domingo, 30 de junio de 2019

Poesias de Rafael Serrano Ruiz


¡AMO!


Amarrado a la vida con desesperación
¡Amo!
Viendo como el tiempo se me escapa
¡Amo!
Viviendo mi última batalla
¡Amo!
Amo arrebatando el tiempo al tiempo
Y entregándolo a mi amada



Un instante


Siente el silencio
Mira su entorno…
la mesa de cristal,
la caja de madera,
la foto en sus manos…

El silencio le domina.
Suspendido en el tiempo 
un aroma le envuelve.
Sentimiento de plenitud;
orgulloso, amado.
La paz inunda su poros
y pleno de amor
vive la felicidad
Inmerso en la armonía.
La emoción le embarga
y una lágrima furtiva
se escapa del corazón
sabiéndose parte de un todo…

Mira la caja de madera,
la mesa de cristal
la foto en sus manos…
es un instante,
tan solo un instante.



Del tiempo


¡Tiempo que vuela fugaz!
imposible de parar.
Con su paso, se acelera,
te domina  sin poderlo remediar.

En su deambular
se comienza a valorar,
memorando
Instantes de su verdad.

Inmerso en su voracidad
intento mi tedio sublimar,
sentir de su paso el placer,
de su uso disfrutar.

Y así, en su camino,
coincidiendo con la vida
forjadora del destino,
podré saber quién soy,
repasaré lo vivido

Y lo mucho que he querido.



Mientras te miro



Sentimientos que renacen
esperando tu presencia.
!Verte!
Sentirte a mi lado.
Ver tu llegada luciendo esos aires
tan tuyos, tan propios, tan míos.

Mientras me hablas,
mientras te miro,
mil ideas pueblan mi mente…
quiero sentirme querido

!Que culpa tengo yo de tal quimera¡
Lloro desesperado al no tenerte,
por no poder disfrutar de tu presencia,
por ese intenso dolor de lo imposible…
por tu falta de amor….
por no dejar de quererte.

Lloro porque el tiempo pasado
siga latente…
porque te sepa querer como mereces,
por tus cálidas manos en mi frente,
por tus besos de amor
en el presente.

Un nuevo renacer
donde evitar los errores
de compartir el amor
que como un torrente,
destrozó nuestra vida
en el pasado …
y  el presente.




sábado, 29 de junio de 2019

POEMAS EXTRAÍDOS DE “EXPOSICIÓN DE LA ACTUAL POESÍA ARGENTINA” Pedro Juan Vignale - César Tiempo (Comp.)



Nocturno  - Por Conrado Nalé Roxlo


El bosque se duerme y suelta,
el río no duerme, canta.
Por entre las sombras verdes
el agua sonora pasa
dejando en la orilla oscura  
manojos de espuma blanca.
Llenos los ojos de estrellas
en el fondo de una barca,
yo voy como una emoción
por la música del agua;
y llevo el río en los labios
y llevo el bosque en el alma.



Canción - Por Leopoldo Marechal



El Río de tu Sueño cantará el abecedario del agua.
Tendrá árboles, como llamas verdes
chisporroteando alondras;
y altos bambúes cazarán el girasol de las lunas
en el Río de tu Sueño que sólo tú remontas..

   El alba será un loto que perfuma
la muerte de tus noches;
de picotear estrellas estarán ebrios tus pájaro-moscas.
Habrá remansos y un polen que hace dormir al viento
en el Río de tu Sueño que tú remontas.

   Con mi remo al hombro he visto zarpar cien días:
mis hermanos pelarán la fruta del mundo, la más roja...
Con mi reino inútil, a lo largo de las noches,
busco el Río de tu Sueño, que sólo tú remontas.


Cita - Por Enrique M. Amorim



El péndulo irregular
de mi bastón de malaca,
cuenta minuto a minuto
mi espera desesperada.
Tranvías que hilvanan barrios
y mil parejas que pasan...
El tiempo oscila en el péndulo
de mi bastón de malaca.
El fatigado crepúsculo
sobre los techos, descansa;
tajo las sombras primeras
con mi bastón de malaca.
Las manos entumecidas
ya no tienen fuerza para
mover el péndulo fácil
de mi bastón de malaca.
El tiempo se ha detenido
y la que aguardo, en su casa,
ay, no sabe que estoy solo,
con mi bastón de malaca.


Elogio de los albañiles italianos - Por Gustavo Riccio


De pie sobre el andamio, en tanto hacen la casa,
cantan los albañiles como el pájaro canta
cuando construye el nido, de pie sobre una rama.

Cantan los albañiles italianos. Cantando
realizan las proezas heroicas estos bravos
que han llenado la historia de prodigiosos cantos.

Hacen subir las puntas de agudos rascacielos,
trepan por los andamios; y en lo alto sienten ellos
que una canción de Italia se les viene al encuentro.

Más líricos que el pájaro son estos que yo elogio:
el nido que construyen no es para su reposo,
el techo que levantan no es para sus retoños...

Ellos cantan haciendo la casa de los otros.


Epitafio a una mano de labrador - Por Francisco L. Bernárdez



En el pentagrama del labradío
escribiste la música del trigo.

Tu erudición de soles y trabajos,
predicando palabras de sudor
halló crucifixión en el arado.

La noche de su artesa repoblaste
de un universo lúcido de panes.

La amistad cotidiana de la tierra,
contagiándote toda, de tus dedos
hizo las cinco puntas de una estrella.

Crispada estás cual remansado río,
la eternidad es tu primer Domingo.


Impresión ciudadana - Por Horacio Rega Molina


La humedad bruñe la vereda
donde mi sombra se alucina.
Lejos, despliega la neblina
sus biombos pálidos de seda.

Lloran los cielos aguanosos,
y bajo el aire lastimero
se abren las cúpulas de acero,
como paraguas fabulosos...


La garganta del sapo - Por José Sebastián Tallón


Tan desnudo y lustroso, y tan feo y romántico,
cuando inflas, oh sapo, tu croclera garganta,
yo te escucho celoso, porque sé que tu cántico
brota para una sapa que presuntuosa canta...

Mi oído nada sabe del pájaro aristócrata;
y son cantos de sapo las estrofas que narro...
Soy nadador y canto, soy poeta y acróbata,
y amante de las charcas estoy hecho de barro.

