sábado, 2 de noviembre de 2013

ESTO SUCEDIÓ EN 1806... Por HERMINIA C. BRUMANA


Entre las tropas británicas que, buscando puertos para el comercio del imperio llegaron a Buenos Aires, vino como cabo del ejército, el irlandés Miguel   Skennon. Él, como los demás invasores, presencia la reacción de una población pacífica que, a pesar de su pobreza., no consiente en aceptar nuevos amos.
Como Miguel Skennon, muchos de los soldados invasores debieron adivinar en estos habitantes pacíficos y generosos, altivos y conscientes de sus derechos, las dos virtudes máximas que enaltecen a un pueblo: el coraje y la ternura, lo que motivó que el general inglés Beresford, para que los integrantes de su tropa no simpatizaran demasiado con los vencidos, dictara el bando con aquella amenaza: "Pena de muerte al nativo que se encuentre en compañía de un soldado inglés".
Pero es difícil evitar con bandos lo que la sangre reclama, y he aquí que el cabo Skennon no puede sofocar el sentimiento que esta población le inspira. Para llenar su tiempo, goza caminando por las calles de la ciudad. Y va conociendo las aceras mal enladrilladas, donde los palenques para atar los caballos ponen su nota pintoresca; las carretas de la Plaza de Toros, colmadas de cueros y frutos del país; los portales del Cabildo, repletos de vendedores; las iglesias gratas a su fe... y le gusta cruzarse con los vecinos de mirar honesto y bondadoso.  Lo cierto es que, a menos de un mes de su desembarco, cuando los nativos, deciden arrojar de sus playas al invasor, ocurre que...
Es la llamada "Chacra de Perdriel", donde Pueyrredón sin esperar refuerzos, a la cabeza de un grupo de jinetes embiste a la infantería inglesa, presentando combate. Sucede lo lógico: desbandada total de las fuerzas criollas.
Cuando el general inglés, dueño del campo de batalla, manda avanzar a sus tropas, observa que desde una tapia semiderruída alguien continúa haciendo fuego contra ellos. Beresford ordena rodear el muro, donde su obstinado enemigo sigue resistiéndose hasta agotar sus proyectiles, y encuentra que el absurdo defensor de Buenos Aires es nada menos que su súbdito, el cabo Miguel Skennon, que lucha junto a los criollos.
Al avanzar hacia la ciudad con los trofeos de la victoria, lleva amarrado a la cureña de un cañoncito criollo al cabo Skennon. Las calles por donde cruza, el prisionero le son familiares, y trata de retener en sus pupilas, por última vez, las imágenes de una tierra que él amó porque defendía su libertad. Por última vez... porque nueve días más tarde, Miguel Skennon fue fusilado.
Así pagó con la vida su amor a este suelo, el primer arraigado.
Entre tanto, a Buenos Aires le falta la calle "Miguel Skennon".

(Educadora y destacada prosista Argentina [1901-1954]. Este fragmento pertenece a su libro "A Buenos Aires le falta una calle", Edit. Losada, Buenos Aires, 1953.) Publicado en el libro "Voces de América", Ed. Kapelusz, año 1967

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