comisión de cualquier error garrafal similar en el futuro.
Ahora, en lo que hace al discurso propiamente dicho. No lo leí como estaba escrito porque era necio y absurdo. Ya tuve que corregir el telegrama ridículo que redactaron para que mandara a China en ocasión de la muerte del Emperador y la Emperatriz Viuda. No objeto la rotunda necedad de los discursos que he dirigido y me han dirigido los representantes de gobiernos extranjeros con motivo de la presentación de sus cartas credenciales o cuando vienen a despedirse. La ocasión es puramente formal y los discursos absurdos que intercambiamos no son más que formas más bien elaboradas de decir buenos días o adiós. Por supuesto, sería mejor si fueran menos absurdos, y si tuviéramos un formulario que pudiéramos usar el Ministro y el Presidente en tales ocasiones, un formulario que permitiera las leves variaciones requeridas por cada caso en particular. Me parece que podrían elaborarse formularios así, de la misma manera que usamos formularios especiales en las cartas absurdas y necias que escribo a Emperadores, Reyes Apostólicos, Presidentes y demás, cartas en las que me dirijo a ellos como "Estimado gran amigo" y firmo "Su buen amigo". Estas cartas carecen de sentido; pero tal vez en su conjunto no sean del todo objetables cuando anuncio formal y convencionalmente que he enviado un ministro o embajador o que he recibido a un ministro o embajador. Me resultan absurdas y necias sólo cuando felicito a los soberanos por el nacimiento de bebés -portadores de dieciocho o veinte nombres- de gente cuya mismísima existencia ignoro; o presento mis condolencias por la muerte de individuos a los que desconozco. Aun así, si el abandono de esta costumbre estúpida causara problemas, sería mucho más estúpido provocar el problema que conservar la costumbre. (...) La cortesía es necesaria, pero los halagos demasiado efusivos y obviamente falsos no hacen más que poner en ridículo a ambas partes; y además son de mala educación.
26° presidente de los Estados Unidos (1901-1909), Premio Nobel de la Paz en 1906, se destacó tanto por el reformismo de su política interior como la diplomacia de su administración, curioso, si se considera la alergia al protocolo expresa en esta carta furiosa al Departamento de Estado.
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