Talentoso maestro, compañerito mío,
que fuiste un irrisorio juguete de mi infancia,
yo maté tus hijitos, que hacían clío... clío...
y hoy medito tu enorme y heroica tolerancia.
Yo entonces no sabía tu importancia en la vida,
ni supo enternecerme tu novia enamorada...
Fue todo por mi honda, mi honda sapicida,  
que se hizo enemiga de tu garganta inflada.

Tú, como yo eres manso, y tienes mi alegría;
mis músculos te salen en tus brazos de atleta...
te pareces a un niño, tu mirada es la mía,
y hasta mides tus cantos como un viejo poeta.
Yo, como tú, soy ágil, soy brincador y guapo;
tus dos protuberancias me han salido en la frente...
me parezco a tu cara, mi garganta es de sapo,
y hasta tu ruido imito maravillosamente.

Tú invítame a ser fuerte camarada del bueno,
y yo a ti de los rayos del sol y del riacho;
y tú a mí de lo húmedo, de la cueva y del cieno,
y yo a ti de los cantos de la hembra y del macho.
Tú invítame a hermanarme con el bagre y la anguila,
y yo a ti con el hombre, con el ciervo y el toro,
y los dos nos iremos por la senda tranquila
donde hallemos hermanos que nos canten en coro.

Deja a un lado el instinto de tu lengua insectívora,
deja a un lado la ira que en lomo se enarca,
deja a un lado tu baba, que da muerte a la víbora,
y vayámonos juntos a cantar a la charca.
Cantemos nuestra infancia. No ha de faltar la dosis
de lluvia que nos temple la garganta aquí abajo;
ya que los dos tuvimos una metamorfosis,
yo cantaré al bandido, y tú, al renacuajo.

 Suene pues tu garganta, la bolsita construida
con las hebras de plata de la lluvia sonora,
donde guarda la tarde la canción de su huida,
donde tiene mi espíritu su canción preferida,
y sus regios tambores arremete la aurora.


sábado, 22 de junio de 2019

EL REGLAZO Por Álvaro Yunque (Del libro “Jauja”, Ed. Claridad, año 1929)

Sustituir la disciplina fundada completamente en la
responsabilidad del maestro, por una disciplina fundada
sobre la responsabilidad del niño, es trabajo
largo y difícil, pero hay que hacerlo.
ANGELO PATRI


