Entras
con tu deber de
abrir ventanas
donde enmohece
el recuerdo.
Ya no perfuma
el paraíso
ni el canto
es de gorriones
bebiendo atardeceres
profanos.
Y llegamos nosotros,
sí,
oliendo a ese mar
donde la sirena traduce
la queja de una bisagra
en melodía de olas
sobre huellas
que se van.
[Cuando el alba áurea
nos desnude en las rocas,
curados en sal,
seremos su deseo caníbal,
una famélica urgencia
acechando al amar].
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