La Universidad de Herby era exactamente igual a cualquiera otra de las Universidades enclavadas en territorio de los Estados Unidos, sólo que tenía las fachadas pintadas de encarnado.
En la Universidad de Herby se jugaba al fútbol, se bailaba, se bromeaba, se montaba a caballo, se hacía esgrima y boxeo, se flirteaba y no se estudiaba, porque realmente se carecía en absoluto de tiempo para ello.
Alumnos y alumnas se guardaban los respetos y las deferencias naturales en las gentes bien educadas. Y los profesores alternaban con los alumnos, ya para explicarles el binomio de Newton, ya para aclararles las nebulosidades de la Lógica, ya para organizar un concurso de natación o un match de boxeo, ya para cazar mariposas o comer sándwiches, hamburguesas y hot-dogs.
La Universidad de Herby era un centro educativo perfecto, lleno de democracia norteamericana; de rubias-platino, de optimismo y de evónimos.
Idénticos gustos y aficiones enlazaban a los alumnos y a los profesores, y el fútbol, o el triunfo en el ring de Joe Louis, o la muerte de "Baby Face" preocupaba lo mismo a unos que a otros. Si los profesores eran superiores a los alumnos, obedecía esto a que sabían más que ellos, y si las muchachas eran superiores a los muchachos, la superioridad nacía de que eran más hermosas. En Herby sólo los méritos daban superioridad. Aquello era un paraíso reglamentado y sujeto a un horario inflexible. Sólo así se comprende que el día 7 de abril no ocurriese en Herby una catástrofe.
Os contaré lo ocurrido rápidamente porque tengo que ir al teatro y el tiempo apremia.
El día 7 de abril, Frank Treesvelt, Presidente de la República, y el ministro de Educación, visitaban, amablemente guiados por el honorable Elías Compton, rector de la Universidad, las diferentes N instalaciones de Herby.
A las once y doce minutos de la mañana, Mr. Treesvelt, el ministro Compton y el acompañamiento se hallaban visitando las cocinas.
Y en aquel mismo instante, el profesor Ramsay explicaba a sus alumnos la lección 37, de Álgebra superior, cuando...
En medio de un teorema complicado se oyó un maullido de gato famélico. El profesor Ramsay volvióse vivamente a sus alumnos e interrogó sin alterarse:
- ¿Quién ha hecho el gato?
Nadie contestó. El profesor agregó con serenidad:
- En Herby, señores alumnos, no hay un solo gato. ¿Quién de ustedes ha maullado?
Y como en la Universidad se enseñaba que la mentira envilece al hombre, el alumno Honorio Pringle se levantó para decir:
- Yo he sido el que ha maullado.
- ¿Con el objeto de burlarse de mí? -indagó Ramsay.
- Sí, señor. Con ese objeto y con este otro objeto.
Y enseñó un pito de papel.
- Pase usted a mi despacho.
Pringle pasó al despacho de Ramsay y Ramsay le siguió.
- Lo que usted ha hecho se merece esto - dijo el profesor.
Y echándose sobre Pringle, le dio diez puñetazos en cada ojo.
Luego, profesor y alumno volvieron a clase tranquilamente.
Pero no faltó quien expusiera lo ocurrido al honorable Compton, y al tener noticia de ello, el rector llamó al profesor Ramsay a su despacho.
- Profesor - le dijo- ha corregido usted la grosería de un alumno y eso es meritorio. Pero también es verdad que usted ha pegado a un hombre, y eso merece un castigo. Yo le impongo el castigo, profesor Ramsay.
Y lanzándose contra el profesor Ramsay, el honorable Elias Compton le colocó catorce porrazos en la nariz y diecinueve en las mandíbulas. Terminado lo cual, ambos volvieron a sus ocupaciones.
La ocupación perentoria del rector era contarle lo sucedido al ministro de Enseñanza, y así se apresuró a hacerlo.
El ministro tuvo frases de caluroso elogio para Compton.
- No obstante - dijo por último- usted ha pegado al profesor Ramsay, que es un sabio matemático., y es usted acreedor a dos docenas de golpes.
Y el ministro de Enseñanza le propinó las dos docenas de golpes a Compton, exactamente distribuidas por todo el cuerpo.
Entonces el Presidente Frank Treesvelt intervino:
- Muy bien, ministro. Ha cumplido usted con su deber. Pero el hecho de pegar a un rector de Universidad es punible. Soy el presidente de la República y debo dar ejemplo de justicia a mi país.. . Coloqúese bien, que le voy a boxear el estómago.
Y, con gran precisión, el presidente Treesvelt le atizó veintiséis puñetazos al ministro de Enseñanza.
Hecho lo cual el presidente Treesvelt se colocó ante un espejo y habló así, dirigiéndose a sí mismo:
- Frank: has hecho lo que debías, como te enseñó tu padre y tu lejano tío Heliodoro. No obstante, el deber te ha arrastrado a pegar a un ministro de Enseñanza, y eso, en un país democrático, es una grave falta. Voy a castigarte...
Y el presidente Treesvelt se arreó un puñetazo tan terrible que desde entonces anduvo ya mal de la cabeza, pronunció discursos sensacionales todos los jueves y dijo a todo el que le quiso oír que él iba a arreglar el problema social, económico y político del Mundo.
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