sábado, 16 de enero de 2016

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Mención de Honor de la Categoría B: Marina Barrio alumna de 3º año de la E.S.Nº 3 “Carmelo Sánchez”

El secreto mejor guardado

       Sí, era yo. Esa nena tímida que no hablaba con nadie, no reía y apenas levantaba la mano en clase. Esa nena a la que los compañeros la miraban con cara de burla como diciendo: “jajaja que chica rara”. Y sí…lo decían porque yo los escuchaba en los pasillos del colegio como hablaban de mí , pero ellos no sabían la razón de mis actitudes.
Yo sólo era una inocente adolescente a la que le costaba mucho socializar y hacer amigos. No practicaba ningún deporte y tenía muy buenas notas en el colegio,  sólo porque me la pasaba todo el día encerrada estudiando. Tampoco tenía alguna amiga con quien compartir cosas; sólo mi perro chispita. Él era el único que me entendía y me acompañaba cuando me sentía mal.
En mi infancia la  pase muy mal y a eso quería llegar porque acá es donde comienza la historia.
Cuando era chica me encantaba escribir y era la única manera de liberarme de todos aquellos horrores que me sucedían día tras día y que no sabía cómo sacarme de encima. Mi vida era un calvario.
 Tenía una familia pequeña formada por mi mamá, mi abuelo y mi incondicional perro: Chispita. De mi papá nunca supe nada, sólo  que nos abandonó a mi mamá y a mí cuando  tenía dos años. Por eso, mi madre tuvo que ocupar el rol de padre y madre y las cosas empezaron a empeorar porque ella tenía que trabajar doble turno para alimentarnos a los tres.
Con un padre ausente y con una mamá trabajando todo el día, prácticamente me crió  mi abuelo .La mayor parte del día la pasaba con él. Me despertaba, me daba de comer y me llevaba al jardín. Luego me pasaba a buscar, íbamos a la plaza un rato y de ahí derecho a casa. Poco a poco mi abuelo comenzó a envejecer y yo a volverme cada vez más señorita y decidí no ir más a la plaza por eso directamente nos íbamos para casa.
Una tarde, luego del colegio  estaba jugando con Chispi cuando mi abuelo comenzó a acariciarme de una manera que nunca lo había hecho antes.   Comencé a sentir actitudes raras de parte de él hasta que en un momento me lanzó contra la pared y me obligó a sacarme la ropa. Era una nena inocente y sin fuerzas y no supe cómo defenderme por eso tuve que ceder ante su pedido. Fue en ese momento cuando sufrí la primera violación.
No sabía qué hacer ni con quién hablar. Lo único que hice fue escribirlo en mi libreta. Cuando mi madre volvía de trabajar todo seguía normal hasta que llegaba el momento de cenar. Tal era mi trauma que decidía no comer y a mi mamá le parecía raro este cambio de actitud. Sentía vergüenza y miedo y no pude decirle nada.
Todos día pasaba por la misma historia hasta que se hizo costumbre. Día tras día sufría cosas que no tenía por qué vivir y fui creciendo con esta horrible situación que me acompañó gran parte de mi adolescencia. Un trauma que no podía sacarme de encima, que repercutía mucho en mí, un trauma que no sabía con quién charlarlo ni cómo hacer para parar esta pesadilla. Lo único que hacía para sentirme un poco mejor era volcar en mi libreta lo que me pasaba todos los días y llorar la mayor parte de las noches junto a mi gran compañero Chispi.  Él era al único que le contaba todo. Aunque los perros no hablen ni nada, él me entendía y me acompañaba cuando más lo necesitaba.
Tuve que aprender a vivir en este calvario hasta que un día fueron al colegio un grupo de psicólogas a dar una charla sobre violencia de género, abusos sexuales y adicciones. Eso fue una revelación: ahí la cabeza me dio un giro completo y pude por fin abrirme y contar lo que me pasaba .Cuando la charla terminó le pedí el número de teléfono a una de las psicólogas y por la tarde, cuando mi mamá no estaba y mi abuelo había salido a hacer unas compras, decidí llamarla para que me ayudasen a denunciarlo. Esa misma tarde, cuando estaba en medio de la conversación telefónica llegó él, el abusivo y degenerado, mi abuelo y me oyó contarlo todo. Automáticamente perdí el control de mi cuerpo y lo único que recuerdo es que me desmayé. Cuando me desperté estaba tirada en el piso atada de manos y pies. Lo primero que hice fue gritar y de repente apareció mi abuelo con una cuchilla en la mano amenazándome. Decía que iba a matarme si abría la boca. Yo ya estaba acostumbrada a los abusos por eso actué con mucha calma y lo único que hice fue rogarle que no me hiciera más daño. Permanecí un largo rato atada escuchando sus amenazas e insultos hasta que no sé si por compasión o por qué motivo decidió soltarme. En ese momento fue cuando di mi golpe de venganza. Con la misma cuchilla con la que él pretendía matarme le di tres puñaladas en el estómago hasta dejarlo sin vida.
La verdad es que no sé de dónde saqué el coraje para hacer semejante barbaridad, sin embargo creo  que después de tantos años viviendo lo mismo ya era hora de que todo terminara. Claro que no fue la mejor decisión, pero era elegir entre mi vida o la suya. Muy nerviosa y con los ojos llenos de lágrimas, limpié la cuchilla y la enterré en un lugar donde nunca nadie la podría encontrar.
De repente escuché ruidos afuera y la puerta se abrió bruscamente…era la policía. Habían venido a mi casa porque una vecina escuchó mis gritos y los llamó inmediatamente. Los policías me hicieron un interrogatorio de lo que había pasado: mentí. Les dije que habían entrado unos ladrones con capuchas a los que no les pude ver la cara, que nos pidieron dinero y no teníamos que darles por eso habían matado a mi abuelo y que cuando escucharon los portazos salieron por el paredón del fondo sin dejar rastros de su accionar.
Mi historia resultó creíble. Aunque trataron de buscar huellas no encontraron nada y poco a poco el asesinato fue quedando en un recuerdo que sólo aparecía en las hojas de mi tan preciada libreta.
Cuando cumplí mis quince pude hacer una fiesta soñada con amigos verdaderos y el recuerdo de mi compañero chispita, a quien actualmente no olvido. Luego de mi cumpleaños le pedí a mi mamá que nos mudásemos a un departamento. Yo no toleraba los horribles momentos vividos ahí y a ella le resultaba doloroso vivir en “la escena del crimen”.  Estábamos mejor económicamente ya que había conseguido un muy buen trabajo.
Y ahora sí, ya estoy totalmente renovada con mi grupo de amigas y hasta mi novio, se podría decir que una buena vida me espera, por ello decidí por fin volcar mi historia en hojas grandes y dejar mi libreta de lado, mi historia se mantenía en secreto. Era hora de liberarme totalmente de semejante pesar. Ya me había liberado de mi abuelo y sólo faltaba esto para sentirme libre. Además ya estoy en mi último año de Secundaria y voy a estudiar Psicología. Es más, ya armé un grupo de autoayuda para todas aquellas chicas que sufren o sufrieron lo que en algún momento me tocó vivir a mí, lo cual es algo que verdaderamente y con una mano en el corazón no se lo deseo a nadie. Lo único que deseo es que cada una se libere de todo aquello que tanto le pesa. Es la única manera de seguir adelante. Por el momento, la verdad de la muerte de mi abuelo no la puedo (ni tampoco la quiero) confesar. Quizás algún día me sienta preparada, pero no ahora.

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