Cuando estaba el heno recién cosechado
andaba yo un día solo por el prado,
y allí un agujero en el suelo hallé
y en él un soldado de plomo enterré.
Brotaron mil flores en la primavera
y aquel escondite lo cubrió la yerba;
era un mar la yerba verde sin orillas
que a mí me llegaba hasta las rodillas.
Y bajo la yerba yacía el soldado
de casaca roja, con fusil armado,
Mirando con ojos de plomo a lo alto,
por el día al sol, de noche a los astros.
Cuando esté la yerba con el trigo en caña
y tras afilarlas pasen la guadaña,
cuando vuelva el prado a estar bien segado,
mi escondite entonces se habrá destapado.
Volveré a encontrar aquel agujero,
y encontraré en él a mi granadero;
pero en cualquier caso, también, no lo dudo,
sé que encontraré un solado mudo.
Él habrá vivido, aunque a su manera,
en bosques de yerba en la primavera,
y habrá hecho, según su modo de ser,
lo que a mí me habría encantado hacer.
Ha podido ver horas estrelladas
y cómo brotaban flores enjoyadas;
y las maravillas que ha visto y recuerda
en las verdes selvas que forma la hierba.
Ha podido oír como un eremita
hablar a la abeja con la mariquita,
y ha visto volar a la mariposa
sobre ese agujero en el que aún reposa.
Ya sé que no piensa decir ni palabra,
es harto difícil que la boca abra.
Tendré que aceptarlo a él con su mutismo
y habré de inventarme su historia yo mismo.
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