sábado, 6 de octubre de 2018

Hija de... Por Concha González

Esa rutina perentoria,
la inestimable lluvia, el viento álgido,
la tierra siempre alerta,  el bosque distraído,
esa eterna sensación de eternidad…

porque eterno es el vestido de la  carne
y el gesto,
y el recuerdo de palabras,
y el pelo ensortijado,
y la mirada azul invierno,
y el meñique, algo torcido,
y,  la aquietada voz
después de un beso.

Eterno el caminar titubeante
de las pobres, la mano ajada,
las perolas heredadas, el cobertor de lana,
y ese inútil modo
de quejarse.

Después de todo, en los cauces
de la vida se nos acomoda la muerte
flanqueando los destinos.
Y,  una noche cualquiera, seas madre
o hija de, nos despide la vida
Quedamente.

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