Concédeme, Señor, cuando me llames,
que la obra esté hecha:
la obra que es Tu obra
y que me diste que yo hiciera.
Pero también Señor, cuando me llames,
concédeme que todavía tenga
firme el pulso, la vista despejada
y puesta aún la mano en la mancera.
¡Yo sé bien que cuando al cabo falte
mi mano aquí, tu sabia Providencia
otras manos dará para que siga
sin detenerse nunca nuestra siembra!
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