Éntrate en mis abismos,
Señor y en ellos vierte
la fe con que se triunfa
del mal y de la muerte.
Quema esta llaga hedionda
verde ya de podrida
que lacera mi espíritu
y me roba la calma
y enciende entre las sombras
rebeldes de mi alma
el amor del que sufre
y el perdón del que olvida.
Señor, dame la gracia
celestial de ser bueno
hazme albura de armiño
en todo bajo cieno.
Trueca mi grito enorme
en serenidad de arrullo
y doma los lebreles
grises de mis crueldades,
y abate mi alta torre
de absurdas vanidades,
y lima las aristas
ásperas de mi orgullo
Que así seré yo entonces,
-de suave amor henchido-
caricia en el granate
de tu costado herido
voz que en tu gloria lleve
sus místicos cantares,
miel en tu negra esponja
de vinagre inclemente,
piadosa golondrina
para tu rota frente
y diminuto grano
de incienso en tus altares.
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