sábado, 12 de diciembre de 2015

Sepulcros vacíos. - Por JOSÉ MARÍA. RAMOS MEJÍA.

     Nada hay más cómico, pero ¡ay! más fructífero al mismo tiempo, que la silenciosa solemnidad del imbécil afortunado.
    Siempre que los veo huir del contacto imprudente de la 'gente,, envueltos en la pedantesca discreción con que se defienden, me viene el recuerdo de aquellos vagones que ya vacíos de explosivos, ostentan, sin embargo, la terrible palabra ¡peligro! que sigue ahuyentando a los medrosos e infundiendo el profundo respeto de la muerte. Si el defensivo puede agregar a su solemnidad y a su silencio la colaboración de la calumnia biográfica, tan útil y tan benevolente cuando procede de amigos interesados, el aparato se complica a maravilla y sus efectos trascendentales escapan a los límites de la vida privada; los simples goces de la canonjía subalterna se dilatan hasta la celebridad mundial, y sobre el erial de su mente franciscana esos amigos calumniadores levantan enormes fábricas, monumentos de arquitectura híbrida que tienen del cuartel y de la penitenciaría y que al fin y a la postre hay que voltear a latigazos para dejar expedito el camino. No los sorprenderéis jamás en desarme ni con la puerta abierta; la vida entera funcionarán así, porque una vez montados caminan por la propia virtud de su automatismo.
    Un ejemplo histórico de esta gravedad defensiva lo tendréis en aquel general don Frutos Rivera, de tan risueña memoria : " Cierta afectación de gravedad estudiada, que probablemente era una forma adquirida después de haber llegado a ser entidad - dice quien le conoció de cerca - y con la que disimulaba la falta de proporción entre la posición que asumía y sus méritos reales, parecía ser una especie de precaución íntima contra la fama de embrollón y tramposo que bien sabía él que se le reprochaba. "
    La gravedad era una rueda importante de su aparato de protección.
    Basta que le entreguéis el uniforme, ¡qué digo el uniforme! un galón, la hoja fugitiva de un flamante entorchado, para que de ella haga un general, luego un gran estratega y por fin el genio mismo de la guerra. Y sin embargo, apenas penetráis más allá del dintel de la puerta, el vacío sorprende con su olor de tierra húmeda como en los sepulcros y en los sótanos abandonados.

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