Los veinticinco chiquilines del segundo grado se hallaban a la merced del capricho. Y el capricho se personificaba en un maestro alto, nervioso y calvo que miraba detrás de dos cristales gruesos de miope, tan gruesos que quitaban toda la expresión a sus pupilas. El capricho, además, tenía una regla en la mano. La palmeta o el chicote hubieran resultado anacrónicos en el siglo XX. Por otra parte, la regla no es un instrumento de tortura, como el chicote o la palmeta: es un instrumento de trabajo. Esto quitaba todo lo que de odioso pudiese tener su presencia sobre el pupitre del maestro, aun cuando, a veces, los días en que el maestro se sentía malhumorado, en la punta de la regla incrustaba una chinche. La regla entonces golpeaba y pinchaba. Y cada golpe era un surco que abría en el alma del niño castigado; un surco de humillación en el que arrojaba el pinchazo: una semilla de odio.
- ¡A ver, muchachos!  dijo el maestro  hagan esta multiplicación. Y escribió en la pizarra que cubría un muro de la clase: 987654321 x 9 =
En seguida agregó:
- El que se equivoque se llevará un reglazo. Y al que tarde más de cinco minutos, ¡un reglazo!
Los chiquillos comenzaron a multiplicar. Y el maestro también. Acabó éste y dijo:
- ¡Ya está!
Saliendo de su pupitre, comenzó a pasearse para que no copiaran. A pasearse reloj en mano:
- Van tres minutos, van cuatro minutos…
Los chicos iban entregándole los cuadernos. Confrontaba los resultados con el obtenido por él, y riéndose, anunciaba:
- ¡Un reglazo para uno! ¡Un reglazo para otro!
- ¡Cinco minutos! ¡De pie todos! El que no terminó, ¡un reglazo!
Tres niños, ya habituados a la afrenta, alargaban las manitas para recibirlo: no habían terminado en los cinco minutos. El maestro inició la serie con ellos. Después dijo:
- ¡Se han equivocado todos! ¡No hay ningún resultado bien! Vayan pasando a recibir su reglazo.
Y sentose en su pupitre para administrar el castigo más cómodamente. Los chiquillos fueron pasando ante él. Al recibir el reglazo, algunos reían y, sacudiéndose la mano, exclamaban:
- ¡No duele!
Estos eran los cínicos. Los había estoicos: muy serios alargaban la palma, recibían el reglazo y se daban vuelta, camino del pupitre. Luchín se hallaba entre éstos. Luchín era un niño rubio, de ojos pequeños y pardos, que miraban con vivacidad. Ocho años, nervioso, delgadito, endeble. Sobre los ojos, una alta frente abovedada prestábale dignidad a la faz insignificante. Debajo de la nariz, una boca pequeña ponía un rictus voluntarioso en su cara pálida. No era bello, pero su expresión era armoniosa. Se presentía en él un alma no vulgar.
Dados los veinticinco reglazos, el maestro proclamó el resultado obtenido por él:
- 87.888.888.890.
Luchín gritó:
- ¡Está mal!
- ¡Un reglazo por decir que está mal!  ululó el maestro.
Luchín protestó:
- Sí, está mal. ¡Usted se equivocó!
Saltando de su asiento, corrió a la pizarra y comenzó a multiplicar. Obtuvo este resultado: 88.888.888.890.
- ¡Igual que yo!  gritó un chico
- ¡Y yo!...
- ¡Y yo!...
- ¡Y yo!...
Quince niños, de pie, enarbolaban, triunfantes, sus cuadernos. Algo avergonzado, el maestro revisó la cuenta que Luchín acababa de hacer en la pizarra, y reconoció:
- ¡Está bien! Sí, yo me he equivocado.
En la clase se levantó un murmullo de satisfacción. Algunos alardeaban.
Luchín dijo:
- ¿Y ahora?...
- ¿Y ahora, qué?  preguntó el maestro, irritado.
- Ahora, ¿qué hacemos con el reglazo que usted nos pegó injustamente?
- ¡Oh! ¡Se lo guardan en el bolsillo!  respondió el maestro, bromeando.
Un chico propuso:
- Sí, señor, lo guardamos y cuando alguno merezca un reglazo, usted no se lo da. Se lo cobra de éste.
- Ahí tienen. ¿Ven? Llevan un reglazo adelantado  siguió el maestro, bromeando siempre.
Luchín, que no se había movida de junto a la pizarra, murmuró algo que no se oyó bien, pero su actitud de protesta inquietó al maestro: - ¿Qué dice? ¿Qué está rezongando usted?
- ¡Digo que eso no está bien!
- ¡Ah! ¿Con que no está bien?  preguntó el hombre, irónicamente.
- ¡No!  insistió Luchín -. ¡Eso no es justo!
- ¡Ah! ¿Y qué es justo?
- ¿Justo?: que cada uno de nosotros le de un reglazo a usted. Somos dieciséis los que hemos sacado bien la multiplicación. Usted se debe llevar dieciséis reglazos…
El hombre se había puesto de pie. La cólera le envilecía el rostro. Le tironeaban las venas del cuello que se le saltaban.
- ¡Ahora es usted el que va a llevar dieciséis reglazos! ¡Dieciséis reglazos por irrespetuoso! ¡Ponga la mano!
- ¡No!  gritó Luchín, y dio un paso atrás, dispuesto para la resistencia.
El hombre lo apresó de la camisa.
- ¡Ponga la mano!
- ¡No pongo nada!
- A ver, Rodríguez, Pineti, Masa… - llamó a tres chicos, los más grandes -. ¡Sujétenlo!
Los chicos se precipitaron sobre Luchín, que comenzó a rechazarlos, pegándoles puntapiés, furibundo. Impotentes, lo soltaron. Pero al hombre le rechinaban los dientes. La voz se le había hecho sorda. Llamó a otros. Algunos se prestaron de propia voluntad. Entre diez niños consiguieron, al fin, sujetar al rebelde y tenerlo con el brazo extendido para que recibiese los reglazos. Luchín, ya inmóvil de pies y manos, mordía.
- ¡Pónganle una mordaza!  ordenó el maestro.
Rápidamente, un chico le ató un pañuelo sobre la boca y se lo ató en la nuca:
- ¡Ahora estire la mano!  ordenó el maestro.
Luchín cerró el puño. Y sobre el puño cerrado, el hombre comenzó a golpear, lentamente, contando en voz alta:
- ¡Uno, dos, tres!...
Dio los dieciséis reglazos, y ordenó:
- ¡Ahora, sáquenle la mordaza, suéltenlo y cada cual a su asiento!
Luchín quedó solo en medio de la clase.Humillado, dolorido, hubiese escapado; pero el hombre le interceptaba la puerta. Entre los nudillos del índice y el mayor apuntaba una gota de sangre. Instintivamente, la chupó. Un sentimiento confuso de vergüenza, de asco y de odio se había apoderado de él. Tenía la sensación de que acababa de hacérsele víctima de una terrible injusticia. Y también de que era débil para vengarla. La injusticia, así, iba a quedar impune. ¿Dónde había visto esto? En ninguna parte. En todos los cuentos que él leyera, el malo  dragones, brujas al fin queda castigado y el bueno  hadas, príncipes triunfa. Pero en la vida, cuando el injusto, el malo, era un maestro y el bueno, el inocente, un niño, no ocurría eso. ¿Por qué? El odio, el asco y la vergüenza hervían dentro de él, y lo afiebraban. Vergüenza por su debilidad, asco por sus compañeros, odio contra el hombre que lo acababa de golpear injustamente y con la ayuda de todos. La clase, en silencio, esperaba que él hiciese algo. Y Luchín se arrojó topando contra la puerta. El hombre lo rechazó brutalmente. Las espaldas del niño golpearon contra el pupitre. Sin llorar, Luchín tomó el camino de su asiento. Allí, oculta la cara, se echó sobre el banco.
El hombre, vencedor, se sentó en su pupitre. Dijo:
- Así aprenderás a obedecer.
Luchín comenzó a llorar con profundos sollozos que lo ahogaban. El maestro bromeó:
- Bien: tendremos clase con música.
Casi todos los niños rieron. Luchín levantó la cara roja, se limpió las lágrimas y, haciendo un inaudito esfuerzo, habló:
- ¡No lloro!
- Bueno  siguió bromeando el maestro -. Se suspendió la orquesta.
Casi todos los niños volvieron a reír, más ruidosamente, sin ganas, sólo para congraciarse con el maestro.
- ¡Basta!  ordenó éste -. Saquen los cuadernos, voy a dictar.
Y mientras los otros se preparaban, él se dirigió a Luchín:
- ¿Aprendió a ser obediente? ¿Qué me mira con esos ojos de asesino?
El niño no le respondió. Cargado el pecho de sollozos, se le subían a la garganta, y tragábales para no llorar, aunque cada vez que tragaba uno, le dolía la garganta. El hombre insistió:
- ¿Ha aprendido a obedecer?
El niño, sin responderle, no dejaba de mirarle con inflamado odio. Acababa de descubrir algo. ¿Qué? Luchín sentía la sensación neta de que acababa de aprender algo, aunque este algo no era “a obedecer”, como lo suponía el maestro. En ese instante, Luchín no podía precisar qué acababa de descubrir  a los ocho años  qué acababa de aprender en la clase de una escuela. ¡Y acababa de descubrir algo que no olvidaría jamás! Ahora no sabía qué era. Después lo sabría. Después descubriría que era esto:
La justicia administrada con violencia, es injusticia. Que al rebelarse contra el más fuerte, el más fuerte recluta los verdugos entre los oprimidos. Y estos descubrimientos, aún confusos en el alma de Luchín, lo llenaban de odio y de asco. También de dolor y de tristeza. Siempre es triste y doloroso hacer tales descubrimientos, conquistar esa amarga sabiduría; pero lo trágico de ese dolor, lo inaudito de esa tristeza, es que lo hombres civilizados, no se espanten ni se avergüencen de que eso pueda ser aprendido en la escuela y descubierto por un niño de ocho años.
El maestro dictaba. Luchín comenzó a llorar nuevamente. Y el hombre bromeó:
- ¡Otra vez tenemos orquesta!
Casi todos los niños volvieron a reír. El atribulado levantó la cabeza. Observó. Sólo dos chicos no reían. Por el contrario, en su seriedad, en sus miradas, en la mueca que contraían sus bocas, Luchín leyó la compasión y la cólera. Les dijo:
- ¡Con ustedes dos soy amigo! ¡Nada más! ¡A ninguno de ustedes  y abarcó el resto de la clase, desdeñosamente -, les hablo más! Unos se encogieron de hombros. Alguien dijo:
- ¿A mí qué me importa?
Intervino el maestro. Dio un fuerte reglazo contra el pupitre, y conminó:
- ¡Silencio!
Todos callaron menos Luchín. Este dijo:
- Ya lo saben. ¡Ninguno de ustedes me hable más!
- ¡Silencio!  volvió a gritar el maestro, y se irguió, amenazante. Luchín lo miró a los ojos, sonriente y tranquilo. No djo nada. Y el hombre se turbó. Acababa de leer todo el desprecio que inspiraba al niño. Bajando la vista, ordenó seguir la clase:
- ¡Escriban!
Comenzó a dictar. Su turbación era tan evidente que algunos miraron a Luchín sorprendidos. ¿Qué pasaba? Este sonreía, satisfecho. Acababa de aprender algo más, también infusamente. Alguna vez sabría qué era esto: dos puños todopoderosos nada pueden contra un espíritu. Porque el espíritu es luz, luz que está en lo alto, fuera del alcance de los puños. Cae sobre ellos y no los quema. Los ilumina. Pro los ilumina de tan misteriosa manera que los puños terminan por sentir vergüenza de ser puños.
Pasaron unos minutos. Con el silencio la herida de Luchín volvió a abrirse. Su sensibilidad comenzó a sangrar de nuevo, y lloró. El maestro nada dijo; pero algunos niños rieron. Buscando la broma o para congratularse con él, uno dijo:
- ¡La orquesta otra vez!
- ¡Cállese!  le gritó el maestro.
Después quiso decir algo a Luchín que, doblado sobre el pupitre, sollozaba, ahogándose, como si acabaran de castigarle. No pudo decir nada. Y siguió dictando; pero su voz había enronquecido.

