En una mañana de primavera, casi 21 de septiembre del año
2000, ahí estaba yo sentado en un banco de la plaza bajo la cálida manta que
ponía el sol esa mañana. ¡Aaa por cierto, me voy a presentar, me llamo Romeo!.
Casi siempre, o mejor dicho pocas veces, iba a este lugar público después de la
escuela ya que entro al colegio a las doce del mediodía y salgo a las cuatro de
la tarde.
Todo comenzó un día muy lindo donde me encontré a una
compañera de mi clase que se llama Julieta y esperé un tiempo para poder
hablarle, hasta que llegó esa hora que nunca se borrará de mi mente mientras yo
viva. Me acerqué muy nervioso, sentía que las piernas me temblaban y que en ese
tramo de dirigirme a ella caminando me iba a desvanecer, los latidos de mi
corazón se aceleraron, mi cabello comenzó a traspirar de los nervios que tenía.
Hasta que ella me dijo:- ¡Hola! ¿querés
jugar?. Obviamente saben cuál fue mi respuesta.
Sin embargo al otro día
en la escuela, estaba sentado delante de toda la clase y comienzan a
pasar el resto de mis compañeros, que se ubican en el fondo del salón, y no me
saludan, sólo recibo miradas frías y escalofriantes. La causa de este odio
hacia mí, deberá ser porque hable con
Julieta, la niña más bella de la escuela. Y ellos, en cambio, todavía no se
animaron ni siquiera a mirarla a los ojos.
Ese mismo día en el recreo la volví a ver, con sus trenzas largas,
ojos achinados, mejillas coloradas. Esta vez me animé a acercarme a ella sin
que me temblaran las piernas y le pregunté si quería jugar en la plaza luego
del colegio. Ella me respondió que sí, que me tenía que decir algo muy
importante si o si esa tarde. No podía parar de pensar en que era eso que me
tenía que decir. Estaba ansioso, miraba el reloj a cada rato, quería que sea
ese momento de encontrarme con ella para saber.
Mi madre, es la más dulce de todas las madres. Ella siempre
me dice que hay que ser buenas personas y no criticar a los demás sin
conocerlos. Tenemos un merendero en el garaje de casa donde todos los días
concurren chicos no sólo a tomar la leche, sino también a jugar, a mirar un
rato tele. Yo al comienzo no entendía cómo no iban a poder tomar la leche en
sus propias casas, cómo no van a tener un televisor. Y mi madre me dijo muy sabiamente que: - Romeo, no todos tenemos la misma vida, ni las
mismas infancias, ni las mismas familias. Hay que entender a cada una de esas
familias, darles apoyo, ayudarlos en lo que más podamos. Cuando seas grande lo
vas a entender mejor.
A las 4:00 hs, a la salida de la escuela Graciela, mi mamá,
vino apurada a buscarme. Sin embargo me apresuré a preguntarle antes de entrar
al auto si podía ir a la plaza a jugar con Julieta. Ella siempre dice que sí
pero esta vez la respuesta fue negativa. Eran meses de crisis decía mamá y más
que nunca había que ayudar a los niños que lo necesitaban. Uno de ellos ese día
había sido internado porque había sufrido un desmayo en la escuela y se debía a
la falta de alimentación que carecía en su hogar. Fue entonces, que luego de la
escuela nos dirigimos al nosocomio a visitarlo y hablar con la familia para
darles el apoyo que necesitaban. Era la primera vez que no estaba en mi mente
Julieta hasta que ¡Julieta, me olvidé de avisarle que no iba a jugar con ella a
la plaza!.
Al día siguiente, en la clase, la directora entró al aula y nos comunicó que Julieta se había
mudado a otro país. Todos nos quedamos sorprendidos, estupefactos por la
noticia. Eso era lo que me quería decir ayer. Desconozco las causas que la
llevaron a ella y a su familia a ir a vivir a otro lugar.
Veinte años después volví a mi Ciudad recibido de Médico, un
día soleado como aquella vez que vi por primera vez a Julieta en esta plaza. Me
senté en el banco de siempre, estaba igual que cuando iba a la primaria. Me
acosté sobre él y comencé a pensar con los ojos cerrados en estas anécdotas, me
sonreí de todo lo ocurrido. De repente la plaza se lleno de gente, todos
hicieron un círculo enorme y comenzaron a aplaudir al ritmo de la música que
comenzaba a sonar. Era una pareja de baile que había llegado de otro país y
todos los fines de semana bailaban para el pueblo. Era una música agradable y
pegadiza. Me quedé sentado mirando a los bailarines.
Al finalizar el show, la mujer se acerca hacia a mí y me
pregunta muy humildemente mi nombre. Sorprendido por el atrevimiento le
respondo “Romeo”. Me sonríe. En ese instante me di cuenta que era Julieta, mi
amiga de la infancia. Después de una conversación allí, nos fuimos a una
cafetería a seguir conversando de nuestra infancia y de cómo siguieron nuestras
vidas.
Hoy estamos casados, con dos hijos maravillosos y seguiremos
viviendo en este pueblo donde nos criamos y vivimos nuestra infancia juntos, en
Balcarce.
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