domingo, 20 de marzo de 2016

LA LIMOSNA Por Lázaro María Pérez

Oye, hija mía: cuando el pobre toca
De puerta en  puerta mendigando un pan,
Nos lo pide por Dios, y el Dios que invoca
Es el mismo que a todos pan nos da.

El Padre universal tiene un consuelo
Para todo dolor: y cada bien
Con que socorre al pobre, sube al cielo
Y en densa nube tórnase al caer.

Por eso es su caudal inagotable;
Por eso cada bien abate un mal;
Por eso encuentra pan el miserable,
Por eso el desvalido encuentra hogar.

También la caridad en su eficacia
Da una limosna y la reciben dos:
El que la pide, un pan que su hambre sacia;
El que la da, la bendición de Dios.

Y el aturdido mundo no percibe
Quién en esa limosna gana más,
Si el mendigo infeliz que la recibe
O la mano piadosa que la da.

Pero en este dilema no hay razones:
Calcular es lo mismo que sentir:
Si das pan y recibes bendiciones,
¿La dádiva mejor, no es para ti?

San Juan de Dios, que avaro perseguía,
Para ofrecerle pan, a la orfandad,
Al ponerlo en su mano le decía:
«¡Gracias por la limosna que me das! »

No olvides, hija mía, la enseñanza
Que encierra el don munífico de Dios:
Si de fe se alimenta tu esperanza,
Busca en la caridad tu galardón.

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