domingo, 16 de junio de 2019

CARTA A NUESTROS HÉROES DE MALVINAS

Balcarce,14 de junio de 2019

A nuestros queridos héroes de Malvinas:
Hoy, como hace muchos años, volvimos a elegir el mismo medio de comunicación por el cual se comunicaban con sus familiares, amigos o el pueblo argentinos, para agradecerles que hayan defendido con valentía y sacrificio nuestra islas Malvinas, una parte de nuestra patria.
Arriesgaron su vida por lo que nos pertenece, soportaron el frío, el hambre, la soledad, la angustia y vencieron el miedo. Aunque no estaban técnicamente preparados para combatir lo dieron "todo".Lamentamos que no los hayan reconocidos desde el primer día que volvieron a pisar suelo argentino, y que el pueblo haya olvidado lo sucedido, pero hoy volvimos a hablar, comenzaron a contarnos su experiencia, los pudimos conocer; hoy Malvinas está en nuestra memoria, es "una herida que no cicatriza" y debemos seguir luchando DIPLOMÁTICAMENTE por recuperar la soberanía.
Hoy también recordamos a todos aquellos que ya no están y quedaron custodiando nuestras islas . Gracias por defender nuestro territorio argentino.

Alumnos de 2do ”B” E.E.S.Nº 10

Adrian Aguirre, Ramón Buide, Nahuel Cuenca, Melina Cuenca, Ariel Delgado, Rodrigo
Farias, Agustin Menchón, ,Agustin Vega, Sofia Mercado, Yanet Dornet,Yanet Mamani,Cindy Zubiria, Tatiana Iribarren, Dalma Olea, Priscila Suarez, Melisa Lupo, Melisa Masmut, Dario Peralta, Cristina Carrizo,Leandro Martinez

PRESIDIO DE LAS BRUSCAS EN DOLORES Por Juan Carlos Pirali

Como consecuencia de las acciones bélicas que culminaron con la independencia de América del Sur, se establecieron presidios para alojar a los prisioneros españoles, y como una forma de evitar las evasiones se emplazaron en lugares apartados de las grandes ciudades.
Uno de esos puntos elegidos fue el paraje “Las Bruscas”, una loma ubicada a unas dos leguas al este de la actual ciudad de Dolores. El presidio se instaló en 1817 y los ranchos donde se alojaban los prisioneros fueron construidos por ellos mismos. Al respecto, el 27 de mayo del citado año el primer comisario del mismo, coronel Juan Navarro informaba a don Miguel de Azcuénaga que había distribuido los prisioneros en las estancias cercanas al lugar donde construiría el depósito, y que había hecho cortar paja y palos en lagunas y montes vecinos[1].
El 26 de noviembre de 1817 fue cambiado el primitivo nombre por el de Santa Elena[2], y en ocasiones superó el millar de prisioneros, especialmente después de las batallas de Chacabuco y Maipú[3].
Entre los detenidos figuró Andrés Santa Cruz, que logró escapar y se incorporó al ejército patriota y posteriormente llegó a ser presidente de la Confederación de Bolivia y Perú. También estuvo allí Andrés González del Solar, tomado prisionero en el Callao y fue liberado por orden del general Martín Rodríguez, radicándose en Buenos Aires donde instaló un comercio. Su hija Carolina se casó con José Hernández, el autor del Martín Fierro.[4]
Muy cerca de Las Bruscas había otro depósito instalado en Dos Talas, en el que alojaban a los oficiales de más alta graduación tomados en Montevideo en 1814. Así afirma el militar inglés John Miller, que hizo la campaña con San Martín y que estuvo allí el 30 de octubre de 1817 y al día siguiente pasó a Las Bruscas. Con respecto a Dos Talas dice que la población que tenía eran una pulpería y tres cobertizos donde había 38 oficiales españoles hechos prisioneros en Montevideo, y agrega que cien millas alrededor de Dos Talas sólo había unas veinte estancias, es decir, que todavía no existía el pueblo de Dolores, fundado en 1818. [5]
En Las Bruscas estuvo detenido el capitán español Faustino Ansay, desde septiembre de 1817 a mayo de 1819, en que fue liberado y en 1822 escribió sus memorias, en las que describe las penurias vividas en el depósito y todas las características de la región. Ansay había sido comandante de armas en Mendoza y en 1810 se había revelado contra el gobierno revolucionario.[6]

