Esa rutina perentoria,
la inestimable lluvia, el viento álgido,
la tierra siempre alerta, el bosque distraído,
esa eterna sensación de eternidad…
porque eterno es el vestido de la carne
y el gesto,
y el recuerdo de palabras,
y el pelo ensortijado,
y la mirada azul invierno,
y el meñique, algo torcido,
y, la aquietada voz
después de un beso.
Eterno el caminar titubeante
de las pobres, la mano ajada,
las perolas heredadas, el cobertor de lana,
y ese inútil modo
de quejarse.
Después de todo, en los cauces
de la vida se nos acomoda la muerte
flanqueando los destinos.
Y, una noche cualquiera, seas madre
o hija de, nos despide la vida
Quedamente.
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