Hay que sancionar con cien palmetazos en los nudillos al hombre que pronuncie discursos sin ser orador. La fuerza pública debe detener a todo espontáneo que se lance sin ninguna credencial al ruedo de la oratoria, y encerrarlo sin miramientos en la comisaría más próxima.
Perorar es una profesión tan respetable como cualquiera, y no es cosa de permitir que se cuelen intrusos en sus escalafones. Si al que no es arquitecto se le impide levantar casas, y quien no es cirujano no puede amputar piernas, ¿con qué derecho pronuncia peroratas el que no es perorista?
Para la frase «Yo no soy orador», que prologa tanta majadería, no hay más que una respuesta tajante: «Pues cierre usted la boca».
No veo la razón de soportar que un fabricante de fajas, al concluir la merendona que le ofrecieron sus empleados, cacaree cuatro latiguillos que entorpecen la digestión de sus oyentes. Si no tiene título de orador, que dé las gracias en dos palabras y vuelva a sentarse. Pero, como aquella rana de la fábula que quiso ser buey, muchos hombrines se hinchan a los postres de su banquete y revientan en mil perogrulladas.
La metáfora de pacotilla y la grandilocuencia hueca acaloran por hacer odiosa la oratoria auténtica. Pereces y Gómeces, desarrollan prosaicas tareas en despachitos sórdidos, destapan a la menor oportunidad sus paupérrimos recursos dialécticos y se empinan sobre peanas de cartón jugando a Castelares. Pase que un alto funcionario exponga escuetamente la labor de su departamento. Pase que el ingeniero y el notario, el médico y el perito agrícola resuman sus ponencias sin adornos. Pero sin caer en fiorituras poéticas adocenadas, en símiles risibles y en prosopopeyas zopencas.
Respétese el terreno del orador verdadero, que sabe lo que se trae entre lengua. Mucho más difícil que construir una casa con grifos y cocinas, es alzar un monumento oratorio hermoso y proporcionando. La idea y los recursos para expresarla con belleza son materiales más delicados de manejar que el bisturí, la viga y el ladrillo. Y no deben ponerse al alcance de laringes inexpertas que no hayan sacado plaza en la suprema oposición del talento.
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