BANDO

Don Juan Navarro, Tte. Coronel y Comisario General de Prisión en Depósito de la Patria Santa Elena.
Necesitando cortar de raíz la escandalosa fuga o deserción de algunos oficiales y soldados, que faltándoles el honor a los primeros me hacen tomar las disposiciones siguientes:
1º) Desde la oración en adelante no podrá ningún prisionero separarse en lo señalado en la ordenanza para el oficial y el soldado que contraviniese esta orden desp. de preso en la prisión. Sufrirá el castigo que venga a bien imponerle por primera vez, y para la segunda con arreglo a mis instrucciones.
2º) Todas las mañanas a las ocho de ellas, se presentarán en el campo que se designase todos los oficiales y soldados a pasar lista, pero sólo los que estuvieran sumamente malos y en cama se les exceptúa, debiendo el que pase lista ir antes de retirarse los presentes a inspeccionar la presencia de los enfermos con el cirujano, y dar parte al Segundo Comisario y éste lo hará a mí si hubiese novedad.
3º) Se priva absolutamente que ningún miliciano o soldado del destacamento tenga ninguna conversación con ningún prisionero sin que sea a presencia del Segundo Comisario, el ayudante Sosa, el sargento Ríos o el capitán encargado del destacamento y si alguno contraviene a este artículo, el miliciano será castigado arrestándolo por ocho días y para la segunda ves se remitirá a disposición del Gobierno para destinarlo a las tropas y el primero se le aplicará la pena según mis instrucciones.
4º) Ningún paisano podrá entrar en el depósito, menos a mi casa y hasta la del Segundo Comisario, y el que contraviniese a este artículo se arrestará para dar parte al Gobierno.
5º) Ningún soldado de los que hay en el depósito podrá llevar escrito alguno, ni entregar dinero a los prisioneros sin mi consentimiento, así mismo sus domésticos y familia, so pena que el que se descubra en una sola vez será preso y embargados sus efectos para dar cuenta al Gobierno.
6º) Ningún prisionero podrá recibir dinero por mano oculta, sin que sea por mi conducto y en el caso de atestiguarse se privará de él y se dará cuenta; tendrá cuidado de entregarlo íntegramente a su dueño, se le averigua el conducto de lo que se introduzca oculto, será preso y remitido a la Capital a disposición del Estado Mayor General.
7º) Los prisioneros podrán ir a traer leña en los burros, reuniéndose seis a ocho para que les custodie un miliciano al monte y el que se halle cuatro cuadras pasado de los límites descriptos, traído preso a la prisión e igualmente los paseos de día después de pasada la lista será cuatro cuadras al frente del depósito sin que se aproximen a la guardia a más de media cuadra.
8º) ningún oficial ni soldado vendrá a mi casa, sólo que necesite proponer alguna cosa de importancia. Para todo lo que necesiten podrán solicitarlo por conducto del Segundo Comisario.
9º) Ninguno de los prisioneros podrá aproximarse a la guardia en reunión de dos para arriba en distancia de media cuadra. El centinela los hará retirar a todos los que se presenten más de este número y si no le obedecen avisará a la guardia.
10º) Las patrullas señaladas saldrán desde la oración hasta el día como está mandado, haciendo cumplir los artículos de este Bando en todas sus partes, con advertencia que será castigado el comandante de la patrulla si no cumple lo mandado en estos artículos.
11º) Todo vecino o miliciano está facultado para prender a todo prisionero que salga de este depósito sin el parte correspondiente, con la advertencia que los que lleven pase del Gobierno podrán transitar solos, pero los que lleven pase sólo mío irán con un miliciano hasta Chascomús, que serán aquellos que me ordene el Estado que con la denuncia del vasallaje de España o que alguna otra orden de E. M.
12º) Todos los oficiales y demás prisioneros entregarán todos los recados al día siguiente de publicado este Bando con sus bozales a la casa del Segundo Comisario, como es lomillo, freno y cincha y éste tendrá cuidado de franquear el apero para los burros todos los días, los que se volverán a entregar antes de ponerse el sol, pues a las cuatro deben estar de vuelta del monte; so pena que al que se le encuentre en las requisas será arrestado como sospechoso de fugarse y perderá todo el apero.
13º) Se priva absolutamente que ningún prisionero reciba ni mande carta, sin que primero sea revisado por mí, pues las que se escriban se entregarán al Segundo Comisario para que éste me las remita para revisarlas y rubricarlas por mí para dirigirlas a sus destinos y si encuentro alguno trayendo o llevando cartas, se prenderá dando cuenta al E. M. para su determinación.
Fíjese en este depósito los ejemplares y léanse tres días consecutivos en la lista.

Santa Elena, 28 de marzo de 1818
Juan Navarro

Archivo General de la Nación. Sala X 11.7.1 (Reglamento dictado por el comandante Juan Navarro).
[1] Archivo General de la Nación. Sala X
[2] La Gazeta, 6 de diciembre de 1817
[3] Archivo General de la Nación . Sala X
[4] E.M.S.Danero “Todo es Historia” Nº 25
[5] John Miller. “Memorias del General Miller” (Emecé)
[6] Faustino Ansay. “Relación de los padecimientos de los oficiales prisioneros bajo el gobierno de Buenos Aires”. Biblioteca de Universidad Nacional de La Plata

