Llegó un día a oídos del rey Luis XII de Francia, que uno de sus nobles había tratado brutalmente a cierto aldeano.
Tal noticia afectó profundamente al monarca, que por la magnanimidad de su corazón era amado sinceramente por sus súbditos, los cuales le llamaban'« El Padre del Pueblo ».
Determinó, pues, Luis XII dar una severa lección al noble, sobre el modo de tratar a los que no eran tan afortunados como él. Disimulando, pues, su propósito, meditó durante varias semanas el asunto, y maduró un plan que, a su juicio, no podía menos de dar los mejores frutos.
Un día invitó al noble a venir a le hizo quedarse a comer. El no se sentó con él a la mesa; mas a pesar de ello, ordenó que le regalaran con el más suntuoso banquete que imaginarse puede.
Fuéronle servidos los más delicados y apetitosos manjares; y únicamente estuvo prohibido, de orden del rey, que se le presentara el menor bocado de pan. Extrañó sumamente al noble tan raro olvido, pero por cortesía no se atrevió a pedir alimento- tan común y vulgar, teniendo especialmente a su disposición tan variados platos. Con todo, según iba gustando tantos primores culinarios, notaba cada vez más la falta del pan, y ya antes de los postres, estaba visiblemente disgustado por la ausencia de cosa tan necesaria.
En aquel instante penetró el rey en el salón.
- Caballero,le dijo,¿os han servido bien?
- Señor,le respondió el noble ha sido un festín, digno de un rey; mas, no obstante, he de decir la verdad a su Majestad; no estoy satisfecho, pues entre tanta abundancia de manjares faltaba el pan, tan necesario en toda comida.
- Perfectamente,le respondió Luis XII con tono severoasí comprenderéis mejor la lección, que os he querido hacer inolvidable. Como veis, os es indispensable el pan para satisfacer una primera necesidad. Aprended, caballero, a tratar con humanidad a aquellos cuyo oficio es cultivar la tierra que ha de producir el pan necesario para vuestro mantenimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario