Nuestro último latido
Por Anneke
Wendel , alumna del Colegio Brigadier General Martín Rodríguez de Tandil
Fue en uno de
esos días en el que, luego de la escuela, ambos nos fuimos caminando. Ella,
tomaba mi dedo con su pequeña manito. Terminamos en una plazoleta a la que
nunca habíamos ido, y pensé que sería buena idea quedarnos a tomar aire fresco
por un tiempo. No recuerdo realmente qué fue lo que me hizo hacerlo: era una de
esas tardes nubladas y oscuras de invierno, por lo que no había nadie en el
lugar. Sin embargo, ella se las ingeniaba para hacer de aquel mal día una tarde
especial: lograba encontrar lo bello en cada cosa... o quizás así lo veía yo,
que me costaba encontrar lo divertido en un parque vacío.
Tiempo más
tarde, comenzaron a caer las primeras gotas de lo que parecía ser una fuerte
tormenta. Fascinada, miraba al cielo y se preparaba para saltar en los pequeños
charcos que comenzaban a formarse en medio de la tierra. Sonreía...
Pero parece ser
que las cosas buenas duran poco... en mi caso 7 años para ser precisos.
Demasiado poco, creo. No sé si llamarlo destino, casualidad... ¿En qué se rige
la vida? sea lo que sea: ¿por qué? ¿por qué a ella? ¿por qué a mí?
El estruendo me
sacudió de mis pensamientos e inmediatamente intenté buscar de dónde provenía.
Todavía no lograba entender qué había pasado e incluso por un momento la perdí
de vista, hasta que finalmente al darme la vuelta encontré que su pequeño
cuerpecito aún en uniforme, yacía en el piso.
No tengo
recuerdos muy claros de aquel día, pero creo que la tomé en mis brazos y sólo
la observé. La delicadeza de su rostro seguía intacta, incluso sumida en ese
sueño eterno. Justo como en las películas en las escenas tristes, comenzó a
llover con mayor intensidad que antes.
El caso de mi hija perdió reconocimiento e importancia en la ciudad. Supongo que eso pasa en todo el mundo: cuando no se encuentra mucha información, simplemente se olvida el caso y con él a sus víctimas. Es fácil verlo desde un punto alejado... pero era mi hija, y no iba a permitir que se la olvidase así de fácil. Interiormente, necesitaba una respuesta, que se siguiese con la investigación, y estaba dispuesto a cualquier cosa para que se descubriera al desgraciado que tiró del gatillo aquel día.
A pesar de todos
mis esfuerzos, no logré nada por mí mismo: parecía que la sociedad completa,
había tomado todo aquello como una muerte más y no como una vida menos. No
podía permitir que todo quedara en la nada: estaba dispuesto a cualquier cosa
por saber qué era lo que había ocurrido, por obtener una respuesta.
Me tomé un par
de días para pensar qué hacer. Me costaba saber qué era lo que quería yo
verdaderamente, hasta que me di cuenta: quería justicia y quizás venganza. Sea
lo que sea, no podía hacerlo solo: necesitaba de un apoyo en masa, de una
comunidad que le diera reconocimiento a la causa de mi hija para así conseguir
que se llevara a cabo una resolución. Por un momento, apenas unos segundos,
algo cruzó mi cabeza. Algo que me hizo pensar que de esa manera llamaría la
atención.
Me dirigí a la
casa de la madre de mi hija: en realidad madre adoptiva al igual que yo. Ambos
la adoptamos cuando ella tenía 3 años, y la pequeña se acostumbró rápido a
nosotros. Y así como se acostumbró a los dos, tuvo que acostumbrarse a vivir
lejos de ella luego de que la abandonara en el mismo hogar del que la habíamos
sacado. ¿Su explicación? Que era muy caprichosa para poder cuidarla. Enferma...
definitivamente merecía pagar por lo que le había hecho.
Se había mudado
a un barrio residencial con su nuevo marido, el cual había sido elegido no por
la cantidad de amor sino de billetes en el bolsillo. Empresario: y como todo
prototipo de empresario, iba vestido de traje y obviamente siempre estaba fuera
de casa. Nunca tenía tiempo suficiente para ella o su lujosa mansión. No fue
difícil localizarla. Sabía que su marido se encontraba fuera del país por motivos
de negocios, por lo que la oportunidad del encuentro era ideal. Al menos para mí.
- ¿Cómo olvidarte? ¿Vienes a mendigar dinero? ¿O a agradecerme por haber devuelto a la mocosa a dónde pertenecía?
Aquel día, me
llevaron hasta la sala de declaraciones. Supuse que ya se habían dado cuenta de
mis verdaderas intenciones: el parentesco que tenía con la víctima, y la
reciente muerte de mi hija sin ninguna solución lo hacía aún más evidente:
además ningún asesino deja el arma a la vista de todo el mundo aun habiendo
tenido tiempo de esconderla.
- Lo único que
quiero es una respuesta... Quiero saber quién fue y cómo pagará lo que hizo.
Ahora, tanto él como yo estamos en la misma situación: ambos acabamos con una
vida. Si yo voy a pagar por lo que hice, quiero que él también lo haga.
Necesito un poco de paz, y saber que ya no estará suelto en la calle, aunque no
aliviaré mi tristeza, me calmará un poco el dolor que siento... Por favor,
oficial.
Recordé entonces
lo bien que me había sentido al deslizar la cuchilla entre la carne de tan
desgraciada mujer. ¿Realmente habría sido una bala sin rumbo? ¿O es que había descargado
su ira en un tiro certero?
A pesar de eso,
la extraño demasiado. Sus caricias, su mirada... su manera de mirar al mundo.
Jamás la voy a poder olvidar. Su sonrisa me persigue, porque sé que tendría que
haberme deshecho de más personas por las que en algún momento de su corta vida,
derramó una lágrima. Irónico, ¿no?
Afortunado tú,
lector. Que puedes revivirla tan sólo volviendo algunas líneas arriba cuando
ella todavía saltaba en el charco de agua. Tú, que me has acompañado a lo largo
de esta historia, mantenla viva releyendo el comienzo de esta historia cuando
ella aún vivía feliz. Disfruta de su risa, su magia, su manera de ser. Evita lo
que yo, en su momento, no pude evitar.
Créeme: el hecho
de que esté encerrado en este lugar, no significa que no pueda llegar hasta
ahí. Sí, donde tú estás justo en este instante leyendo estas palabras. Quizás
esté justo detrás tuyo en este instante... no. No te voltees.
Limítate a leerla, no la dejes morir. Ya sabes el riesgo que corres si le haces daño. Quizás, puedas llegar a sentir el dolor de una bala perdida.
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