sábado, 8 de junio de 2019

La Niña del Acordeón - Por Nestor Petrillo

     Se levantó y dobló a toda prisa en la esquina. Ya no sintió la mano de su madre. Continuó corriendo sola y descendió por las calles empedradas de su pueblo. Y eso la puso feliz. Luego, tomó por el polvoriento sendero que la conducía a la casa de sus abuelos, y siguió corriendo con sus manos acariciando los trigos que se levantaban a los costados del camino. En su rostro había brotado una sonrisa que los claros charcos reflejaban al pasar. Entró a la casa y se sentó a la mesa frente a la chimenea encendida. Su abuela le sirvió un vaso de leche caliente con unas galletas. Salió al patio y saludó con un beso a su abuelo que se encontraba sentado debajo del roble. Y siguió corriendo alegremente atravesando la pradera húngara. Cuando llegó a la plaza de los juegos, se subió a una hamaca y se quedó un largo rato allí, jugando.
     Como todas las mañanas, Boriska llegó con su madre desde los intestinos de la ciudad y se estableció en la fría y gris vereda de una céntrica calle capitalina. Aquel espacio era su territorio. Su madre se lo recordaba a menudo, pero ella no le daba importancia. Era una niña.
 El presente de la familia era el de derrotados inmigrantes que habían llegado al país a bordo de un montón de ilusiones de feria. Coleccionistas de duros fracasos y resignados a los bajones.          Desconfiados de la vida, pues parecía que los esperaba agazapada en donde fuera que desembarcaran para maltratarlos.
     Apoyó junto a la pared del edificio un pequeño banquito verde de madera y su mochila. Se acomodó la bufanda y el gorro de lana rosa para protegerse del frío matinal. Era otoño y el sol tardaba más en salir detrás de los edificios. De a poco, el astro comenzaría a lamer las paredes de la vereda donde estaba y la reconfortaría. Frente a ella, colocó un vaso plástico que cada tanto le devolvía dulces melodías. Luego su madre, sacó del estuche negro la pequeña acordeón que Boriska había heredado de su abuelo y completando la ceremonia diaria, comenzó a tocar. Desplegaba el fuelle y sus notas viajaban entremezclándose con los ensordecedores sonidos de la ciudad.
     Mimetizada con el paisaje citadino, ella era una escena callejera más de las muchas que pasaban desapercibidas ante los ojos de tanta gente. Las polcas y otras danzas alegres que tocaba no reflejaban su actualidad, pero ayudaban a la familia.  Cada tanto alzaba su carita triste buscando alguna mirada. Las conocía a todas las de tanto verlas. Miradas escasas, miradas vacías, miserables, incómodas, complacientes, miradas lastimeras, de compasión. Miles de personas con rostros  glaciales y duros desfilaban ante sus ojos todos los días. De vez en cuando, algunos de aquellos apurados  se inclinaban ante ella a socorrerla.
       La brisa que soplaba de la costanera anunciaba un clima enrarecido. Un aire enviciado de desorden se apoderaba de la ciudad y  se mezclaba poco a poco con el olor de las fritangas callejeras del centro. Desde días atrás en la capital, se respiraba una atmósfera de caos. La brisa tenía tufo a muerte. Nada bueno.
      Su madre la dejó y se fue a trabajar  a unas dos cuadras de allí, donde hacía tareas de limpieza en un edificio. La niña se quedó sola en la transitada vereda unas pocas horas. Su madre, la recogería al salir del trabajo. Boriska se aburría bastante, pero debía contribuir con su talento a la economía familiar. Mientras estaba tocando, se distrajo con las palomas que caminaban cerca de ella buscando algunas migas. Muchas veces ella también se sentía una paloma. Sus pensamientos habían quedados varados en los juegos de una plaza desierta, que atravesaron con su madre camino al centro. Cerca del mediodía, un niño pequeño de ojos brillantes y profundos que iba con su madre, se detuvo frente a ella y la observó de un modo distinto. Ella sintió algo intenso en esa mirada. Nada definido. Luego él niño se le acercó, le acarició las mejillas con ambas manitas y después la abrazó. Aquel abrazo que la inundó de amor, fue la llave de una cálida sonrisa que afloró espontáneamente de su melancólico rostro. Antes de retirarse, el muchachito le ofreció el paquete de galletitas que llevaba, el cual aceptó de muy buen gusto y agradeció con un beso. Las últimas migajas del  paquete las compartió con las palomas.
     Para media tarde, lo que era una brisa se había transformado en un viento de tormenta. Y las tormentas no traen cosas buenas. Desde el bajo, se avecinaban ruidos y gritos enancados en un desmadre que se agigantaba a medida que se aproximaba al centro. El humo comenzó a filtrarse por las calles y se elevaba por encima de los edificios. Se escuchaban disparos que se sucedían con más frecuencia y se oían cada vez más cerca. El repicar de oscuras botas y un olor a pólvora que marchaba delante, hacía temblar el asfalto y también el corazón de Boriska.
      Se incorporó de su banquito verde y continuó tocando, como queriendo disipar aquel desconcierto con sus notas. Estaba asustada, aterrada. Recogió las monedas que había en el vaso y las puso en su bolsillo. Cientos de personas corrían frente a ella en todas las direcciones. Ella esperaba a su mamá. Dejó por un momento el acordeón sobre el banco y miró en dirección hacia donde se había alejado su madre por la mañana. Temblaba. De golpe, sintió que la tomaban del brazo y la echaban a correr. Era ella, su madre. No la vio llegar, todo fue muy rápido. Sonrío satisfecha y desconcertada a la vez. Debían llegar a la esquina para escapar del caos y ponerse a salvo, le indicó su madre.
Mientras corrían, Boriska hizo señas con la otra mano de que el acordeón y la mochila habían quedado junto al banquito verde. Su mamá negó con la cabeza y continuaron corriendo. Pasaron frente a la panadería y por un instante volvió a desear los postres de la vidriera, como todos los días. “Le pediré a mamá la mitad de las monedas que junté hoy y mañana me compraré esa torta”, pensó. Continuaron corriendo. “Si no tengo el acordeón, el domingo voy a poder ir a la plaza de los juegos con mi hermano”, pensó en medio de la agitada carrera.
      La esquina estaba más cerca. Vio a uno de los mimos que se ganaba la vida en la otra cuadra, cayendo al suelo y dudó si estaba actuando o no. Vio los pintorescos puestos de la cuadra arrasados, gente llorando, gente tirando piedras. Ellas no paraban de correr. Sus piececitos golpeaban las duras baldosas y los funestos silbidos de las balas surcaban el aire. A cada instante, miraba desolada a su madre buscando una explicación. No quería mirar para atrás. La esquina ya estaba unos pocos pasos. Su mamá le señaló que debían doblar a la izquierda. En ese instante, Boriska sintió un rayo entrándole por la espalda.
     A unas cuadras de aquella esquina, a través de la ventana de un edificio de departamentos, una mujer y su hijo observan la escena. Ella llora, ante el terrible y doloroso espectáculo callejero. El niño extrañamente, sonríe mirando una hamaca vacía que se mece en una plaza desolada.

