Arte poética
He tratado de dibujar un niño en la corteza de
los árboles,
y de ocultar las ramas entre las páginas de un
sueño.
Y he mezclado los cielos a la sombra de un hijo,
a la sombra de un árbol,
a la sombra de un libro.
He tratado de barajar los pocos cielos míos.
De plantar una lengua en la tierra del sueño y
escribir con la mano del deseo, ese libro
que mañana hablará como un hijo.
Sin dejar de girar con un vino en el aire.
Por el hijo de oro, por el libro de espadas, por el
árbol de sangre.
Aleluya
Creíste en ese aviso de ayer en el periódico
"mujer joven desea conocer a hombre
emprendedor,
trabajador y culto, con deseos de formar un
hogar" y te largaste al mundo,
¡aleluya!
Tu corazón de luz creció bajo la lluvia con la
inmensa alegría del que encontró el amor.
El primer tramo claro que fue duro,
kilómetros de amarga carretera en tu
destartalada motocicleta, bajo el sol
amarillo pero siempre
¡aleluya!
Después en un caballo bordeaste la montaña
y hubo un alud de pájaros, una que otra caída,
por fin el sacrificio de tu cabalgadura,
todo por el amor, es decir
¡aleluya!
Lo que siguió fue más emocionante,
un general apareció de pronto
arriba de un trineo tirado por bufones feroces
y revisó tus libros,
habló de aquellos jóvenes que dejaron los ojos
y las manos prendidas al alambre de púa,
y se llevó los mapas y aún sin rumbo
¡aleluya!
Entonces hubo alguien, un perro vagabundo
que te llevó a destino, después murió de hambre,
de frío, de tristeza,
y otra vez la esperanza pasto para los cuervos,
entonces
¡aleluya!
Finalmente arribaste
a pesar de los problemas fronterizos, la ropa
hecha girones, la lengua hinchada por la sed,
los simulacros de fusilamiento, y gritaste cien veces
¡aleluya!
Aunque nunca encontraste la dirección aquella,
y no hay un trago de cerveza,
un cigarrillo, un cuarto en un hotel de mala muerte
¡aleluya!
Y lo que es peor, no tienes siquiera una coartada para el caso
de la mujer que anoche apareció bañada en
sangre en la avenida principal.
Y nunca nadie nunca va a ayudarte para que
puedas
regresar a tu casa deshabitada para siempre.
Dos estampillas de colores en un sobre blanco
Si encontrase un follaje como tu pelo al viento,
dos pechos vagabundos así como tus pechos,
un silencio de tigres del color de tus ojos,
una calle de pueblo como tu corazón,
no estaría escribiendo esta carta, urgente, así,
urgente, ahora.
Sylvia Plath lava una taza, seca una taza, rompe una taza
Qué cabeza la mía,
dejé una frase suelta y una rosa en el horno.
Cotidianos trajines, calores, taquicardia,
y un almohadón de plumas
con un lápiz labial justo en el centro.
Qué cabeza la mía.
Yo buscaba algún parque y encontré en un mal sueño
una torta partida por un rayo.
La sala está revuelta. El miedo de un venado no cabe en este horno,
por eso huele así toda la casa.
Pero a quién se le ocurre
dibujar una piedra y tropezar dos veces,
llenar un cenicero con los puntos y comas
de alguna carta antigua.
¿Hubo un Adán violento? ¿Hubo un amor-halcón
"de una vez para siempre"?
Qué cabeza la mía, guardar los zapatones en un charco
y aceptar ese baile sabiendo que me espera
una puerta cerrada tras la puerta.
El peluquero
Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros sus
animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de
gente,
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su
trabajo
¿afeitaba al espejo?
Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de
madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua afuera,
él decía, «servido».
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de
talco y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte que también es prolija le envidiaba
su colección de peines.
Un día la muerte, que hojeaba una revista
deportiva, dijo: «me toca a mí».
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un
remolino en la cabeza.
«Tiene un pelo difícil», dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo
su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.
Historieta
La niña abre el baúl y una mano le echa tierra
en los ojos.
Ella dice: qué hermoso paisaje Ahora mezcla
pinturas, revuelve los vestidos de tías adornadas
con juegos
de palabras. Se amorata, se luce
angelical, gira mangosta,
novia de esparadrapo,
se mira en los espejos que trabajan sin que nadie
los mire.
En este último cuadro la niña se pinta y se
despinta, aparece y se borra.
Yo cierro el libro de cuentos infantiles pensando
que mi lengua es esa niña Sordomuda,
probándose vestidos a la hora en que los demás
duermen.
Casi otra balada
Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores,
solamente estas manos después de la rutina
astillas de mis ojos
y una voz oxidada por gritos y tabaco.
Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores
solamente este aliento y una mala memoria
que ha olvidado los nombres de las calles
la edad de tu cintura
pagar el alquiler.
Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores
sólo un gato nocturno con pasos de borracho
lo que queda de un hombre
que hasta tu cuerpo llega por un poco de amor
por una cucharada de silencio.
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