jueves, 18 de noviembre de 2021

Obras premiadas en el Concurso literario narrativo CONTATE UN CUENTO XIV Ganador Categoría B – jóvenes de 14 y 15 años

 

La mirada de la Paloma

Por Juan Manuel Constancio, alumno del Colegio Santa Rosa de Lima de Balcarce

 

En el camino que une las ciudades de Perth con Inverness, en las Tierras Altas de Escocia, descubrí un pequeño pueblo antiguo y conservador llamado Pitlochry. No tendría más de 1500 habitantes. Los lugareños me recibieron con la calidez y la tranquilidad propias de un sitio perdido en las montañas. En la lúgubre plaza central del pueblito se alzaba una fuente de adoquín rodeada de seis edificios, con diseño gótico del siglo XVIII, autóctonos del lugar. Entre ellos se destacaba una gran biblioteca de andesita pulida. Grandes ventanales de madera con vidrios desgastados, en cuyos laterales dos faroles negros colgaban de la pared, daban hacia la plaza. La entrada, sin embargo, permanecía oculta entre las sombras de una oscura calle lateral desde donde varias gárgolas, también de andesita, parecían observar a los transeúntes que pasaban por el lugar. En lo alto del tejado se alzaba una enorme y deslumbrante campana dorada. Llamó mi atención que innumerable cantidad de palomas se posaran en todos los rincones del edificio: en cada ventana, sobre los faroles y las gárgolas, las canaletas, el tejado, el campanario y la enorme campana dorada.

Luego de almorzar y de arrojar mi moneda a la fuente, fui a investigar la curiosa biblioteca. Al ingresar, el edificio me pareció más grande por dentro que por fuera. Había, en el centro de una gran habitación oscura, una recepción polvorienta cubierta por telarañas que se extendían de una punta a la otra. El sitio estaba apenas iluminado por la cálida luz amarillenta de un par de velas. No había rastros de un bibliotecario, por lo que me dirigí directamente a los estantes avejentados, allí bajo una capa de polvo encontré varios libros. Luego de hojear libro tras libro, encontré uno envuelto en una gruesa tapa azul rasgada como por un objeto punzante. Presentaba dos líneas de un rojo intenso, una en sentido vertical y otra en horizontal que se cruzaban en el centro. Al abrirlo, un índice muy exhaustivo contenía títulos referidos a seres mitológicos griegos, entre ellos, una mujer mitad mortal, mitad diosa, llamada Helena.

Me considero un lector apasionado. Amo cómo los libros emiten energías que son difíciles de transmitir de otra forma. Sin embargo, no había estado leyendo mucho últimamente, ocupado con mi trabajo. Por suerte, ahora podía dedicar mi tiempo a la lectura. Luego de revisar un tanto el misterioso libro y elegirme otros dos, regresé a la polvorienta recepción. El bibliotecario ya estaba allí. Verlo me causó cierta incomodidad. Era un hombre alto y sumamente delgado, de pelo canoso y tez pálida y arrugada. Ordenaba algunos libros con sus manos de dedos débiles y uñas gastadas. Parecía deprimido. Retiré los libros por unos días. Un paso antes de salir de la biblioteca, lo escuché pronunciar en voz ronca “ese libro azul no es como cualquier otro, jovencito. Tenga cuidado antes de abrirlo, nadie quiere que la suerte esté en su contra. Sólo le advierto: no caiga en la página en blanco cuando el reloj dé las tres”.

Como no creo en supersticiones, dejé pasar el comentario.