REPLICAS Y CONTESTACIONES - Por Carlos Besanson

       El acto de pensar conlleva necesariamente el de opinar. En la medida en que el hombre actúe en sociedad, esa es la tendencia natural, su opinión es transmitida a su congéneres inmediatos a través de la palabra, y a los demás mediante la escritura. El transporte y la voz de la imagen con el empleo de nuevas tecnologías, va otorgando constantemente más fuerza y alcance a la expresión humana. Pero pensar es un acto esencialmente individual en el cual el sujeto va buscando, o aceptando, información que capta a través de sus sentidos, e interpreta mediante una inteligencia en constante formación educación. La cultura que va recibiendo del medio ambiente, en donde actúa y se desarrolla ese individuo, le señala objetivos, posibilidades y opciones que se convierten en deseables. La incultura, propia y ajena, genera absurdos escollos, que se agregan a los inconvenientes normales que dificultan la obtención de los objetivos.
Hace poco, una conocida revista empresaria de negocios, nos pidió que participemos con nuestra opinión, en un estudio destinado a medir la importancia de la propaganda impresa en una campaña electoral. Sin entrar en una absurda disquisición sobre preeminencias entre el mensaje radial, televisivo o gráfico, pienso que la escritura mantiene aún una fuerza psicológica de gran compromiso por parte del autor que documenta su posición, como un testimonio, que de ser falseado, puede convertirse en testamento de un muerto político.
Muchos hablan de la opinión pública en forma tal que da la sensación de ser un sinónimo de ciudadanía. En realidad no existe una sola opinión pública en forma genérica, sino diferentes opiniones de un público, o de públicos. Aún cuando pueda existir una opinión mayoritaria sobre ciertos temas, no se requiere de mucho esfuerzo para entender que siempre hay un disenso, aunque sea de unos pocos. Pero esos pocos siguen siendo ciudadanos, o integrantes de un público en discrepancia que tienen derecho a expresarse.
En las épocas en que las imprentas eran escasas, la falta de libertad para imprimir era una manera de limitar la difusión de opiniones discrepantes con aquellos que tenían el poder y la fuerza, aún sin tener la razón y la justicia.
Las presiones y ataques físicos que tenían esas imprentas
facilitaban los designios de quienes querían escuchar y leer sólo los comentarios que los favorecían. Las imprentas eran la única opción para manifestarse masivamente, porque aún no estaban descubiertas y operativas las nuevas tecnologías de comunicación. Por eso la libertad de imprenta adquirió la necesaria protección constitucional en casi todos los países contemporáneos. Ese reconocimiento es la aceptación del derecho a opinar en voz alta, sin susurros, sin presiones.
Frente a la fuerza económica de poderosos multimedios, han surgido también una enorme cantidad de pequeñas y medianas opciones de comunicadores que tienen sus propios instrumentos de llegada, usando técnicas que no requieren inmensas inversiones. Esas múltiples variantes de emisión y llegada de informaciones y comentarios, neutralizan tentadoras tendencias hegemónicas latentes. Incluso he sostenido públicamente, y en repetidas oportunidades, que hasta el afiche, firmado por persona responsable y con pie de imprenta, tiene la protección constitucional sobre libertad de imprenta, en la medida que su colocación no dañe los frentes de edificios.
Por eso cualquier argumento que se pretenda emplear para imponer, sin orden judicial, el derecho de réplica forzoso, sobre la base que el ciudadano común no tiene medios propios de expresión, está falseado por la realidad de los hechos, toda persona puede manifestar su opinión disidente a través de un volante, de un afiche, de una carta de lector, y del empleo de los múltiples instrumentos de comunicación, como periódicos, revistas, radios y canales de televisión. Cada director de esos medios tiene absoluta libertad para determinar si la opinión de quienes se dirige a él interesa, o no, a su sectorizado público lector o espectador. Ninguna legislación debe inferir el libre juego de las oportunidades. El público sigue siendo el único censor legal al dejar de leer, escuchar o ver el medio de comunicación que le falsea la verdad, o que no representa o interpreta sus intereses. Toda otra argucia legal es inconstitucional, incluso la apropiación del espacio ajeno como pretenden algunos legisladores sensibles a las críticas públicas publicadas.

sábado, 1 de junio de 2019

ALZAMIENTO ARMADO DE LEÑATEROS EN DOLORES EN 1864 Por Juan Carlos Pirali

        El diario El Nacional de Dolores, en su ediciones de los días 21, 22 y 23 de marzo de 1930 recogía una amplia nota de “El Régimen” de Mar del Plata, relacionada con una rebelión de leñateros vascongados del Monte del Tordillo ocurrida en 1864. El expediente judicial de ese hecho estuvo en el archivo del Departamento de Dolores, pero lamentablemente ha desaparecido. Sólo existe un pequeño legajo de ese hecho en el Archivo Histórico Municipal de Dolores, perteneciente al legado del historiador Rolando Dorcas Berro, con algunos fragmentos del expediente original.
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El Monte del Tordillo fue una especie de yacimiento de combustible vegetal a lo largo de todo el siglo XIX y principios del XX, por la abundante producción de carbón y leña de talas y coronillos. Atraídos por la posibilidad de progreso que abría la industria del carbón, la leña y la madera, llegaron numerosos inmigrantes vascos, que constituyeron un compacto grupo social en ese lugar, dedicado al desmonte e industrialización del producto, el que trasladaban en carretas propias hasta el pueblo de Dolores. Allí, los vascos debían pagar un “peaje” en el municipio, además un tributo que aumentaba continuamente.
Ante esa difícil situación, los vascos resolvieron llevar sus reclamos a la corporación municipal, y para coordinar la petición se reunieron en la “Fonda de Zabala”, en las afueras del pueblo y posteriormente concurrieron al despacho del jefe comunal con el petitorio, pero esa petición fue rechazada. Esa decisión provocó la reacción de algunos leñateros que se dirigieron en términos agraviantes a las autoridades, por lo cual fueron a parar al calabozo. Ese hecho generó la ira de los demás, quienes por la fuerza intentaron liberar a los detenidos y chocaron con el personal policial, provocándose en el enfrentamiento un saldo de varios heridos.
Esa agitación, conocida como la “rebelión de los vascongados”, iba creciendo en su efervescencia y en el Tordillo los leñateros se organizaron y marcharon con sus carretas, para protestar contra lo que consideraban una extorsión tributaria y acamparon en la zona sur del pueblo, a cinco cuadras de la plaza principal.
El grave cariz que presagiaba la acción de los vascos, dio lugar a que las autoridades informaran al gobierno de la provincia sobre la situación. Al respecto, el Juez de Paz del Partido, Cipriano Muñoz, en fecha 16 de agosto de 1864 se dirigía al ministro de Gobierno de la provincia, Pablo Cardanes, por medio de una nota que decía:
“El abajo firmado, por el órgano de V.S. tiene el honor de poner en conocimiento de V.E. el señor Gobernador, que a las ocho de la mañana del día de hoy, tuvo aviso que a cinco cuadras de la plaza de este pueblo, un número de 40 a 50 vascos habían hecho una trinchera de carretas en la calle, y que estaban dispuestos a dar un asalto a la comisaría”.  [1]
El juez envió al municipal Honorio Guilbeant -por su carácter de vascongado- con instrucciones para hacer cesar  la actitud que habían asumido aquellos y que comparecieran ante el Juzgado a presentar lo que creyesen justo. El comisionado regresó con dos de los amotinados y para entrar al despacho del juez cada uno dejó el arma que portaba en la entrada. Éstos explicaron que el motivo era el cobro de 10 pesos que el municipio cobraba por cada carretada de leña que introducían al pueblo, que estaban
“dispuestos a no pagar un solo real, y que si el juez ponía a uno de ellos presos, se reunirían 500 y echando la puerta abajo lo sacarían, aunque se opusiese todo el pueblo”.  [2]
El juez les pidió que se retirasen a sus casas y peticionaran ante el cuerpo municipal, solicitándole que los exima de dicho impuesto. Los dos delegados de los vascos se retiraron, pero a la media hora volvieron para decir que no se retirarían hasta tanto no se suprimiera el pago del impuesto. A las 11, el grupo había aumentado en número y se produjo un movimiento de carretas hacia las afueras del pueblo. Sólo habían quedado unos 40 vascos en la casa del vasco Juan Irigoyen, quien fue instado por el juez de paz para que hiciera salir esa gente, acatándose la orden pero enarbolando banderas rojas y gritando: “ ¡Muera el Gobierno! ¡Muera el Juez de Paz! ¡Muera la Municipalidad ladrona! ¡Viva la libertad!...
En abierta desobediencia a la orden municipal, los vascos comenzaron a descargar la leña sin pagar el impuesto, ante lo cual el juez pidió auxilio al comandante militar, quien mandó al capitán de la Guardia Nacional, Floriano Delgado con soldados armados al lugar donde estaban los rebeldes, dándole la orden de retirarse, y al negarse aquellos, Delgado dio la orden de “preparen”, pero por impericia de los soldados dispararon varios tiros, que dejaron como resultado un muerto y un herido. En su descargo, Delgado argumentó que los leñateros habían tirado primero, y aunque esa circunstancia no fue probada, se dio crédito a su palabra, sin levantar un sumario inmediatamente. Esa causa pasó posteriormente al Superior Gobierno y cuando el juez del Crimen procedió a formar sumario, se trató de obstaculizar su marcha.   Comenzaron las acusaciones y recusaciones, con intervención de policías, fiscales, jueces y testigos. El gobierno central recomendó a sus togados una exacta distribución de responsabilidades. Intervino como mediador en el conflicto un funcionario diplomático de Francia.
El agente fiscal refiriéndose a la conducta que observó el capitán Delgado en el desempeño de su función, estimó que hubo abuso de fuerza por el carácter violento, pues pudo haber actuado sin el uso de las armas, y solicitó la condena de Delgado “a quedar inhábil para el desempeño de empleos públicos por el término de 5 años, en cuyo tiempo, con edad más madura podrá ser útil tal vez, desempeñando las comisiones que se le lleguen a confiar con prudencia y lealtad”. [3]
Finalmente los vascos tuvieron que continuar con los tributos que exigía el municipio para poder comercializar sus productos.


