Acaricia, oh gigante, las altas nubes.
Lame sus inocentes vientres con tu seca lengua
y hazles cosquillas en su purísima blancura
hasta que escondan su risa
tras las estrellas.
Junta, oh gigante, toda la plata,
y llenos tu ojos con ella
ve hacia la que más te ama.
Tus huellas
desaparecerán de todos los caminos
de la tierra.
Tus pies de barro nada valen
y nada es más débil que tus piernas
que, convertidas en dos arroyos,
unen el cielo y la tierra.
Las aves amanecen junto a tus ojos
bendiciendo dulcemente tu cuerpo
mientras la aurora da un largo silbido
con tu frágil lengua.
Gigante dormido, cuando despiertes
la tierra cantará para ti un himno
que comprenderán todas las lenguas
mientras tu acaricias las altas nubes
y tu cuerpo se funde con las estrellas.
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