No abrir la boca en festivo
ni bajo el agua negra
que corre calle abajo el día que no llueve,
no abrir la puerta
al vendedor de vuelos
sin echarle dos gotas de veneno
a la sonrisa ensayada por miles de otras bocas;
no abrir
esa lata abombada que espera
su momento de héroe contra el hambre
de toda la familia.
Sobrevivir con los pechos caídos
goteando esperanza porque no hay otra cosa.
Y cerrar con candado los ojos y los puños,
encajar una muela en otra muela con la lengua
sangrando tres palabras (márchate, hijo mío),
dar un paso pequeño agarrada a la roca
con las plantas ardiendo en la arena
y llorar
solamente
cuando no mire nadie.
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