[1] Motín del 16 de agosto de 1864. Legajo Nº 2 Año 1871. Archivo Histórico Municipal de Dolores

[2] Motín del 16 de agosto de 1864. Legajo Nº 2 Año 1871. Archivo Histórico Municipal de Dolores

[3] Motín del 16 de agosto de 1864. Legajo Nº 2 Año 1871. Archivo Histórico Municipal de Dolores

EL DORADO Por Carlos Fletcher Lummis

      La historia científica moderna ha demostrado plenamente cuan disparatada y errónea es la idea de que los españoles tan sólo buscaban oro, y nos enseña de qué manera tan varonil  satisfacían las necesidades  del  cuerpo y del  espíritu.  Pero el oro era para ellos, como sería hoy mismo para otros hombres, el principal motivo.  La gran diferencia está únicamente en que el oro no les hacía olvidar su religión. Fue un dedo de oro el que guió a Colón hacia América; a Cortés hacia México; a Pizarro hacia el Perú.   Pero lo más curioso es que el oro que se encontró no representó  en   la  exploración  y   civilización   del   Nuevo   Mundo un papel tan importante como el que se buscaba en vano. El  maravilloso  mito  que  representa  el  vellocino  de  oro americano influyó de un modo más eficaz en la geografía y  la  historia  que  las  verdaderas  e  incalculables  riquezas del Perú.
      De este mito fascinador tiene la gente escaso conocimiento,  aun  cuando una  corruptela  de su  nombre anda en  boca  de todo  el  mundo.   Hablando  de  una  región  muy rica solemos decir que es otro "Eldorado" o bien "un Eldorado", error indigno de personas cultas. El verdadero nombre  es   "Dorado", y "El Dorado" es una contracción   en español de "el hombre dorado", mito que ha dado origen a una serie de proezas, al lado de las cuales son insignificantes las de Jasón y sus compañeros semidioses. Como todos estos mitos, éste tuvo en realidad su fundamento ... Se puede ahora relatar esa historia de un modo inteligible.
       Hace algunos años se halló en una laguna de Siecha, en Nueva Granada, un curioso y pequeño grupo de estatuas: era un trabajo tosco y antiguo de los indios, y aun más precioso por su interés etnológico que por el metal de que estaba hecho, que era de oro puro. Este raro ejemplar, que puede verse ahora en un museo de Berlín, es una balsa de oro, sobre la cual están agrupadas diez figuritas de hombres del mismo metal.  Representa una extraña costumbre que en tiempos prehistóricos era peculiar de los indios de Guatavita, en los montañas de Nueva Granada.
       Esa costumbre era como sigue: en cierto día uno de los jefes de la aldea untaba su cuerpo desnudo con una goma, y después se espolvoreaba de la cabeza a los pies con oro fino molido. Ése era "el hombre dorado" Entonces lo llevaban sus compañeros en una balsa hasta el centro del lago, que estaba cerca de la aldea, y saltando de la balsa, el hombre dorado se lavaba de su preciosa y extraña envoltura y la dejaba hundirse hasta el fondo del lago. Esa práctica era un sacrificio en provecho de la aldea.
      La  tal  costumbre  ha  quedado  históricamente comprobada;  pero se  había  abandonado  más  de treinta años antes  que  se  enterasen  de  ella  los  europeos,  esto  es,  los españoles de Venezuela en 1527. La historia de "el hombre dorado", que por contracción se decía "eldorado", era demasiado  sorprendente para  no causar impresión.  Llegó a ser una palabra familiar, y desde entonces un señuelo para cuantos se acercaban a la costa del norte de la América del Sur

De: “Los exploradores españoles del siglo XVI en América”, 1" edición.