III
Mis lágrimas amaron la madera,
tu confortante olor a cruz, Dios mío.
Alguien y yo somos un mismo río
corriendo hacia tu sed que nos espera.
Mis huesos veneraron el rocío,
tu misericordiosa primavera.
Alguien y yo somos la misma cera
que Tú desciendes a librar del frío.
Alguien es condición de mi amargura,
sustancia de mi júbilo. Reparte
así la compasión que de Ti fluye.
Y yo te amo en esa criatura
ignorada, que sólo por amarte
sirve a mi soledad y la destruye.
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