Al caer la tarde, alrededor de las 8:30, merendé en un cafecito cerca de la plaza. Allí alimenté a unas palomas que, con ojos grandes y pupilas dilatadas, me observaban con curiosidad. Me hospedaba en un hotel llamado “Howstell”. Éste también presentaba arquitectura gótica, pero no era la elegancia y la antigüedad lo que destacaban del edificio: en sus techos, en la entrada, cerca de las ventanas e incluso dentro del hotel había una enorme cantidad de palomas. Una vez instalado, tomé una ducha y me concentré en la lectura del libro misterioso. Para mi sorpresa, ya no tenía el exhaustivo índice que yo había leído. Por un momento me asusté, pero luego creí haberme confundido con otro libro de los que había elegido. La historia no tenía más de cincuenta páginas. Leí las primeras diecinueve y cené, mientras terminaba la veinteava. A decir verdad, no me llamó tanto la atención al principio, pero poco a poco, al entrar en el mundo mágico del libro donde uno imagina el escenario, los personajes y los objetos, me enamoré de la trama y, principalmente, de las ilustraciones que cada diez páginas adornaban la historia.

Ya entrada la noche caí en una que no podía dejar de mirar. En ella, Helena - hija de Zeus y pretendida por muchos héroes debido a su gran belleza física y de alma- se encontraba en un jardín de un celestial palacio dorado y blanco rodeada de gran cantidad de flores, árboles y aves, disfrutando de un hermoso día. Paris, el príncipe troyano, aparecía en escena. Ambos jóvenes se amaban y planeaban escapar juntos. Pude reconocer todas las especies de árboles y flores en ese jardín. Sin embargo, no encontraba similitud con las aves, salvo en un caso: cerca de un rincón oscuro, a pocos metros de la mujer, había una gran paloma, con ojos enormes y pupilas dilatadas, que acechaba a los otros animales como un ave de presa. Incluso parecía observarme. Me cautivaron tanto esos ojos que no podía dar vuelta la página. Pasé un tiempo largo como atrapado por la escena, hasta que finalmente tomé fuerzas y avancé. En el campanario se escucharon tres campanadas. De pronto, un gran golpe seco apagó las luces del hotel y, al no haber luz, decidí irme a dormir.

No dormí bien. Para nada bien. Soñé que Helena me hablaba en mi sueño. Que me decía "nunca confíes en tu suerte". Apareció el bibliotecario, su pelo canoso, sus dedos débiles, sus uñas gastadas. Luego la imagen en mi cabeza de unos grandes ojos, con enormes y protuberantes pupilas dilatadas. Sentí calor, estaba transpirando. Escuché la campana en mis oídos, el ruido de las palomas, el dulce sonido de la delgada moneda de cinco pesos plasmándose en el agua de la gran fuente de adoquín.

Desperté. Eran las siete y media. Me vi en el espejo: sólo había sido una pesadilla. Sin embargo, la mala noche se dejaba notar en mis pupilas. Abrí la ventana, podía ver la fuente, todo lo que la rodeaba e incluso sectores de mi habitación. Percibí a mis espaldas la entrada del mayordomo que me traía el desayuno. De pronto, escuché ese ruido bien característico de este pueblo: una paloma. Volví la vista por el estruendo de una bandeja y de la cerámica rompiéndose contra el suelo. No podía creer la expresión de sorpresa en el rostro del hombre mientras me observaba fijamente. Exclamó: “¿a cuántos más les sucederá?” y salió de la habitación, no sin antes tomar el libro azul en sus manos.

Me dirigí a la biblioteca para notificar del robo del libro. Un extraño silencio lo envolvía todo. Abrí la puerta. Nada había cambiado con respecto a la primera vez: la habitación oscura, la recepción polvorienta, las velas y las telarañas y sin embargo... se sentía diferente. Caminé por los pasillos. Sólo se escuchaban mis pisadas en el suelo, ni un sonido más. Todo era soledad: la biblioteca, la fuente, la campana, el antiguo pueblo gótico. Por fin encontré al bibliotecario: estaba colocando el libro de la tapa azul rasgada en el mismo estante del que yo lo había retirado el día anterior. Le pregunté cómo había llegado el libro a sus manos, pero el anciano ni se inmutó. No sólo no respondió, sino que parecía no haber escuchado mis palabras. Y entonces comprendí...pero... ¿sería posible...?

Los pensamientos brotaron en mi cabeza... la moneda en la fuente, la advertencia del bibliotecario, la habitación del hotel... la ilustración del libro... la mirada de las palomas... el revés en blanco de la imagen... y las tres campanadas...

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