Se amaban con amor profundo y tierno:
eran ambos ladrones, gente impía;
él forjaba ganzúas, y ella, en tanto,
tendida sobre el lecho, se reía.
Pasaba el día alegre y por las noches
en sus brazos gozaba. Mas un día
se lo llevaron preso, y ella, ella,
asomada al postigo, se reía.
"¡Oh, ven conmino, ven, no me abandones!",
él en su desventura le decía;
"vivir sin ti no puedo", mas la ingrata
meneaba la cabeza y se reía.
A las ocho lo ahorcaron; a las nueve
bajaba al fondo de la tumba fría;
a las diez..., a las diez, su idolatrada
apuraba champagne y se reía.
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